Verónika Mendoza y sus seguidores están ante un trilema. Pueden encomendar su futuro electoral a la inscripción de Tierra y Libertad. Pueden en algún momento confiar en el mercado para contratar alguna otra inscripción. Pueden salir a las calles para solicitarle a la población las firmas que exige el JNE. La tercera opción marcaría una independización respecto del partido de Marco Arana, con el cual Mendoza tiene relaciones complicadas, y también de los otros partidos de la izquierda. Esto sin duda tendría efectos disociadores dentro de la bancada del Frente Amplio. Pero una inscripción propia más adelante le evitaría a Mendoza sorpresas de último momento. Reunir los cientos de miles de firmas que exige la ley electoral es una tarea gigantesca. Pero es una tarea formadora de cuadros, delineadora de un perfil partidario, y al mismo tiempo parte de los trabajos de la siguiente campaña electoral. Mucho mejor que las búsquedas de última hora en La Cachina política. Si se opta por la tercera opción, entonces mejor comenzar temprano, aprovechando la propaganda y la buena performance de la pasada campaña electoral, antes de que se empiece a producir el natural desgaste del día a día político. Además la competencia por las firmas ya está comenzando. Sin embargo es notorio que el argumento para montar un quiosco propio todavía no parece estar elaborado, o por lo menos aún no es del dominio público. Se necesita algo más que un choque de personalidades para lanzar un partido nuevo, sobre todo en un sector tan ideológico como la izquierda. Las diferencias entre Mendoza y Arana son conocidas, pero al mismo tiempo poco entendidas, más allá del choque de personalidades. En sus declaraciones Arana ha ido apareciendo más radical o menos radical que Mendoza, según el caso, o el tema. Pero no es una diferencia que ante el público haya cuajado realmente en dos posiciones. Es obvio que hoy Mendoza tiene un auditorio más amplio, una responsabilidad más grande, y un mayor horizonte de oportunidades. Hay allí un capital político, es cierto, pero también un desafío, y algo de lo que Alberto Hidalgo llamó en 1926 “una cooperativa general de esperanza”. Recoger las firmas solo puede ser una parte del encargo.