Diplomático, escritor y periodista. El chileno José Rodríguez Elizondo, colaborador de este suplemento, analiza los punto neurálgicos del borrador de constitución presentado esta semana, al presidente Gabriel Boric, por la Convención Constitucional. El analista sostiene que la idea de estado plurinacional recogida en este borrador es riesgosa no solo para Chile sino para toda la región.
José Rodríguez Elizondo reflexiona sobre el gobierno de Gabriel Boric y las repercusiones que puede tener en Chile. Foto: La República
En el plebiscito de octubre de 2020, un 78% de electores chilenos quería una nueva constitución, era aparentemente la salida para la crisis política en la que estaban, y un 79% de votantes quería que esa nueva carta fuera redactada por una convención constitucional, ¿por qué el trabajo de esa convención, el borrador de nueva constitución, no goza hoy de ese mismo respaldo?
Tras el estallido del 18 de octubre de 2019, el plebiscito pareció marcar un gran momento de unidad nacional. Pero en el corto plazo se mostró como una ilusión. Parte de la mayoría democrática lo vio como una manera in extremis de recuperar la institucionalidad. Esta se venía derrumbando, desde antes, por la incompetencia de los partidos, la falta de sintonía popular del presidente Piñera y la ingobernabilidad consecuente. La parte antisistémica e ideologizada de la oposición lo vio como la interrupción de un proceso revolucionario a la antigua, con la violencia como partera. Tras polémicas internas, esa minoría decidió plegarse tácticamente a la mayoría que pedía nueva constitución. Gracias al repudio a los partidos y aprovechando un sistema electoral ad hoc, que privilegió a los independientes, mujeres y pueblos originarios, se convirtió en líder de una mayoría absoluta en la Convención. Inauguró, así, una suerte de vía constitucional a la revolución, que algunos prefieren llamar refundación.
Tomás Mosciatti, el conocido presentador de Radio Bío Bío de Santiago, decía que uno de los principales problemas de este borrador de Constitución es que no trae paz y que tiene un tinte revanchista. ¿Coincide con él?
Mosciatti pertenece a la descontinuada especie de los profetas bíblicos. Fue uno de los pocos analistas que definió al estallido como puntapié inicial de un proceso revolucionario. Bien dotado para la prospectiva, supo reconocer lo que estaba sucediendo. Nadie osa contradecirlo... pero todos se hacen los desentendidos. Dicho esto, que el borrador de Constitución sea revanchista y no pueda traer la paz son calificativos marginales. Lo sustantivo es que la mayoría de los convencionales no buscó negociar. Arrasó con quienes tenían posiciones moderadas, en un juego de suma cero.
A usted le preocupa el primer artículo de la carta propuesta: “Chile es un estado social y democrático de derecho. Es plurinacional, intercultural, regional y ecológico”. ¿Por qué?
Yo no podría estar en desacuerdo con lo social, lo democrático, lo ecológico, la atención a las regiones y el cultivo de la interculturalidad. He promovido el estudio de esos temas desde que tengo uso de razón política y forman parte de mi labor académica. Pero con un mínimo conocimiento de las relaciones internacionales y como ciudadano de un estado-nación unitario y bicentenario rechacé la plurinacionalidad desde el inicio por tres razones básicas. Primera, porque me convierte en un chileno residual. Segunda, porque es el eje de temas que afectan o pueden afectar la política exterior, la configuración geopolítica y el estatus geoeconómico de Chile. Tercera, porque favorece dinámicas separatistas, en el corto o mediano plazo, aunque jurídicamente existan cerrojos en la propia Constitución. Ejemplificando, permitiría que en las autonomías territoriales se impongan políticas propias con impacto externo, que las autoridades de pueblos originarios negocien con homólogos de otros países, y hasta que bloqueen la ejecución de políticas centrales de carácter estratégico. En síntesis, la plurinacionalidad debilita la cohesión del Estado y, sugerentemente, es el único factor del artículo primero que se mantuvo invariable entre distintas versiones o aproximaciones.
PUEDES VER: Maestros de la resiliencia
¿Nadie más lo advirtió?
Lamentablemente, la preocupación comenzó a cundir a fines de enero, cuando ya el pleno de los convencionales había aprobado el tema y Evo Morales les había enviado un saludo jubiloso. A toro pasado, como dicen en España, hoy se reconoce que la plurinacionalidad es el error más grave del borrador.
¿Dice que Bolivia es la principal inspiración de la idea de un estado plurinacional?
Admito que los chilenos no somos muy creativos en cuanto a pensamiento político. Somos más bien copiones y a veces se nos pasea el alma. De partida, la plurinacionalidad es el nuevo nombre de lo que Lenin describiera, en 1914, como estados abigarrados. Eran aquellos de raigambre imperial, que contenían distintas naciones, las cuales tendían a la autodeterminación y, en definitiva, a configurar estados independientes. Lenin favorecía ese proceso, no por razones jurídicas, sino por el interés de la clase obrera en cuanto vanguardia revolucionaria. Bueno, mediante una aplicación indigenista han sustituido a la clase obrera industrial por los pueblos originarios, en cuanto fuerza motriz de la revolución social. El caso más conspicuo que conozco es el del boliviano Álvaro García Linera, asesor ideológico de Evo Morales. Su libro Comunidad, socialismo y estado plurinacional, de 2015, fue editado y presentado en Chile por el mismo autor, cuando era vicepresidente de Bolivia, mientras en La Haya se veía un contra Chile, entablado por el presidente Morales. Una proeza política notable.
PUEDES VER: FBC Melgar: El futuro es rojo y negro
¿De qué manera se afectaría la política exterior de Chile?
No solo de Chile. La plurinacionalidad, según el libro mencionado, tiene bajo el poncho un puñal geopolítico de alcance regional. Para el autor de esta idea, ninguna constitución fue de consenso. Por si eso fuera todavía demasiado abstracto, explica, en un anexo, que el objetivo continental de la plurinacionalidad exige satisfacer, previamente, un objetivo nacional boliviano: la resolución del tema marítimo mediante la concesión de un pequeño espacio soberano.
Usted ha dicho que eso afectaría al tratado chileno-peruano de 1929.
Efectivamente. Y a su protocolo complementario, que garantiza la contigüidad geográfica entre nuestros países. En Chile no hubo señales de que esto se percibiera. En cambio, el tema sí fue percibido por diez diplomáticos peruanos top, encabezados por Allan Wagner, que denunciaron como injerencista el proyecto RUNASUR de Morales. Este quería declarar una América Latina plurinacional desde el Cusco, violando todos los protocolos diplomáticos.
PUEDES VER: La hora de las izquierdas indigenistas
¿Qué va a pasar con el gobierno de Gabriel Boric si los votantes chilenos rechazan el borrador de Constitución en setiembre? ¿Se puede sostener Boric con un rechazo a la constituyente?
Yo creo que sí, pues es estudioso y aprende rápido. Dadas su juventud y la ideologización de quienes lo apoyan, ahora está agotando el método error-rectificación y alguna distancia está tomando del resultado eventual. Todo esto me recuerda viejas conversaciones con Armando Villanueva y Andrés Townsend, sobre lo que le costaba al joven Alan García buscar el apoyo y la experiencia de los políticos fogueados.
El gobierno de Pedro Castillo y la izquierda en el Perú también promueven la instalación de una asamblea constituyente. De ser aprobada, ¿cuál debería ser el proceso que debería inspirarnos? ¿La Convención Constitucional de Chile o el proceso peruano de 1979?
La Constituyente de 1979 fue ejemplar por su contexto y resultados. Producida durante la dictadura de Francisco Morales Bermúdez, un general políticamente muy culto. Elegida de manera democrática, tras superar pretensiones de cupos reservados y vetos sobre contenidos. Presidida por Víctor Raúl Haya de la Torre, un socialdemócrata sabio y avanzado. Con la participación equilibrante de Luis Bedoya Reyes, un líder socialcristiano de alto vuelo... El resultado fue una Constitución consensuada, de centro progresista, que dio inicio a una limpia transición democrática y a un buen sistema de pocos partidos. Lástima grande que durara solo dos períodos.
PUEDES VER: Los niños que volvieron a las aulas
Como en Chile, el sistema de partidos en el Perú pasa por su peor momento. Usted vivió en Lima, conoce un poco de nuestras figuras políticas. ¿Cuándo cree que nuestro sistema de partidos empezó a fallar?
Tendría que aplicar el aforismo de Zavalita a la etapa que me tocó vivir. Con base en mi cariño al Perú, donde tengo parientes y amigos entrañables, me atrevo a responder con una metáfora futbolera: el sistema de partidos peruano estaba todavía en rodaje, cuando Alan dio el pase presidencial a un outsider y este se llevó la pelota para su casa.
Con la victoria de Petro en Colombia, y las cifras que ponen a Lula como primera opción de voto en las presidenciales de Brasil, se habla de un vuelco al progresismo en la región. ¿Es real ese movimiento? ¿Las izquierdas en la región son lo mismo o lo único que comparten son algunos símbolos?
He escrito muchísimo sobre las izquierdas, porque de allá vengo. Primero fue sobre la crisis de las izquierdas democráticas por injerencia del castrismo guerrillero. Luego vino el auge de las izquierdas renovadas, con el retorno a la democracia en la región. Ahora estamos ante la crisis de esas izquierdas renovadas y la correlativa irrupción de las izquierdas indigenistas. Para oscurecer el panorama, estas últimas ni siquiera han leído a José Carlos Mariátegui. Por eso hoy escribo como extremista de centro y la verdad es que me siento bastante solo.