Ciudadana norteamericana. Fue sentenciada a 20 años de prisión por colaboración con el grupo terrorista autodenominado Movimiento Revolucionario Túpac Amaru. En 2010 se le dio el régimen de la semilibertad., En este Perú de 2015, Alberto Gálvez Olaechea (veinte años en prisión) presenta un libro en El Virrey, Peter Cárdenas (veinticinco años en prisión) da entrevistas en televisión y Lori Berenson (quince años en prisión) hace discretos trabajos de traducción para medios extranjeros. Los viejos “monstruos” del MRTA se humanizan ante nuestros ojos. PUEDES VER: Peter Cárdenas, ex cabecilla del MRTA, salió libre tras 25 años de prisión Todos ellos han acatado el imperativo moral del arrepentimiento. Por eso, cuando me dicen que Lori Berenson quiere hablar conmigo, intento eludir esa imagen polarizada que oscila entre la joven idealista neoyorkina, que un día decidió hacer la revolución latinoamericana y acabó en el MRTA, y la terrorista vociferante con la que el aparato mediático de Fujimori nos bombardeaba día y noche. Porque entre ambas, está la Berenson real, la que ha pasado quince años en prisiones peruanas, pagando por su colaboración con el MRTA y los últimos cinco en libertad bajo palabra intentando sacar adelante a un hijo pequeño como madre soltera. ¿Qué quiere decir ahora? Es lo primero que se me pasa por la cabeza. “Quiero hablar porque creo que mi caso puede servir para que se empiece a mirar esta historia de otra manera”, contesta. Así que hago un skype con una de las mujeres más odiadas de los noventa para preguntarle qué es exactamente lo que quiere que se mire de otra manera. Desde el otro lado de la cámara, Berenson me responde serena, con Salvador, su hijo de seis años, rondando y subiéndose a su regazo siempre que puede. Parece una madre hippie con un pasado agitado. “Lo que quisiera que se sepa es que nadie –por lo menos las personas como yo– quiere que eso se repita, pero sí que se entienda por qué ocurrió. Que hubo una realidad social que llevó a que la gente decidiera tomar ese rumbo, que no era una cosa de unos locos”. Pero hay una razón más por la que Lori quiere hablar precisamente ahora: hoy se cumplen los veinte años de condena a los que fue sentenciada y es probable que mañana mismo viaje a EE.UU. para no volver jamás, ya que se activa su expulsión definitiva del Perú. “Tengo pasajes reservados. Mi pasaporte dice que tengo permiso de estadía hasta el día 29. Nos iremos mi hijo y yo, los dos solos. Llego a Nueva York. Si mis padres están trabajando irá mi tío a recogernos”. Si todo sigue sus cauces normales te vas mañana del Perú. ¿Cuáles serían tus palabras de despedida? Quisiera expresar mi hondo pesar por las víctimas del conflicto armado interno en el Perú, al que estuve vinculada por mi colaboración con el MRTA. Lamento profundamente lo sufrido por todas las personas afectadas directa o indirectamente por el conflicto; y a las personas que se han sentido afectadas u ofendidas por mis palabras o mis actos, les pido perdón. En estos momentos la sociedad peruana sigue en un proceso, creo, de reflexión sobre lo que ocurrió en los años de violencia… ¿Cuál sería la tuya como una de sus protagonistas? Jamás fui una protagonista. Participé, y mi forma de ver el mundo tuvo que ver con cómo se entendía en esa época la violencia, como una forma de promover el cambio social. ¿El MRTA está extinguido? Hasta donde yo sé, sí. Por lo menos no conozco ningún caso de reincidencia. Según la Comisión de la Verdad, un 1,8 % de las víctimas de la guerra interna las causó el MRTA frente al 54 % que causó Sendero Luminoso. ¿Cómo le explicarías la diferencia entre SL y el MRTA a un joven que no vivió esa época? Hay diferencias ideológicas, pragmáticas, políticas. También en el uso de armas de destrucción masiva, como coches bombas; el MRTA cometió asesinatos que sí son condenables, pero que yo sepa no hubo masacres. En todo caso, aunque sea solo un 1,8% es mucho, sea lo que sea, es mucho. Y, aunque yo no lo haya causado, asumo mi responsabilidad. Para la Comisión de la Verdad el MRTA sí cometió al menos una matanza, la de ocho personas en Tarapoto, que luego reivindicaron como un crimen moral, porque se trataba de homosexuales. Es absolutamente cierto que el referido caso del asesinato de homosexuales en la región San Martín por parte de MRTA fue un hecho de barbarie injustificable. Sin embargo, creo que se dio solo en esa zona en ese momento y no representó una política o una forma de ver de la organización, por eso no lo llamé masacre, eso no quita en absoluto lo abominable del acto. Sé que este hecho (el haber asesinado a estas ocho personas) fue asumido como un grave error y me imagino que así debió ser expresado públicamente en algún momento. Lo que más se recuerda de ti es que dijiste que los del MRTA no eran terroristas. ¿Hoy estás dispuesta a aceptar que el MRTA sí cometió actos de terrorismo? Una cosa es decir que se cometieron actos a todas luces condenables, eso sí. Pero cuando digo que no son delincuentes terroristas quiero decir que no todos sus actos —o la gran mayoría de sus actos— tuvieron como finalidad crear zozobra o terror, o que tenían blancos en la población civil, porque eso no fue así. Se produjeron actos que yo misma condeno, sí, pero yo no hablo ni de santos ni demonios. Puede que su finalidad no fuera causar terror, que sus metas fueran otras, pero es un hecho que lo causaban. ¿No crees? Por lo que he leído y escuchado sobre los años más cruentos de la violencia –que fue antes de mi llegada al Perú–, se impuso una dinámica de guerra, si se quiere. Entonces cada acto –no importa quién lo hiciera ni cómo– seguramente alimentó dicha dinámica. Entonces sí, no obstante las intenciones, creo que en algunos momentos fue así. ¿Ibas a ser canjeada por los rehenes de la residencia del embajador japonés? Eso dicen. ¿Qué recuerdas del día en que Fujimori entró con sus comandos? Estaba en Yanamayo, recuerdo que me enteré una noche. Fue muy duro porque vivía con personas que perdieron familiares allí, como Nancy Gilvonio [esposa de Nestor Cerpa], por ejemplo. Las guardias nos decían que tuviéramos cuidado, que tenían orden de disparar. ¿Cuánto tuvo que ver Washington en tu liberación? Han estado atentos a que se cumpla la sentencia como corresponde, sobre todo por la forma arbitraria en que me devolvieron a la cárcel en 2010, por una minucia técnica. Pero no creo que hayan ejercido presión. Cuando me metieron en Yanamayo mis padres sí hablaron con muchos congresistas en EEUU. Y es que el hecho de haberme juzgado a cadena perpetua por traición a la patria era no solo aberrante, sino ilógico. ¿Te sientes parte de los vencidos? Claro, de alguna manera sí. Creo que la experiencia carcelaria, de gran ensañamiento contra los presos, y la manera en que se aborda el tema de la violencia política hoy en día están determinadas por la condición de “vencidos”. Los vencedores siempre escriben la historia de una manera favorable para ellos, en que la única versión aceptable es aquella de los victoriosos, que demoniza a los vencidos. Más parece una película de Disney en la que los malos son recontra malos y los buenos son recontra buenos, cuando la vida no ha sido así, ni lo será nunca. Hay muchos matices de gris, y seguramente a la larga se conocerá con mayor detalle. Espero que más temprano que tarde. Cuenta Peter Cárdenas que hoy lo saludan por la calle con tranquilidad. Me parece positivo y saludable. Al menos, se está aceptando el Estado de derecho en el que las penas se cumplen y eso es bueno. Creo que se podría hacer más si se acepta a la gente con sus diferentes puntos de vista. Y trabajar juntos en lugar de utilizar a un grupo de adversarios que ya fueron derrotados como chivos expiatorios. Porque se crea toda una mitificación. Yo crecí en los años de la Guerra Fría. De niña pensaba: “¿Será que los rusos son tan malos?”. Es mucho más saludable abordarlos, como en los libros de José Carlos Aguero, Lurgio Gavilán o en el Informe de la Comisión de la Verdad. Los Rendidos de Aguero es el testimonio de un hijo de padres que militaron en Sendero. Ahora que eres madre, ¿qué pensaste al leerlo? Me hizo pensar en la responsabilidad que tenemos las que decidimos ser madres. Para todas las mamás que conozco y que son exprisioneras, la prioridad máxima es sacar adelante a nuestros hijos. Este libro me conmovió mucho porque yo conozco los dos lados. Conozco papás e hijos con esas experiencias y sé que es un tema importante. Me alegra que alguien lo haya sacado a la luz. Tenemos que asumir que nuestros hijos también sienten y padecen lo que hicimos. Salvador crecerá y también tendrá preguntas para ti… Hay cosas que sabe y cosas que son difíciles de explicar, por eso he preferido esperar el momento propicio. Me pregunta, por ejemplo, por qué no sabemos qué día exactamente nos vamos del Perú. Entonces le explico que yo necesito un permiso especial para salir y no sé si me lo darán ese día... ¿Cuál sería la respuesta a la pregunta de "Mamá, ¿por qué dicen que eres terrorista?”? Le contaría que yo participé en esfuerzos para cambiar situaciones que son injustas, como la exclusión social relacionada a la pobreza, a la desigualdad, pero en ese esfuerzo hice algo que la ley prohíbe y tuve que ir a la cárcel. La palabra terrorista significa una persona que causa o provoca terror en la población, y eso es algo que no he hecho, aunque me llamen así, yo no soy terrorista. Parafraseando el libro de Gálvez Olaechea, uno de los dirigentes del MRTA, quien salió también este año, ¿tu palabra está también desarmada? Sí, por supuesto. Creo en la necesidad de un mundo más justo pero por voluntad popular, sin que eso me impida ver los defectos que tienen muchas de nuestras democracias. No todo está en las elecciones sino en cómo tú buscas hacer cambios, mejoras en tu comunidad. Intentar cambiar las cosas a través de la violencia correspondió a una etapa, pero ya no es ese momento. De estos cinco años de libertad vigilada en el Perú, ¿qué ha sido lo más difícil? Quizás vivir en una burbuja con un niño pequeño. He estado trabajando desde mi casa, completando mis estudios universitarios, pero en un estado de autoaislamiento, debido a las circunstancias. Te gritan terrorista en la calle. A veces me gritan, pero yo nunca contesto, creo que en cinco años solo he contestado una vez. Antes ni siquiera volteaba, últimamente sí volteo, aunque sea para ver quién me grita. Una mujer llamó a la radio para decir que te había visto en una combi con tu hijo y que te había preguntado qué sentirías si lo mataran. Ese fue solo un incidente, pero he sufrido muchísimas amenazas. Quizá ocho amenazas directas a mi niño, en persona, por teléfono o por el intercomunicador. ¿Salvador fue tu salvación? Salvador es mi adoración, mi gran amor y también un desafío para mí, pero no creo que haya sido mi salvación. Son diversos los factores que hicieron posible que saliera adelante, principalmente el convencimiento de que había que luchar y tener confianza en el futuro. ¿Qué tienes ganas de hacer ahora? Empezar a trabajar fuera de casa. También quiero recuperar mi identidad política-social, volver a las protestas cuando así lo sienta necesario. ¿Cómo será tu situación legal en EEUU? Normal. ¿Qué estudias ahora? Estoy terminando Salud Pública, por internet, en un campus virtual americano. Me queda un año. La libertad. ¿Qué valor tiene para ti? ¿Uno idealiza la libertad? Sí, creo que uno idealiza la libertad estando preso y es lo natural. Las condiciones carcelarias han sido durísimas y para muchos lo siguen siendo. Pero estar fuera de la cárcel no significa una libertad absoluta. Estamos inmersos en una sociedad conservadora, en la que plantear ciertas preocupaciones sociales o propuestas políticas perfectamente lícitas está prohibido, y no solo para los “vencidos”, sino en general para quienes piensan distinto. ¿Le debes algo a alguien en este país? Sí, y por eso quiero expresar mi más sincero agradecimiento a quienes me han brindado cariño y solidaridad a lo largo de estos años. Y a las personas e instituciones con las que he tenido contacto por mi hijo, y que han trabajado con él brindándole su apoyo profesional o en la escuela, con mucha dedicación a pesar del estigma social asociado con mi persona. ¿Que quieres olvidar y qué quieres recordar siempre de un país que casi con seguridad no podrás volver a pisar? El país de tu hijo. Yo quiero vivir mi vida de manera plena. No estoy empecinada en carcomerme por esa historia pasada, pero tampoco voy a negarla. Es parte de quién soy y de quién seré, al margen del lugar donde me encuentre. Tengo un deber moral con la memoria de esa violencia, por lo que significó para el país, y para quienes la siguen padeciendo. Relegar cosas al olvido es forjar la desmemoria, y pienso que toda experiencia, mala o buena, debe servir para aprender y para salir adelante, como individuos o como grupos humanos.