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Cultural

Oswaldo Reynoso, la intimidad

Una carta inédita. Un último poema. La homosexualidad. Por primera vez, la sobrina del escritor Oswaldo Reynoso abre las puertas de su casa a propósito de los cuatro años del fallecimiento de su tío, autor de ‘Los inocentes’ y ‘En octubre no hay milagros’.

El jardín está bordeado por un camino de piedras que conduce a la sala, allá al fondo, donde Lisa corretea y lame las manos de la visita. “No seas malcriada, por favor”, la regaña Rosa María Vásquez y se deja caer sobre un sillón de almohadones blancos.

—Fíjate que Oswaldo iba a vivir aquí, pero no quiso. En parte compramos este terreno por él, para vivir todos juntos. Mi papá (su cuñado) tendría su lado, él su búngalo y yo estaría con mi familia por acá. Pero no quiso seguirnos: ‘que es lejos, que hasta acá no vendrían sus alumnos, que nadie lo iba a visitar’.

La casa está en una zona exclusiva de Chorrillos y, desde luego, es espaciosa. Junto a la puerta, donde se iba a levantar el búngalo de su tío, crecieron plantas ornamentales. Más allá, una fuente en la que a veces bajan pajaritos de colores.

—Aquí tengo cartas que me enviaba de China, cartas que le escribía a mi abuela y también sus dos libros inéditos: uno que sale dentro de poco, “Huamanga, Huamanga”, y otro que tiene que ver con el azul, siempre me olvido del nombre.

Es “Capricho en azul”. Oswaldo Reynoso iba publicarlos en Arequipa, la ciudad donde nació, antes de que lo alcanzara un infarto.

Foto: Andina.

En rigor, venía produciendo mucho: sobre su escritorio se encontraron más de dos mil hojas llenas de correcciones que él hacía en pijama o tomando vodka con jugo de naranja.

El martes 24 de mayo de 2016, mientras estaba en Chile por trabajo, Rosa María recibió una llamada. Era su esposo.

—Me dijo: no se pudo hacer nada. Tomé un vuelo al toque y llegué en la noche al velorio en la Casa de la Literatura: era el funeral de un rockstar. Un rockstar underground como él era.

Entonces empezó a buscar una botella de vino, una manzana —“por el pecado original”— y un manto con el dibujo de un escarabajo: las cosas que su tío le pidió poner junto a su ataúd cuando llegara la hora.

***

Todavía era una adolescente cuando Marita, su mamá —la única hermana de Reynoso (fueron ocho)—, murió por un aneurisma, de modo que quedó al cuidado de su tío. Le decía Rosita.

—Yo era su rabera, pero al punto de verlo como papá, no. Comenzamos a vivir una dinámica atípica. Oswaldo era el tíoalocado’, bohemio, que se empeñaba en ser responsable. Con él, la casa era una casa de soltero: entraba y salía gente.

La llevaba a las fiestas de La Cantuta, al cine, a comer helados. A viajes improbables que incluyeron, por ejemplo, un atardecer en la casa de Ribeyro, en París, con vino y quesos; y la ruta de Marco Polo.

—Me parece que su vida está separada por bloques: el escritor slash bohemio; el familiar, que era completamente otro; y el íntimo, del que hay toda una leyenda.

Los Inocentes y En Octubre no hay milagros son consideradas clave para la literatura peruana contemporánea. Foto: La República.

Cuando se hizo adulta, Rosa María se mudó a Brasil a estudiar. Regresó casada, convertida en administradora, ejecutiva y mamá. Hoy, además de tener a cargo la gerencia general de una clínica, administra la obra de su tío.

Las editoriales la buscaron para pedirle los derechos, pero solo se animó por Random House porque le aseguraron la publicación íntegra, es decir, la docena de libros que Reynoso escribió por “capricho”, por pura transgresión.

—Siempre le preguntaba: por qué no firmas con una editorial grande. Y Oswaldo, histérico, me callaba: a mí me leen sin estar de moda, estoy haciendo literatura que va a trascender. Sus cartas son como sus libros: en todas toca temas lindos, familiares, domésticos. Pero hay una que es realmente un bello relato y refleja tanto su arte literario como su posición política.

Después hace una pausa y suspira:

—¿Te parece si te muestro solo esa?

***

“Querida Rosita:

Te voy a contar de los niños de Pekín. Aquí, en esta ciudad, como en todo China, a los niños y ancianos se les quiere y respeta mucho. (…)

Los viejitos que ya no pueden trabajar se dedican a cuidar a los niños. De esta manera se evita que la vejez sea triste y abandonada como en nuestro país.

Sentados en bancos muy bajitos, con las piernas cruzadas, una sobre otra, apoyando sus manos en nudosos bastones, con una pipa larga, larga, en la boca, canosos o calvitos, con el rostro pleno de asombro, se les ve contando a los niños las increíbles hazañas de aquellos campesinos, soldados y obreros que, cruzando inmensas y frías estepas, escalando enormes montañas, caminando miles y miles de kilómetros, combatieron para construir una patria que fuera para todos, en donde nadie pudiera morirse de hambre o desamparo”.

Así le escribía en su primer año lejos de casa, desde ese país milenario a donde fue a buscar la felicidad. Al final de la carta, fechada el 29 de octubre de 1977, hay un dibujo: una niña de vestido rosa y moñitos libres al viento.

Carta que Oswaldo Reynoso envió a su sobrina desde China. Foto: La República.

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Era un chico de 15 o 16, no más, cuando en unas vacaciones junto a sus amigos descubrió el goce de los cuerpos desnudos frente al mar de Mollendo y desde entonces fue todo lo contrario: una ola en efervescencia, un huracán rabioso.

Llegó a la capital a los 21 para estudiar en La Cantuta, de la que se graduó como profesor de Lengua y Literatura. Lima, Babilonia de porquería. Así la llamó. A los 24, Reynoso ya había publicado su primer libro, “Luzbel”, en el que escribió líneas como: “El pecado hace del cuerpo un fruto oloroso”.

En 1961, en el bar Palermo, presentó el libro que lo encumbró, “Los inocentes”, del cual Ribeyro celebró el uso de la jerga como lenguaje poético, como lo haría después Vargas Llosa y Arguedas. Pero también desató críticas: lo llamaron pornográfico por hurgar en el despertar sexual de la juventud.

Martín Adán le dijo que sufriría mucho. Y eso fue: un escritor bajo la sombra, un “creador” aborrecido. No le interesaba. Le bastaba con que lo hayan leído en los colegios de barrio. Detestaba la pose intelectual de algunos autores, ese andar acartonado. Regalaba sus libros en las ferias. No asistía a reuniones de abrazos mutuos. A veces, por eso, ni siquiera lo invitaban.

El Perú —dijo Reynosoes una herida que llevaré sangrante y abierta hasta el último día de mi vida”.

“Ninguno de los narradores importantes de la Generación del 50 ha sido tan injustamente tratado como él —escribe Miguel Gutiérrez en un artículo titulado “Fascinación por el mal y nostalgia de la inocencia”—. Oswaldo ha creado un universo narrativo de liberación, de un verdadero vendaval que arrasó con el lenguaje señorial, gentil y de buenas maneras que imperaba hasta entonces (sic)”.

—Oswaldo es algo así como el gurú de una especie de cofradía secreta que está básicamente enfadada, encabronada, el líder de un movimiento desconocido de indignados— comentó Beto Ortiz cuando, en mayo de 2013, la Casa de la Literatura condecoró a Reynoso: el único homenaje que contaba en vida.

Foto: La República.

—Lo de él era una llama interna —apunta Maynor Freyre, escritor y colaborador de Narración, la revista que fundó junto a Reynoso en noviembre de 1966 y con quien almorzó cinco días de morir—. Aunque algunos de la época insistan en lo contrario, es un escritor de culto

***

La siguiente cita es por la mañana, un lunes de sol. Está en el living de sillones amplios, cerca de la fuente donde a veces bajan pajaritos de colores.

—Justo aquí, una tarde, me pidió conversar sobre lo que sigue —recuerda Rosa María—. Me dijo: tú vas a cuidar a José cuando yo no esté. Él era su compañero, un amigo muy querido en la familia que lo ayudó por mucho tiempo. Vivieron juntos, no sé, más de diez años... pero todo pasa. Cuando José pasó su duelo y yo el mío, le dije: enamórate, trabaja, seguir con el recuerdo no es vida.

Después cruza la pierna y, por primera vez, habla de la homosexualidad de su tío.

—Me da mucha pena que Oswaldo no lo haya dicho por una cosa tonta, te juro, por vergüenza a la familia. Últimamente escribía cosas más íntimas, pero nunca lo expresó con todas sus letras. Quizás no hubiera sufrido tanto eso de tener guardado tantas cosas.

José Emilio Caro Gómez es poeta y retablista de Ayacucho. En 2006 ingresó a la facultad de Literatura de la Universidad Villarreal, donde Reynoso había trabajado como profesor.

“Yo se lo presenté —comenta Miguel Cavero Dávalos, su amigo—, después siguieron muchas salidas a bares aledaños, bares que eran otra cosa, otro nivel, truculentos, donde se bebía fuerte”.

Los Inocentes y En Octubre no hay milagros son consideradas clave para la literatura peruana contemporánea. Foto: La República.

Siguieron muchas salidas que eran otra cosa, otro nivel.

Dos años después de ese encuentro, José Emilio se mudó a su departamento de Jesús María. Vivieron juntos hasta la madrugada del infarto. Él dio aviso al esposo de Rosa María y el esposo llamó a Chile. José Emilio, también, se encargó de lanzar sus cenizas al Misti.

Oswaldo era mi familia por elección libre como lo es ahora la mamá de mi hijo— dirá en un mensaje telefónico; no quiere hablar más por ahora—. Siendo honestos, tu llamada me afectó emocionalmente porque es una herida que aún no cierra.

Una herida. En el último cumpleaños de Oswaldo Reynoso, José Emilio le regaló un poema que, titulado “Árbol montaña”, se desgrana desde esa herida así:

“El viento deja cada vez algo de ti en la briza

y llega a algún lugar

de este infinito

tierra, océano, viento, airé, fuego, atma.

Y yo esperando verte

esperando como la roca, el árbol, la piedra el granito de arena

esperando que el mar golpee, el trueno me sumerja,

y no termina de escribirse esta espera.

Y te veo, en el recuerdo,

te veo

te veo en la memoria

te veo en las nubes”.

***

En octubre no hay milagros”, su tercer libro y el más lapidado —dijeron que solo merecía la basura— llegó en 1965. Sus colegas pidieron al Ministerio de Educación que le quitara el título de profesor, pero Reynoso se mantuvo en silencio, después se marchó.

Aceptó enseñar español en China. Vivió allí de 1977 a 1989, doce años que, incluida la masacre de Tiananmén, lo nutrieron para escribir “Los eunucos inmortales”, su novela mejor lograda.

—Allá estuvo a punto de morir por una operación—me dijo Esperanza Ruiz, su amiga íntima, hace siete años; hoy está internada en una casa de reposo por el Alzheimer que la aqueja. —A su sala de hospital llegó un curita a ponerle los óleos, pero él lo botó porque no creía. Y el curita asustado porque un moribundo hacía cosas como esa.

Los Inocentes y En Octubre no hay milagros son consideradas clave para la literatura peruana contemporánea. Foto: La República.

Claro que Rosa María, la sobrina de Reynoso, también recuerda a Esperanza Ruiz.

—Íbamos al cine, a la playa. Venía junto a Oswaldo y después, a la calle. Ahora daría mi brazo derecho por repetir una tarde de esas. Oswaldo tomando whisky con mi esposo, mi papá, mi suegro; o cuando cocinaba y ensuciaba todo, todo, todo. Pero uno cree que va a vivir 150 años.

El viernes 24 de mayo de 2016, a las 12 y 45 de la madrugada, su tío murió de un paro cardíaco. Acababa de cumplir 85.

En la Casa de la Literatura había velas ardientes, coronas de rosas y gladiolos. Una de ellas recitaba: “Con amor, José Emilio Caro Gómez”. A un lado, el reclinatorio. Al otro, un retrato al óleo.

Y estaba, también, el protocolo: no llorar, no rezar, beber sin fondo, cremar.

(***) Esta nota contiene la versión del poema tal cual fue compartido y autorizado por su autor.