Fujimori promete convocar a los reservistas del Ejército para que “ayuden a cuidar la seguridad ciudadana”. Junto a la del 24 x 24 —la propuesta de que los policías se busquen la vida cuidando chifas o casas de playa— o la de la pena de muerte, esta proclama populista y poco razonada, es una prueba más de la raigambre autoritaria de la hija del dictador y de que su negra semilla vive en ella. Y germina. Combatir la inseguridad con la muerte, sacar el Ejército a la calle, desnaturalizar la función de la Policía, solo nos confirma la vigencia de un sistema de pensamiento listo para ser puesto en práctica, basado en la coartada de la vuelta al orden, que dio hitos trágicos: El golpe, los grupos paramilitares, los secuestros, las torturas, el SIN, el silenciamiento de la calle, la amnistía a los culpables, las cárceles infrahumanas, los asesinatos extrajudiciales. Su acecho al poder va acompañado de una corte de fantasmas, de rebrotes terroristas diarios, de la criminalización de la protesta, de falaces enfoques represivos contra la delincuencia. ¿Estamos dispuestos a darles la responsabilidad de pacificarnos a los mismos que recrearon la amenaza? El fujimorismo te lo dice a la cara: el orden se consigue con la mano dura, eso que encandila a sus votantes, que no es más que la perversión y destrucción de las instituciones. Mi padre lo escribió tantas veces y hoy que su voz me falta como nunca, suscribo su clamor: “seguimos siendo un país gobernado por los miedos. Hay que encarar en serio la desfujimorización definitiva del Perú”.