Siempre he pensado que los libros tienen vida propia y que mientras estamos fuera de casa, ellos se mueven de un lado a otro, buscan el mejor lugar donde recibirnos y con frecuencia se aparecen, entre un montón de objetos caseros, como pidiendo ser atendidos. En estos días tan difíciles por la crisis política que nos aflige, de pronto apareció al lado de mi escritorio el tomo de Verano, la pequeña obra maestra que Albert Camus publicó en 1954 y que hoy parece estar aquí para darnos ánimos (palabra asociada con “alma”, especialmente el alma de los difuntos). El libro de Camus se lee y se relee con un deleite intacto, y nos recuerda la filiación del escritor francés a su natal Argelia, y en especial a Orán, una ciudad situada en la costa del Mar Mediterráneo. El escritor creció en Argelia y luego hizo los estudios universitarios en París, donde se iba a quedar a vivir. El mar y el sol son los protagonistas del libro de Camus: “El mundo empezaba allí cada día con una luz siempre nueva. ¡Oh, luz¡, ese es el grito de todos los personajes enfrentados, en el drama antiguo, a su destino. (…) En mitad del invierno aprendía que había en mí un verano invencible.” Verano es una mezcla de testimonios, apuntes y fragmentos. Una de sus premisas es el destino que espera a quienes han crecido bajo la bendición del sol y el mar. La luz líquida de ese “verano”, en el interior de sus habitantes les impedirá para siempre rendirse “ante el invierno de este mundo”. Es por eso que afirma: “Porque esto dice que no importa lo duro que el mundo empuja contra mí; dentro de mí hay algo más fuerte, algo mejor, empujando de vuelta.” Camus vivió en medio de la pobreza en Argelia. Su padre murió en la Primera Guerra Mundial y su madre no tenía recursos. Sin embargo, su tesoro fue el lujo de la naturaleza a su lado. Es por eso que afirma: “Creciendo con el mar mi pobreza ha sido fastuosa, luego he perdido el mar y todos los lujos me han parecido grises, la miseria intolerable. Desde entonces, espero. Aguardo que vuelvan las naves, la casa de aguas, el día límpido”. La visión de la naturaleza, el tesoro que iba a llevar siempre consigo, que iba a definir su vocación por la vida, no le impide algunas reflexiones sobre la política. Una de ellas me parece especialmente significativa: “La tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios sino sobre las faltas de los demócratas”. Otra frase tiene una vigencia universal y peruana en particular: “La estupidez insiste siempre”. Una de las frases más certeras de Camus es “En política son los medios los que deben justificar el fin”. Uno deduce en este libro la relación entre el entorno físico y la actitud vital de los hijos del mar: “Siempre tuve la impresión de vivir en altamar, amenazado, pero en corazón de una noble felicidad”. Por algún motivo, me vino la frase de Martín Adán para definir la noche de verano, como una integración de cielo y mar, en La casa de cartón: “Noche de verano vestida de cerveza negra con pardas espumas de estrellas.” La realidad no deja de abrumarnos pero las palabras se convierten en refugios y a la vez en interpretaciones de lo que ocurre. La luz del verano nos sostiene.❧