Nacido en Nueva York (1946), con estudios en la U. de Yale que abandona para enrolarse en Vietnam (donde obtiene dos medallas al valor), Oliver Stone es ampliamente conocido por los cinéfilos. Salvo sus dos primeras películas y algunos de sus documentales, sus veinte largos de ficción se han estrenado en nuestro país.Ello va desde su vigorosa trilogía inicial (Salvador, Pelotón, Nacido el 4 de julio), sin olvidar sus polémicos retratos de presidentes de EEUU (JFK, Nixon, W.) y sus documentales con Fidel Castro. Stone se ha presentado siempre como una suerte de conciencia política e incluso su cine más ficcional (The doors, U-Turn, Any given Sunday) mantiene un anclaje ligado a la historia contemporánea de su país.Sin embargo, y desde hace poco más de un decenio, el realizador parecía haber perdido ese valioso olfato que lo llevaba a brindar lo mejor de sí mismo al tratar temas actuales, tal como lo descubrían las fallidas 11-S, Wall Street 2 y Savages. Sin embargo, Stone es alguien persistente y su feliz retorno con Snowden (2016) lo demuestra una vez más.Como es sabido, en junio de 2013 estalló un escándalo mundial motivado por la denuncia de un joven ex agente de la CIA y de la NSA quien, pruebas en mano, acusó a su país de practicar un espionaje ilegal sobre sus ciudadanos y a escala mundial. De la denuncia se hicieron eco los principales medios, y ha dado origen a Citizenfour (2013), documental de Laura Poitras premiado con el Óscar y el BAFTA y también visto en Lima.La cinta de ficción de Stone cuenta con guion de Kieran Fitzgerald y del propio realizador, basados ambos en los libros escritos por el periodista británico Luke Herding y por Anatoly Kucherena, abogado ruso de Snowden, quien logró que recibiera asilo en Rusia por tiempo ilimitado.LA HISTORIARechazado por las FFAA de su país por debilidad física, el joven Edward Snowden (Joseph Gordon-Lewitt) parece realizar su sueño cuando es admitido como agente por la CIA y luego por la NSA. Tras varios años de servicio y con una trayectoria apreciable, Snowden descubre la amplitud insospechada de la vigilancia electrónica practicada por los servicios secretos dentro y fuera de su país, la misma cuya existencia ha sido negada reiteradas veces al control político (Senado) por sus responsables.La conmoción que produce en Snowden la comprobación de esta intrusión sistemática en la vida privada de las personas, incluidos dirigentes políticos de países amigos, lo impulsa a reunir las pruebas y hacer la denuncia, la misma que ha obligado a algunas correcciones en la política de espionaje de EEUU. Pero también han significado para él sacrificar su libertad, pues sigue siendo una de las personas más buscadas.PUESTA EN ESCENAPocas historias más conocidas a nivel mundial que la de Edward Snowden, sin embargo Oliver Stone decide volver a contarla, pese a la existencia del documental Citizenfour, mezclando los aportes genéricos del biopic y del thriller y aprovechando que el cine de ficción le permite brindarnos una visión de su personaje desde el interior, con sus fantasías, sueños, prevenciones y miedos.Gracias al biopic nos enteramos de los años de formación de Snowden (una actuación notable, vampírica y mimética, de Joseph Gordon-Levitt), un patriota idealista y conservador que cree en los valores de la democracia norteamericana y que logra una brillante trayectoria en sus estudios gracias a su apego a dos mentores: Colin O’Brien (encarnado por Rhys Ifants) y Hank Forrester (Nicolas Cage en un pequeño rol en el que, por una vez, no hace de Nicolas Cage). Es lo que separa a Snowden, poseedor de una conciencia política desde el inicio, de alguien como Ron Kovic (el Tom Cruise de Nacido el 4 de julio), que la adquiere como resultado de un proceso paulatino de oposición a la guerra.Su dedicación permite a Snowden destacar en las diversas misiones que le son confiadas y convertirse en elemento indispensable en el área electrónica, en la que sus amistades le permiten acceso a información restringida, aunque lo principal de su saber lo deba a sus propias habilidades. Sin embargo, son los atentados del 11-S y los plenos poderes dados a George W.Bush en el marco de la lucha contra el terrorismo los que cambian el panorama.En efecto, conforme la responsabilidad de Snowden va en aumento también crecen sus escrúpulos ante lo que descubre: un sistema perverso de espionaje en el que la “razón de Estado” se convierte en una suerte de Big Brother orwelliano ante el cual desaparecen derechos y libertades y la intimidad de las personas puede ser violentada desde el ojo invisible de una computadora. La forma en que le es confirmada la fidelidad de su novia Lindsay (interpretada por Shailene Mills) es una última prueba.Stone nos entrega un filme político pero no militante. Del mismo modo como Snowden no nos es presentado como un héroe, tampoco el término “traidor” será pronunciado con referencia a sus actos. Asistimos a su proceso de dudas y cuestionamientos; y una vez tomada la gran decisión, el realizador trabaja su puesta en escena sobre los mecanismos del thriller paranoico, en el que el protagonista sospecha de todos y sabe que no puede permitirse el menor error, pues equivale a perder la vida. Son los mejores momentos del filme.La estructura de la película, que muestra en la secuencia inicial a Snowden ya refugiado en el hotel de Hong Kong y esperando a los periodistas (muy efectivos Melissa Leo como Laura Poitras y Zachary Quinto como Glenn Greenwald) incorpora lo que sabe el propio espectador del desarrollo de la historia en el gran flashback que se abre y avanza hasta el presente, atrapándonos –aunque conozcamos el final– debido a la astucia como Stone maneja ese gran mecanismo de relojería que es la fuga de Snowden a Hong Kong y su pactado encuentro con periodistas que no conoce y que a su vez deben convencer a sus directivos de la necesidad de publicar un material que sin duda es una primicia, pero que requiere de ser corroborada.Snowden es una cinta que propone un retrato no complaciente y que intenta responder al interrogante de quién es Edward Snowden y por qué actuó como lo hizo, haciendo luz sobre el contenido político y moral de su gesto (tomado, no lo olvidemos, por un joven de 29 años y en la plenitud de sus facultades) y lo hace a través de un relato apasionante y enérgico que, como ese cubo de Rubik que tiene aquí un rol decisivo y simbólico, nos muestra a un personaje de múltiples facetas, pero que supo responder con lucidez a su cita con la historia.❧