No esperaba hacer una entrevista esa noche. Habíamos quedado con Gonzalo Vich y Cayre Alfaro en ir a la feria a ver unos libros y luego comer una pizza. En el camino al Tockyn, le entra una llamada a Cayre: Roger Santivañez. El poeta quería salir de la casa donde se hospedaba en Miraflores e ir a ver amigos. Tenían una reunión, pero aún faltaban un par de horas. ‘Súmate a la pizza y nos tomamos unas chelas’, le dice el editor al poeta. Al rato, estábamos dando vueltas entre Pardo y Angamos tratando de localizar a Roger, que no había entendido bien y salió a buscarnos. Hasta que aparece reconocible en la oscuridad por su sombrero piurano.
Ni bien lo saludamos le pregunto por la reedición de Personaje Secundario de El chico que se declaraba con la mirada. El libro es magnífico, y plasma perfectamente cierto espíritu de juventud que ha sobrevivido muy bien al paso de los años. Santivañez comienza a contar, pero rápido lo interrumpe su editor: ‘ponte a grabar y ya hazle la entrevista’, me reclama. Acato la orden y saco el teléfono:
—Esos poemas surgen cuando muere mi padre y me choca durísimo. Aparecen eso recuerdos que están en el libro así de pronto—explica Roger—. Primero las memorias de mi padre cuando yo era chico en Piura. Luego ya la adolescencia con las chicas y con Toño y con Lourdes, que es la que dijo que yo era el chico que se declaraba con la mirada, porque me quedaba estático cuando una chica me gustaba. Me quedaba mudo.
Caratula de la reedición de “El chico que se declaraba con la mirada” por Personaje Secundario
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-Eras tímido.
-Sí, demasiado. Pero pasaba que en la misa del Santa María en Piura, unas miradas bravasas entre ella y yo pues. Una muchacha le dijo ‘oye, ¿y Roya te cayó?’, como decían en ese época. ‘¿Ya se declaró?’ y le dijo ‘no, no, ese chico es un chico que se declara con la mirada’. Alucínense. Sí, pues. Lourdes Carrion de Piura. Y eso se me quedó grabado. Entonces, escribo esas memorias en el libro, al final, dije ‘¿qué título le pongo?’ Y me acordé de eso, pues.
-Pero no había sido algo que habías tenido presente siempre, o...
-No, no, no, para nada. Solo regresó cuando escribí el librito, o sea, solo estaba haciendo esos cuadritos que son, ¿no? Con los recuerdos… Y tratando de meterle una inyección de sentido al lenguaje. ¿Me entiendes? Es lo que hacía porque estaba leyendo el Ulises de Joyce.
-Eso te iba a decir. Las lecturas están muy presentes ahí...
-Sí, estaba leyendo el Ulises, entonces quería hacer como Joyce en el Ulises, ¿no? Inyectar, inyectar de sentido en cada palabra, ¿no? Una cosa así. Eso, pero por supuesto que yo me quedé con diez paginitas de lo gordo que es el Ulises (ríe).
-Claro. Y Jimmy... ¿Es por Bryce?
-Claro, eso lo tomé, porque es Con Jimmy en Paracas, ¿no?
-Sí.
-Por hacer una ironía: con Jimmy en El Tiburón, ¿no? Con Jimmy en el Siete y medio, que era el burdel de Piura al que íbamos.
-¿Pero Jimmy existió? ¿era tu pata?
-¡Jimmy Atkins, claro! De Piura, un gran amigo, gran persona. Le di un homenaje. Él ya falleció.
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Entrevista con el poeta. Foto: La República
-Pero, cuando publicaste el libro, ¿él todavía vivía? ¿qué te dijo el libro?
-Se mataba de risa, pues. Me invitó a un almuerzo y a una semitranca ese día que se enteró del libro.
-¿Y las chicas que aparecen?
-Las chicas también, aunque no algún chico que estaba con una de ellas… Se asó, se loqueó, pues, como dicen. Salió de todo…
-El libro acaba con y que una chica te dice “en vez de escribirme un libro, hazme el amor”. ¿tú ya le habías escrito un libro antes a la chica o el libro es este?
-No, no, o sea, el librito es este, El chico que se declaraba con la mirada, ese es donde le escribo a ella, a Lourdes.
-¿Y ella tenía novio cuando tú...?
-No, la del novio era otra chica.
-Pero ¿y tú ya le habías escrito un libro a la chica o es ese el libro?
-Ese era el libro. Se lo escribí a Toña. Es loco que con ella me he reencontrado por Facebook ya en Estados Unidos.
Entramos al bar y hay ruido. ‘Acá no se va a escuchar’, dice Roger. Buscamos una mesa un poco alejada. Pedimos una pizza Hawaiana para compartir y tres Pilsens grandes. ‘Una me la trae al tiempo’, agrea el poeta. Se excusa con que es que estoy un poco agripado. ‘Sigamos’ le digo. ‘Dices que sí Joyce y Bryce. ¿Tú eras amigo de Alfredo?’
-No. Lo conocí cuando trabajaba en la revista Oiga. Fue en una tarde increíble en un restaurante que se llamaba La Puerta del Gallero. Estaba de moda en los ochenta y pico. Había ido con una comisión de la revista porque había un gallero que hizo ese encuentro, de Bryce y los gallos, una cosa así.
-Pero ¿te gustaba lo que escribía?
-Claro. Me había encantado. A los quince años, me maravilló Un mundo para Julius.
-También tiene un poco de Rimbaud y Cisnero.
-Toño, claro. Fue mi profesor y gran amigo. De hecho hay unos versos de los Comentarios reales. “Cuando el diablo me rondaba”, ¿no? “Anunciando tus rigores”. Ese diablo yo lo identifico en mi poema con el guardián del burde, que andaba con un chicote en mano. Yo tenía la impresión de que me estaba persiguiendo, porque se habían dado cuenta de que era menor de edad… Andaba detrás mió tasando y con el látigo. Lo aluciné puto. Entonces, era el diablo con los pelos con olor a cañazo de Toño…
-¿Cómo fue el proceso de reeditar un libro que escribiste en 1988?
-Lo publiqué con treinta y dos, o algo así Editarlo ahora ha sido una maravilla. Es como volver a nacer, ¿no?
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-¿Pero lo has cambiado o no has cambiado nada?
-No, no, nada. Está tal cual.
-Pero agregaste ese texto bonito que está al final.
-Sí pues, porque Cayre me lo pidió.
-¿Piensas que es un libro que marca un antes y un después en tu carrera?
-Sin duda. Primeramente, por el formato, la forma. Fue algo distinto a lo que yo venía haciendo, Son como poemas en prosa o prosas poéticas. Me salió así, supongo que por influencia de la lectura del Ulises. Esa lectura me impactó mucho. Hasta ahora, constantemente releo ese libro.
-El burdel piurano debe ser el más presente en la literatura peruana. ¿Tú conocías el mundo de La casa verde?
-No, porque la casa verde era un burdel que existió en los años cuarentas.
-Claro, la primera.
-Sí, sí, exacto, pero, puedes pedirle otra sin helar.
-Claro.
-Vargas Llosa primero va a Piura cuando era un niñito.
-Claro. Tiene esa infancia maravillosa, en el Colegio Salesiano.
-Claro, maravillosa hasta que su mamá le dijo ‘hijito, ven que vas a conocer a tu papá’. ‘¿Qué? Mi papá está muerto, está en el cielo, le rezo todos los días a mi papá’. Y ‘No, no, no, este es tu papá’. Y el viejo, que no lo comprendía, lo mete al colegio militar para que se deje de huevadas y de mariconadas, de escribir poesía. Entonces él habla del burdel Piura de esa época en la que era chiquito. No es el de su regreso en los cincuentas para terminar el colegio. Cuando sale del Leoncio Prado, regresa porque su abuelo, Pedro Llorsa, era prefecto. Ahí comenzó a escribir en La Industria de Piura, y escribió una obra de teatro que escenificaron los muchachos del colegio San Miguel, donde él estudiaba. Algo del Inca….
-La huída del Inca.
-Sí. Esa Piura que conoció Vargas Llosa ya no existe absolutamente para nada. En los sesentas, durante mi niñez, esa Piura todavía estaba ahí, pero ya había crecido. Había el Barrio Norte, que era la Mangachería, que es donde ocurre buena parte de la novela. En ese momento, era un barrio de pendencieros, criollazos y toda esa nota. Cuando yo crecí, eso ya había cambiado. No era eso de la Mangachería, era como más normal, más tranquilo de lo que aparece en la novela…
-Y la Piura de El chico que se declaraba con la mirada ¿todavía existe?
-Sí, sin duda. Todavía me veo, si paso por el Club Grau, me veo entrando con mi viejo a un baile de disfraces. Me disfrazó de dominó con una capucha dorada y negra. Bien loco mi viejo, ¿no? Dominó…
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-Siguiendo la comparación, Vargas Llosa escribe a partir de su rechazo al padre. Tú, en cambio, desde una admiración al padre, ¿no?
-Claro, mi viejo nunca me habría mandado a un colegio militar. Máximo me disfrazaba de dominó. Era un tipo bien loco. Había conocido a Mariateguí, imagínate… Del año treinta de San Marcos. Participó en la famosa revolución del 30, que expulsó a la oligarquía de la universidad. Botaron a Riva-Agüero y mi papá estuvo en ese grupo. Claro, era de izquierda… Era un mundo bien loco. Tenía un profesor que era un capo, ¿ya? Un miembro del conversatorio universitario de los veinte. El filósofo, y historiador, y escritor Jorge Guillermo Leguía. Fue su profesor y amigo. Además, fue alumno de Basadere, de Porras, de Sánchez. Un día Jorge Guillermo Leguía le dijo, ‘oye, Aníbal, Riva-Agüero me ha pedido que le consiga un muchacho, una persona, para que sea lector. Para que le lea cosas. Y mi viejo le dijo que sí. Fue a buscarlo y Riva-Agüero lo recibió en su casota de ahí en el centro, en la calle Camaná, donde hoy funciona el Instituto Riva-Agüero.Lo hizo leer cuatro cosas: teatro, poesía, narrativa, ensayo. ‘Está muy bien, me gusta’, le dijo. ‘Lo voy a contratar. Regrese la próxima semana’. Pero en ese ínterin se produce la revolución de la universidad, y mi viejo formaba parte del Centro Federado de Letras. El Comercio publicó la resolución expulsando a Riva-Agüero de San Marcos por viejo, fachista y reaccionario. Mi papá había firmado y ya no fue pues. ¿Con qué cara iba a ir?
-Y toda esa transgresión la heredaste…
-Debe ser, debe ser… Porque sí pues, yo andaba obsesionado con la palabra transgredir. Quería ser transgresor en todo. Estaba rayado…
-¿Y eso cambió en algún momento?
-Creo que no ha cambiado hasta ahora. Porque claro, ahora ya no tengo mucho que transgredir, creo… O sea, vivo en un mundo súper tranquilo, a las orillas de un río. Mi vida es completamente bucólica y sin mayores movimientos. Es una vida muy apacible eglógica. Aparecen las ninfas y dan vueltas. Qué curioso que haya llegado eso, ¿no? Después de haber sido el fundador de Kloaka, que es lo más loco que ha habido en la poesía peruana, terminar en la apacible...
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-Claro, como un poeta de la antigüedad… Bien loco eso. ¿Y no vas con frecuencia a Nueva York? ¿a Manhattan?
-Sí, a veces voy a Manhattan.
-¿A qué?
-A transgredir, pues. Claro, porque, o sea, ahí sí... O sea, en Manhattan, sí, ya te desbandas… Porque Manhattan es loqueante… es una ciudad... Bueno, la escritura de poemas es una manera de transgredir el lenguaje, igual, ¿no?
-Totalmente.
-Totalmente. La poesía es el primer acto de transgresión. Sin duda, pues, ¿no? Bueno, ya no... Yo creo que ya puedo dejar de ser el centro de las preguntas y eso, y podemos conversar libremente…