Rescate. A los cien años de su nacimiento, Juan María Lara, amigo personal del diestro, ha publicado Manolete: “Yo me mando”,Escribe: Carlos Villanes Cairo Manolete, el mayor espada de la historia de la tauromaquia, es el torero más literario de todos los tiempos. Al morir se publicaron 47 libros de su leyenda. En España, Francia y América hay más de 500 títulos sobre su persona y su arte, y también una antología con 1,500 poemas. Este año recordó el centenario de su nacimiento (Córdoba, 1917) y los 70 años de su muerte (Linares, 1947). Han reeditado sus historias y multiplicado los homenajes. Manolete toreó en la plaza de Acho de Lima, el 12 de octubre de 1946, a un morlaco de La Viña llamado Turpial. Le cortó dos orejas y un rabo. Pero un sector del público protestó. El Califa tiró los apéndices a los tendidos, y solo paseó una oreja por el coso taurino puesto en pie. Esa tarde le acompañaban el mexicano Carlos Arruza y Juanito Belmonte hijo. Por aquellos días, entabló contactos con las Hermanas de la Caridad del Sanatorio Olavegoya de Jauja. Luego, desde Madrid, también les envío 2 cartas. Quería morir en la conocida ciudad andina del Perú porque la tuberculosis y su impenitente cigarrillo le habían destrozado los pulmones. Pero, vayamos al libro que hoy nos ocupa: Manolete: “Yo me mando” (Ed. Bellatera, 2017, 137 pág.) en el que Juan María Lara, amigo personal del diestro, intenta rebatir a través de apuntes y fotografías (algunas muy personales e inéditas), la insidiosa campaña de que el torero había sido manipulado por su madre doña Angustias y por conocidas personas del Opus Dei cercanas del dictador Francisco Franco. El franquismo utilizó la prensa, radio, televisión y a los escritores adictos hasta 1975, para presentarlo como un héroe civil de la españolidad, del buen hacer humano y con todos los valores que adornaban, por entonces, a un caballero cristiano, peninsular y arrobado hijo. Las habladurías llegaron al torero y él protestó. Dijo muchas veces: “Yo me mando” y nadie más. Nunca despreció un requerimiento amoroso ni una fiesta con licor y mujeres, desde las guapas más humildes hasta las encumbradas de alta sociedad, fueran solteras, casadas o viudas. Convivió sus 4 años últimos años con Lupe Sino, seudónimo de una actriz de cine, ante la admiración de unos y las cruces de otros. La llevó a México, la trajo a Lima y aireó su romance por playas exclusivas de España, Francia, Portugal, los madrileños saraos y cabarets. Lara dice: “Tanto su figura como su recuerdo y su obra fueron en gran medida usurpados por el establishment no solo taurino, sino también político y social de la época. Su pretendido ejemplo como persona sin tacha (entregado por completo a su profesión, sacrificado y abnegado al máximo, amantísimo hijo de su madre viuda…) fue manipulado de forma sistemática por el régimen franquista” (pág. 17). Manuel Rodríguez “Manolete”, era un hombre muy serio, taciturno, como enfadado, pensaba retirarse después de esa corrida. Había peleado con su novia, arrastraba una encendida discrepancia con su madre porque quería casarse con Lupe Sino. Ese 29 de agosto un toro de Miura, llamado Islero de 648 kilos, lo cogió haciéndole una brecha de 30 centímetros en la ingle, le perforó la vena y la arteria femorales. Intencionadamente dio todas las ventajas al toro… el diestro quería morir. Tal vez se suicidó.❧