“Calla en todos los idiomas cuando se trata de cientos de normas de distinto rango que distorsionan groseramente las pautas de una libre competencia”.,En gran medida, es culpa del ciego liberalismo peruano que un grupo de parlamentarios bien intencionados pero que, bajo los parámetros ortodoxos, son cuestionablemente liberales, se apropie del término y se autodenomine Bancada Liberal. Por cierto, nadie es dueño de ningún término y cada quien puede bautizarse a sí mismo como mejor le convenga. Hay además antecedentes o referentes de que en otros países se denominan “liberales” movimientos o agrupaciones que distan mucho del liberalismo tal como se le ha entendido habitualmente en el Perú. Pero ello no es óbice para no discutir hasta qué punto basta adscribir a unos principios políticos liberales, más no económicos, para hacerse del nombre. En principio, resulta positivo que se enfaticen las libertades políticas asociadas al liberalismo, como lo hace esta bancada, pero si uno analiza su declaración de principios económicos, ella se asemeja más a una línea socialdemócrata o socialcristiana que propiamente liberal. Ser liberal en lo económico, es decir creer en la economía de mercado, debiera ser parte constitutiva de cualquiera que se diga liberal en el Perú. El problema, sin embargo, es que muchos autonombrados liberales peruanos han propiciado el uso castrado del término al ser ellos anuentes y solícitos frente a opciones autoritarias y abiertamente antidemocráticas al amparo, tan solo, de la existencia de una propuesta económicamente liberal. De esa especie está lleno el predio liberal, sin que se haya producido una justificada sangría o purga ideológica, ni siquiera en el ámbito del debate público. Por ello, en el habitualmente desértico imaginario conceptual del liberalismo peruano brillan como grandes referentes “liberales” chilenos como José Piñera –el fundador del sistema de AFPs– o Hernán Buchi. Eran invitados recurrentes a cuanto evento empresarial se organizaba con el aplauso de nuestro liberalismo criollo. Y ambos fueron funcionarios estelares del pinochetismo duro y aún hasta hoy se permiten el lujo de justificar el golpe militar. Es el liberalismo pueril, que aborrece del populismo cuando “favorece” a las grandes mayorías y monta grandes algaradas ideológicas, pero calla en todos los idiomas cuando se trata de cientos de normas de distinto rango que distorsionan groseramente las pautas de una libre competencia y economía de mercado, y benefician a los grandes grupos de poder (es el caso, por ejemplo, de ese generalizado sistema de exacción de los bolsillos populares a favor de cuatro o cinco conglomerados financieros, llamado sistema privado de pensiones). Es el liberalismo machito contra el comunismo ya casi extinguido y persecutor de una izquierda poco incidente en el quehacer gubernativo, pero que se hace de la vista gorda cuando a su costado transitan gollerías inadmisibles a favor de los dueños del capital. Duro con el populismo –que está bien-, pero blandito con el mercantilismo, que es el verdadero gran enemigo del liberalismo, por su incidencia enorme en las políticas públicas y el inmenso poder que albergan quienes medran de ese sistema. Es el liberalismo obsesionado en patear a un muerto político, como es el marxismo y sus sucedáneos, y no es capaz de agitar ninguna bandera cuando está frente a una grosera vulneración de los criterios mínimos de una economía de mercado, como son los grandes privilegios rentistas de la burguesía criolla. Con esos antecedentes, el liberalismo nativo qué autoridad moral puede tener para poner en entredicho a quienes interpretan particularmente la heredad liberal y se la apropian terminológicamente. Lo más probable es que la lucha libertaria de un congresista como Alberto de Belaunde en materia de los derechos de la comunidad LGTBI, a pesar de no ir acompañada de un prédica libremercadista, sea más liberal que la de quienes se regodean con purismos metodológicos (a niveles francamente ridículos de debate), pero en la práctica se rinden ante autoritarismos antidemocráticos o ante mañas mercantilistas. -La del estribo: la idolatría popular a fiscales como Juan Domingo Pérez o jueces como Richard Concepción Carhuancho nos está haciendo soslayar que lo que está haciéndose con las prisiones preventivas es un exceso peligroso. Keiko Fujimori, Pier Figari, Ana Vega, Vicente Silva, o –en otro ámbito- Edwin Oviedo, deberían salir en libertad y así afrontar las investigaciones fiscales o judiciales, y eventualmente los juicios que se les impongan. Eso es lo normal y lo correcto. Lo que se está viendo en el Perú es barbarie judicial so pretexto del rigor contra la corrupción.