“Cualquier error que cometa el mandatario puede ser utilizado para lograr su objetivo de vacarlo, pese al apoyo de la población”.,Es evidente que nuestra sociedad se encuentra inmersa en una etapa crítica en la antigua lucha contra la corrupción. La agitación hiperactiva de personajes como Alan García, cuyo destino es más incierto que nunca en su larga trayectoria, es una de las tantas comprobaciones de que vivimos un periodo cuyas consecuencias serán profundas. “Nuestros corruptos”, como los llama el fiscal José Domingo Pérez en la entrevista que da a La República, saben que el fin del verano puede ser el inicio de su larga noche. Cuando por fin se hagan públicas las declaraciones de los ejecutivos de Odebrecht, arderá Troya. El tiempo apremia. La gente lo sabe también. Todos vemos cómo mueven sus piezas para intentar desestabilizar esta pelea a su favor. Chávarry no lo consiguió, pero eso no significa que estén derrotados. Ya lograron sacar al juez Concepción Carhuancho, intempesta nocte. Ahora van por el presidente Vizcarra. Cualquier error que cometa el mandatario puede ser utilizado para lograr su objetivo de vacarlo, pese al apoyo de la población. En paralelo, buscan sabotear el acuerdo de delación con los brasileños a como dé lugar. En suma, en una situación de tan alta intensidad, reina una sensación de esperanza no exenta de zozobra. Estamos tan cerca de deshacernos de uno de los principales obstáculos para el desarrollo del Perú, y al mismo tiempo sufrimos por el temor de que, una vez más, el pan se nos queme en la puerta del horno. A nuestro favor está el trabajo de fiscales y jueces literalmente excepcionales, en un Poder Judicial a cuya podredumbre nos habíamos resignado. Imagino que para ellos debe ser muy reconfortante ver que su valentía es recompensada por el aprecio de la ciudadanía. Por otro lado, la descomposición desenfrenada de Fuerza Popular facilita la tarea de limpiar en algo una política cada vez más desacreditada. Al mismo tiempo impide que arrasen con el empeño de impartir justicia. Es interesante observar la pulsión autodestructiva que los ha llevado a dilapidar casi todo su capital político. No obstante, el núcleo duro que se encuentra acorralado está dispuesto a todo, como bien sabemos. El hecho de que Keiko Fujimori se haya manejado con tanta ineptitud no debe hacer que nos confiemos. La desesperación es una emoción muy peligrosa, tal como vemos en las declaraciones de sus defensores en la prensa y las redes, quienes no vacilan en lanzar interpretaciones descaradamente reñidas con la realidad. Saben que son mentiras, pero insisten, apostando a que no se logre cumplir el objetivo de llevar la operación Lava Jato a buen puerto. Pero el factor más poderoso, con distancia, es la reacción de la ciudadanía. Es sorprendente el anhelo de justicia que se ha manifestado, una y otra vez, en las calles de nuestras ciudades. Si esa llama se mantiene viva, esta puede ser una oportunidad inigualable de hacer un cambio en la historia de nuestra corrupción, parafraseando tanto al fiscal Pérez como al historiador Quiroz.