Un atentado contra militares al filo de las elecciones es un hecho cargado de siniestro sentido para la democracia peruana. No solo evoca el primer acto de Sendero Luminoso contra las elecciones de la democracia recuperada en 1980. También expresa un lamento contra su derrota a partir de los acontecimientos que condujeron a 1992. Sabemos que los senderistas que lo cometieron ya no buscan realmente el poder del Estado, sino mantener a la parte agrícola del narcotráfico en el negocio. Pero para la democracia la diferencia es académica. Incluso los narcos del siglo XXI son un peligro mayor que los subversivos ideológicos del siglo pasado, y la violencia es parte de su estrategia. Además la muerte de los dos militares y un civil en la emboscada ocurre cuando la campaña electoral ha estado colmada de irresponsables acusaciones de terrorismo a sectores participantes en la democracia electoral. Estos gritos de ya viene el lobo se han encontrado con el lobo real, y no descartemos que ellos lo hayan animado a esta sangrienta búsqueda de publicidad. Pero decir que solo son narcos no cambia mucho. La guerra contra las columnas del cultivo y procesamiento de la coca en el matorral amazónico ha avanzado mucho en estos años, pero sigue a cierta distancia de una victoria final. Además la pulsión ideológica está latente en esas zonas, como lo está, con bajo perfil, en algunos sindicatos y universidades. Lo habitual, demasiado habitual, en estos tiempos son ataques centrados en evitar casos de interdicción de la droga. En cambio lo que hemos visto esta semana es un calculado golpe a la vez nostálgico y publicitario, que busca rememorar el inicio de esa lucha armada, y sugerir que la democracia actual puede tener flancos débiles en algunas zonas. La verdad es que también militarmente la democracia goza de buena salud. El narcoterrorismo no ha sido erradicado, pero sí contenido. El senderismo en las ciudades no pasa de ser un estilo arcaico de radicalismo. Su presencia tiene sentido solo allí donde está unida a la criminalidad, repudiada por todos los estamentos sociales. Sin embargo es inocultable que atentados como estos indican la necesidad de acelerar el ritmo de los avances contra SL y el narcotráfico. ¿Dónde está el plan para llevarlo a cabo?