‘Gabito’ Castro —el análogo del ‘Goyito’ de Pardo y Aliaga— era el hermano mayor de Gonzalo y el hijo quieto de Vico y Marita. Gabriel Castro —ya desposeído del diminutivo— era el adolescente que desistió de la Arquitectura y eligió Comunicación, el universitario que ganó 20 dólares por un doblaje infantil, el practicante de “América deportes” y el reportero de “Domingo al día”. Ahora, con 43 años, es el esposo de Lucy, el padre de Luciana y de Joaquín, el creyente del Sagrado Corazón de Jesús, el tiktoker por afición y el relacionista público de Huawei. Es, conforme con sus propios términos, un ser agradecido.
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Da las gracias, por ejemplo, por una arista académica a la cual le gustaría volver: la docencia. Su paso por Toulouse, la San Martín de Porres, la UCAL (Universidad de Ciencias y Artes de América Latina), SISE y Sistemas Perú, afirma, le sirvió para disminuir una introversión encubierta: “En la calle, cuando te miran todos, tú te enfocas en el lente, y el micrófono es un escudo. En cambio, en un salón de 60 personas, donde puedes no tener la respuesta adecuada, es donde sale realmente el tú”.
—¿Cuál era tu primer tema de clase?
—Yo terminaba la primera clase diciéndoles: “¿Cuántos aquí pagan la universidad?”. Dos o tres levantaban la mano. “¿(A) cuántos aquí papá, mamá, el sugar daddy o la sugar mommy les paga la universidad?”. Más levantaban la mano. “Para quien paga la universidad, sabes lo que cuesta estar sentado. Para quien no, alguien se está rompiendo el c*** afuera para que tú estés calentando el asiento. Así que aprovéchalo, pregúntame”.
—¿Cuál fue el momento más emotivo en las aulas?
—En la UCAL, hubo un reto muy bonito: le enseñaba a gente con autismo y a gente con sordera parcial (…). Yo mandaba el PPT un día antes y los jóvenes autistas eran los únicos que leían la clase; entonces, llegaban solo a preguntar. Soy un poco eléctrico y me paseaba por el salón, pero con los chicos con sordera no, con ellos tenía que vocalizar correctamente y tenía que estar al frente para que me puedan ver, leerme los labios y terminar de entender lo que yo les decía. Esas cosas me parecieron muy ricas.
Gabriel Castro junto a Boris Acuña en Río de Janeiro, Brasil. Foto: Gabriel Castro/cortesía
Calles, aulas. Aulas, calles. Las dos décadas periodísticas en América Televisión transitaron bajo el recordatorio de una madre a quien él califica como heroína no solo porque aniquiló al cáncer, sino también porque lo convenció de seguir el veredicto del último test vocacional y olvidar el de los anteriores: “De esto que elijas vas a vivir el resto de tu vida (…). No doy órdenes, doy consejos”, le aclaró.
Cuando su perímetro laboral ostentaba corpulencia y alojaba en su hoja de vida una maestría en Dirección de Comunicación Estratégica, Gabriel Castro Wong, a quien la guerra psicológica del formato entrevista le resulta encantadora, dio un brinco al vacío y aterrizó, en 2020, sobre una compañía tecnológica.
—Y si te encanta el periodismo, ¿qué te hizo dejar los medios y convertirte en relacionista público?
—Dos cosas me llevaron a eso. Había reportajes que hacía de manera automática; entonces, ese automatismo me quitó la esencia. Me encasillaron y sentía que ya no tenía más techo. ¿La conducción? Me parece que nunca me la iban a dar. ¿La producción? Los productores eran buenos, eran jóvenes, así que no iban a salir de sus puestos (…). Hacer reportajes que sean divertidos, porque yo era divertido delante de la pantalla, me terminó desgastando. Yo necesitaba otra motivación, necesitaba dar un salto.
También hubo un tema familiar. Yo paso a Huawei en junio de 2020. Entonces, yo cubro la pandemia, la parte más dura. Me metí a sitios increíbles, dolorosísimos (…). Entraba a una quinta, a la puerta D, estaba saliendo y en la puerta B ya había fallecido otra persona. Mi esposa me dijo: “No te quiero ver ahí”. ¡Y fue después de 20 años de periodismo que ella me dijo eso! Fue rarísimo. O sea, después de terremotos, de microcomercialización de droga, después de estar en Corea, que ella me diga algo así me sonó raro.
Todo eso me motivó a buscar otra cosa. Conocí LinkedIn. (Risas)
Del canal se llevó el aprecio —“Encontré una familia. Tienes papá, tienes mamá, tienes hermanos con los que te peleas (…). Pero justamente la familia también te alberga, te arropa, y después de la discusión trabajas en conjunto—, el COVID y un inventario propio de las comisiones más desafiantes y de las más gratas.
El caso de Ciro Castillo y Rosario Ponce lo enfrentó con rocas en medio: “Lo cubrí de cabo a rabo y fue duro. Fue apasionante pero duro porque a veces me mimetizaba (…). En el periodismo te pasa”. En el terremoto de 2017 en México lo acompañaron su camarógrafo y la coincidencia: “Yo venía de entrevistar a Raúl Ruidíaz, que estaba en Morelia, previo al mundial (…). Jefferson y yo éramos los únicos que, en vez de querer salir de México, queríamos quedarnos. Nos quedamos una semana”. La pena tras la derrota de Perú en la Copa América de 2019 posiciona al evento en la lista retadora.
—Mencionaste el top 3 de lo más complejo. Vayamos al otro lado, ¿cuáles fueron los reportajes que más disfrutaste?
—Entrevistar a Gilberto Santa Rosa en Puerto Rico fue sabroso, para ponerlo en esos términos: fue sabroso. Me llevó a un sitio que se llama La Tienda Blanca o la Tiendecita Blanca, un restaurante donde él empezó a tocar y a cantar a capela. Me habló de Eva Ayllón, me habló de que quería cantar con Gian Marco, y después me dijo: “Súbete al carro, vamos a mi casa”.
Luego, Thierry Henry, el francés, en su mejor momento, cuando estaba en el Barcelona, campeón del mundo. Tuve la oportunidad de entrevistarlo en Chile (…). Y no fue una entrevista, pero para mí significó mucho: estuve a metro y medio del papa Francisco en Trujillo. ¡Dios! Para mí fue espectacular porque, si bien es cierto no me dijo mucho, lo único que me dijo fue que la comida estaba rica, me echó la bendición. Fue una cobertura larguísima. Me acuerdo clarísimo: estaba con terno plomo y zapatillas para poder correr.
—Retomemos los desafíos, ¿cuál fue el primero que asumiste en Huawei?
—El reto máximo era probar si uno era bueno. Me sentí como Michael Jordan cuando dejó el básquet después de los seis campeonatos con los Chicago Bulls. ¡Cinco! Luego volvió e hizo el seis. Bueno, Michael Jordan se salió del básquetbol para ser beisbolista. Lamentablemente, no le fue bien. Yo, por lo menos, estoy sobreviviendo (…). Yo más bien era el periodista que se corría de las conferencias de prensa, que se corría de los relacionistas públicos. Ahora estoy del otro lado (…). Me costó entender el marketing… Ahora ya puedo hablar de KPIs.
(…) Yo soy despistado. Tengo una memoria más fotográfica. Aprender nombres de 25 productos diferentes y cada uno con características diferentes para mí también fue un reto.
—¿Qué metas profesionales quieres alcanzar?
—Es importante decirlo para… ¿Cómo dicen ahora los jóvenes? ¿Decretar?
—¿Manifestar?
—Manifestar, manifestar. Mi objetivo a corto plazo es hacer relaciones públicas en una empresa americana o europea para conocer otra filosofía. Porque obviamente una empresa china tiene su filosofía. A largo plazo, me gustaría hacer relaciones públicas a nivel regional. Es complicado, pero no imposible. Lo que funciona en Colombia no funciona en Perú y lo que funciona en Chile no funciona en Argentina. Ver este tipo de cosas me parece superinteresante. A eso apunto. Y a seguir ejerciendo la docencia.
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Habituarse al tiempo libre en feriados también fue una contienda. “Para el 28 de julio de 2020 yo tenía puente. ¡Un puente! Yo le pregunto a Lucy: ‘¿Qué se hace?’ No estaba acostumbrado. Para mí, 28 de julio era estar en Palacio, en las afueras del Congreso. Y el 29 estaba en la parada militar”.
—¿Y qué haces durante un domingo?
—Los domingos voy a misa. Trato de ir por la mañana. Visito a mi mamá, visito a mi suegra. Soy muy familiar. Mi domingo termina en algún supermercado haciendo las compras para la semana. O a veces voy a Santa Anita, al mercado de productores.
Asimismo, leer el “Diario de Greg” y continuar con la quinta temporada de “Ninjago” son ocupaciones dentro de casa. Confiesa que cuando el padre Ricardo, profesor de Filosofía del colegio San Agustín, le explicó el concepto de visión, aseguró que la suya era tener una familia y que sus hijos crecieran correctamente. “¿Puedes creer? ¡Con 16 años!”. Gabriel Castro como esposo y como padre ha diseñado un mismo talante: “Soy un niño, soy un niño”.
Gabriel pasea con su familia: Luciana y Joaquín, sus hijos, y Lucy, su esposa. Foto: Instagram
—Dijiste que habías sido el niño quieto durante la infancia, pero alguna diablura debes recordar.
—En el colegio sí hay algunas mataperradas. Por ejemplo, daban la alcancía del Domund o de la Teletón. Y decíamos: “Profe, tengo que salir con la alcancía”. Nada. Terminábamos en la casa de alguien viendo una película alquilada de Blockbuster o en algún sitio donde vendían hamburguesas.
Una vez tenía un proyecto de Ciencias Naturales y había un compañero que estaba tocando y tocando un volcán que debía erupcionar. Entonces le decía: ‘No lo toques. No lo toques’. Me empujó. Yo, que nunca he sido de pelearme, le metí un golpe y le rompí la nariz. Me puse a llorar. Me puse a llorar por lo que había hecho. El profesor entendió que había sido en defensa y, aparte, mis compañeros le dijeron: “Gabriel no pega ni los papeles del cuaderno”.
Gabriel Castro en las instalaciones del colegio San Agustín. Foto: Gabriel Castro/cortesía
—Una última pregunta, ¿es un adiós al periodismo?
—Hay un refrán que dice: “Nunca digas nunca”.
Otro adagio y foco en su vida le pertenece al polaco Ryszard Kapuściński: “Para ser un buen periodista hay que ser, ante todo, una buena persona”. Gabriel ha optado por dilatar la postura para todas las profesiones.