El “populismo de izquierda” tiene fines muy distintos al “populismo de derecha”. Al igualarlos, lo que se pretende es “demonizar” la palabra populismo y a los grupos de izquierda que cuestionan radicalmente el orden establecido.,Este 29 de diciembre la Fundación del Español Urgente, promovida por la Agencia EFE y el BBVA, dará a conocer la “palabra del año 2018”. Entre las doce palabras preseleccionadas está nacionalpopulismo. La palabra que caracterizó el 2015 fue refugiado. Al año siguiente fue populismo, y el 2017 fue “aporofobia”, palabra que significa un rechazo y hasta miedo por la pobreza y los pobres. Si se analiza lo que está sucediendo hoy en Europa no sería extraño que la palabra seleccionada para este año, 2018, por la Fundación del Español Urgente fuese “nacionalpopulismo”, que es una manera de nombrar a los movimientos políticos de izquierda y derecha que cuestionan de manera distinta el orden establecido. El “populismo de izquierda” tiene fines muy distintos al “populismo de derecha”. Al igualarlos, lo que hoy es muy común, lo que se pretende es “demonizar” la palabra populismo (algo que ya viene sucediendo hace años) y a los grupos de izquierda que cuestionan radicalmente el orden establecido. También asociar el “nacionalpopulismo” con “nacionalsocialismo”, que fue el nombre del partido nazi en la Alemania del siglo pasado. Lo que muestra la poca capacidad de las elites transnacionales de renunciar a sus privilegios y del propio sistema de reformar una democracia republicana que hace buen tiempo está en crisis. Owen Jones, autor del libro “Chavs: La demonización de la clase obrera”, afirma que “demonizar a los de abajo ha sido un medio conveniente de justificar una sociedad desigual…”. Según Jones, la clase trabajadora inglesa, luego del thatcherismo y de la eliminación de la palabra “clase” en el análisis sociológico y político, ha pasado a ser una “clase blanca trabajadora” y, por lo tanto, “otra minoría étnica…desorientada por el multiculturalismo y obsesionada con defender la identidad de los estragos de la inmigración en masa”. Por eso el miedo lo tienen tanto los de arriba como los abajo. En este sentido es mejor calificar a estos “populismos de derecha”, como dice Enzo Traverso (“Las nuevas caras de la derecha”), como movimientos posfascistas en el siglo XXI ya que son “un fenómeno transitorio, en transformación, que todavía no ha cristalizado”. Para Traverso, el posfascismo se ha emancipado del fascismo clásico y de los grupos neofascistas que surgieron hace varias décadas en Europa: “Quieren transformar el sistema desde dentro, cuando el fascismo clásico quería cambiar todo”. Y si bien todo ello es cierto, la pregunta es cuándo estos movimientos de ultraderecha dejarán de ser transitorios para cristalizar una identidad propia. Una posibilidad la plantea el propio Traverso cuando señala que ello sucederá cuando frente a una situación caótica y prolongada, donde todo es posible, estos grupos posfascistas (al igual que los nazis) dejen su condición de movimientos minoritarios “de plebeyos enfurecidos para convertirse en interlocutores de los grandes Konzerne (consorcios y empresas), de las elites industriales y financieras y luego del ejército”. Para que eso suceda, por un lado, las elites tienen que aceptarlos como una posibilidad de gobierno, y por el otro, estos grupos deben ganar mayor legitimidad política y aumentar su caudal electoral. Hoy el crecimiento electoral de estos grupos de ultraderecha en la casi totalidad de países de Europa es un dato de la realidad. Por eso creo que el próximo año bien puede ser el año de la definición de estos grupos con la clara conciencia de que lo que los une con el fascismo clásico (y diría con las elites) es un enfermizo anticomunismo y conservadurismo, una fobia a la democracia como también al progresismo, a la modernidad, a los migrantes y a los “distintos”. En este contexto el triunfo electoral de Jair Bolsonaro en Brasil bien puede ser el inicio de esta etapa posfascista en nuestra región, es decir del fortalecimiento de los grupos de ultraderecha que, aliados con las elites empresariales, e integrados por sectores conservadores, católicos, evangélicos, pentecostales y militares, aspiren al gobierno para combatir una globalización gobernada por lo que ellos llaman el “marxismo cultural”, a los izquierdistas, a los que luchan por los trabajadores, por la diversidad y la igualdad de las mujeres, etc. Es decir, el 2019, podría ser el inicio de una larga noche.