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Política

Francisco Sagasti, jugar a la vida

Multifacético. El presidente de la transición es también un inquieto intelectual y creador musical. Los libros, la música y la vocación por contribuir son constantes que lo perfilan.

“Esto de jugar a la vida es algo que a veces duele”, dice la canción que embelesó a Francisco Sagasti, hoy presidente del Perú, en su juventud y que lo llevó a participar en la producción de un álbum: Jugar a la vida, de la cantante Mónica Gastelumendi.

“Y de nuevo en la calle me remiendo la ilusión. Y de nuevo en la calle yo me muerdo el corazón”, sigue ya cerca del final.

Compuesta por el mexicano Enrique Ballesté, en canción de protesta en 1970, resonaría en el hoy de Sagasti: la vida, en la política, en luto por la crisis y la calle para remendar la esperanza.

La música es otra faceta de Sagasti. Marcado por ‘Jugar a la vida’, halló a su intérprete ideal al oír en casa de un amigo a la joven Gastelumendi, ya en este siglo. Juntos han hecho el disco y unos conciertos en que incluyeron composiciones de Sagasti.

“Tiene una energía positivamente contagiante y en la música, siempre ganas de estar relacionado con nuevos proyectos. Sabiendo que estaba en proceso de mi primer disco solista, me sugiere arreglar e interpretar ‘Jugar a la vida’. El estribillo habla de los vaivenes de la vida y es muy simbólico para los tiempos actuales”, cuenta Gastelumendi.

“Después, me enseñó al piano canciones suyas que quería grabar. Se animó a encomendarnos al pianista Javier Pérez-Saco y a mí la producción de un disco de seis de sus temas”, añade.

La primera canción de ‘El Flaco’, como lo conoce, fue un vals que regaló a su padre, Francisco (Paco) Sagasti Miller, al cumplir 88 años: “Caballero de antaño”, que rememora la Lima anterior y lo que perdura. El ahora jefe de Estado canta en un videoclip.

“Telón de fondo para mis primeras visitas a Caretas, siendo aún estudiante de primaria y de la mano de mi madre cuando iba a dejarle a Doris Gibson los artículos que firmaba como ‘Doña Cándida’. Escenario también de paseos con mi padre, saliendo de El Comercio”, escribió sobre esa ciudad, en la citada revista.

Sus padres, Paco Sagasti y Elsa Hochhausler, austriaca, fueron periodistas también multifacéticos y agudos. El presidente de la transición reconoce que se ha ido pareciendo más a ellos.

“A medida que vamos avanzando en la vida, y una vez que cruzamos las barreras de los 50, 60 y 70 años, empezamos a darnos cuenta de cuánto hay de nuestros padres en nosotros mismos. Esto nos desconcierta, en parte porque incomoda tomar conciencia que de jóvenes peleábamos contra lo que somos ahora”, dijo al presentar el libro sobre su madre, Así era Elsa, de la periodista Bertha de León.

Música, libros, contribuir

Nacido en los Barrios Altos de Lima de los cuarenta, ‘El Flaco’ ha vivido diferentes épocas. La música, libros y la vocación por aportar son sus constantes.

En su casa hay libros casi en todas partes. En lugar especial, un retrato de su abuelo, Francisco Sagasti Saldaña, héroe de Tarapacá y rebelde, con Andrés A. Cáceres en la guerra con Chile.

‘El Flaco’ destacó desde joven. En la Universidad Nacional de Ingeniería fue dirigente estudiantil. De su promoción fueron Jaime Yoshiyama y Juan Luis Cipriani, entre otros conocidos.

En esos años, nace su amistad con Max Hernández, quien presidía la Federación de Estudiantes del Perú, hoy a cargo del Acuerdo Nacional y psicoanalista.

“Teníamos él y yo cierta simpatía por el socialprogresismo sin ser ni él ni yo militantes, probablemente yo más a la izquierda que él”, evoca Hernández.

Al egresar, Sagasti fue a Inglaterra becado y trabajó en una importante firma. Pasó luego a Estados Unidos a hacer sus posgrados, donde incursionó en los temas de ciencia y la tecnología.

“En Londres, hablamos mucho. Se interesó por el psicoanálisis sobre la lógica de las organizaciones”, cuenta Hernández.

De vuelta en el Perú, respondió el llamado del gobierno militar para armar el plan nacional de desarrollo científico y tecnológico. Su madre había dejado el país en rechazo al régimen. Luego Sagasti también se apartó.

“Tuvo algo que ver con las enseñanzas de mi madre. Fui llamado por el almirante Jiménez de Lucio para asesorarlo en ciencia y tecnología, pero cuando él salió lo reemplazaron personas sin su calidad intelectual, integridad y compromiso con el país. Me pregunté: ‘Si me quedo, ¿podré seguir contribuyendo al Perú? ¿O estaré solo apoyando a autoridades que no respeto?’ Cuando la respuesta fue ‘no lo sé’, renuncié”, ha contado Sagasti.

Su relación con el régimen también le sirvió para ir a Chile en 1974 y traer a las hijas de su entonces novia, Leonor Giusti, en riesgo por el golpe pinochetista.

Diálogo y mentoría

Sagasti cambió el rumbo: fundó el centro de investigación Grade, enseñó en universidades y trabajó para organismos internacionales, entre ellos la ONU.

Además de la curiosidad intelectual, fue acentuando vocaciones de mentoría y de diálogo.

“Lo conocí en el 78, cuando fui su alumno. Fue mi asesor de tesis. Me motivó mucho a hacerla y estudiar afuera un tiempo. Disfruta mucho de ser mentor. Trabaja con jóvenes y los ayuda”, testimonia el periodista y economista Augusto Álvarez Rodrich.

En los ochenta, siendo jefe de planeamiento del Banco Mundial, se reencuentra con Hernández en Estados Unidos. Otra vez buscan cómo aportar al Perú.

“Pensamos en unir esfuerzos para contribuir con quien ganara las elecciones, que parecía ser Vargas Llosa, aunque se había radicalizado”, dice Hernández.

Ese plan se truncó por el ascenso de Alberto Fujimori y su golpe de Estado. Con lo avanzado, Sagasti y Hernández hicieron el programa Agenda Perú.

“Queríamos una visión interdisciplinaria”, anota Hernández.

De ese modo, abordaron problemáticas con distintas voces.

“Siempre tuvo mucha capacidad de hablar con gente que piensa diferente y reconocer que en cada uno hay algo valioso. En Agenda Perú reflejó eso: aproximarse a gente diferente para incorporar puntos de vista sobre el Perú”, refiere Álvarez.

Otra gran amistad la tuvo con el recordado periodista Enrique Zileri, de Caretas.

“Fue un gran amigo de mi padre. En sus últimos años lo recogía y llevaba a todos lados”, dice Diana, hija del legendario director de la revista.

En 1996, Sagasti fue rehén del MRTA en la Embajada del Japón por 3 días. Escribió un diario que publicó Caretas con la firma que sacó a Cerpa Cartolini y sirvió para identificarlo.

“Estoy por irme de la recepción (...). Escucho una bomba, algo que parecían cohetes o disparos en el jardín. Estoy en medio de gente que corre hacia la casa; trato de caminar, pero algunas personas se están atropellando, empujando y maltratando”, inicia el relato.

Mostró calma entre el caos.

Ahora, ante el caos, fue visto para traer calma. Gran reto.

Sus lazos con Costa Rica y el vecino del sur

Sagasti tiene nacionalidad costarricense por naturalización. Su última esposa fue la política costarricense Silvia Charpentier, con quien tiene una hija.

Según los especialistas, la nacionalidad peruana efectiva prevalece y que cada país determina en sus leyes quiénes pueden tener su nacionalidad. La Ley 26574 determina que nadie pierde su nacionalidad peruana por detentar otra nacionalidad, salvo que haga renuncia expresa.

Sagasti dice hacer cumplido con el “servicio marital obligatorio” al haber estado casado por 37 años. Además de Charpentier, lo estuvo con la chilena Leonor Giusti. Sagasti se ocupó de las cuatro hijas de Giusti luego del golpe de Augusto Pinochet.

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Periodista peruano con experiencia en diversos medios de comunicación, principalmente sobre asuntos políticos y sociales. Graduado de Periodismo en la Pontificia Universidad Católica del Perú y Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.