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Política

Fragmentados, radicales y vacíos

“La campaña termina sin un consenso mínimo. La política ha recuperado su autonomía respecto a la sociedad y no lo ha usado bien”.

Fragmentados, radicales y vacíos
Fragmentados, radicales y vacíos

A pocos días del 26 de enero, el balance de la campaña arroja resultados impensados luego de la disolución del Congreso. A lo advertido como sus rasgos esenciales, la desmovilización del electorado y la falta de grandes ideas para la transición, se agregan la fragmentación de los discursos y su radicalización vacía.

Hizo falta un pacto democrático explícito que hubiese llevado a que las opciones reformistas acuerden una ruta de la transición. Al contrario, la campaña termina con el encono de todos contra todos, sin reparo sobre lo fundamental, como lo demuestra la reacción a las declaraciones de Julio Guzmán, al que la izquierda ha convertido en el adversario principal, para satisfacción de la derecha.

La campaña termina sin un consenso mínimo. La política ha recuperado su autonomía respecto a la sociedad y no lo ha usado bien. Adolece de un sentido unificador, lo que se habría evitado si los líderes nacionales hubiesen protagonizado las elecciones más tempranamente. Las pequeñas promesas han ganado y con ello la gesta individual: mi programa, mis compromisos, mi discurso, mis proyectos de ley, mi canción y mi deslinde; un mío mío mayor que en el pasado.

Se ha dicho tanto de nuestra república –inconclusa, embrujada, sin ciudadanos y utópica– pero quizás su principal problema sea su fragmentación; 200 años después, Bernardo Monteagudo tiene más razón que nunca.

No es una buena señal que los discursos se radicalizaran vaciándose de contenido. Es una evolución extremista del lenguaje político que opera en otros países, aunque en nuestro caso es total la privación de mensajes movilizadores constructivos. El aumento del desgano electoral se debe en parte a la línea muy difusa que separa lo nuevo de lo viejo, unidos sin embargo en un lenguaje bronco y chato. Hay algunos casos muy risibles de quienes pretenden renovar la política usando las formas tradicionales de ella.

En la ruta de la campaña radical se ha dejado hasta lo imprescindible. La estrategia de sustentar la oferta electoral en la supresión de la inmunidad parlamentaria y la rebaja del sueldo de los congresistas ha sido tan común como desastrosa; no les ha reportado un solo voto y en cambio, los grupos “renovadores” han perdido la oportunidad de diferenciarse respecto a las reformas de fondo en el sistema político y de justicia.

Me preocupa particularmente la izquierda y el centro. Sobre la primera sigo pensando que el problema no es la división sino la falta de perfil, proyecto y liderazgo, y por eso realiza una campaña alejada de los movimientos sociales, y se ha olvidado, inclusive, de poner la Asamblea Constituyente como oferta básica. Y sobre la segunda, ha desperdiciado la oportunidad de proponer un nuevo pacto social, una nueva comunidad nacional. Un centro pasivo, no es un centro, es un corcho que flota.

Lo bueno de la campaña que culmina es la demostración de que la política peruana ya no puede suministrar grandes derroteros, con lo que aparece una primera conclusión, que las elecciones del 26 de enero no funcionarán como un impulso democrático. Hay que hacerse cargo de esta realidad para buscar nuevas respuestas para la brecha que se ensancha entre un país que pide una dimensión de cambio que sus líderes no están dispuestos a dar. Otra política es urgente.

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