[Alan García] Para salvarse del trabajo del fiscal Pérez, está dispuesto a llevarse por delante los escombros de su partido y la buena imagen del país. ,Haciendo honor a su reputación, el investigado expresidente Alan García está evadiendo a la justicia peruana, ocultándose tras las cortinas de la embajada de Uruguay. Los delitos por los que se le investiga se sustentan en numerosos indicios, que el fiscal Pérez ha recopilado con la acuciosidad a las que ya nos tiene habituados. Por su parte, el líder aprista, quien solía desafiar al Poder Judicial con declaraciones tales como “A mí nunca me van a encontrar actos de corrupción” o, más recientemente, “¡demuéstrenlo, pues, imbéciles!”, optó por aprovechar la noble tradición del derecho de asilo para fugarse. Esta maniobra es coherente con su trayectoria. Acostumbrado a salirse con la suya, pese a no tener ingresos acordes con sus costosas propiedades en lugares tan exclusivos como el barrio 16 en París (los cien mil dólares por conferencia son muy posteriores a esa compra), pretende engañar al Gobierno uruguayo haciéndose pasar por perseguido político. La maniobra es burda. Primero anunció un golpe de Estado un día domingo, cuya clamorosa disociación con la realidad intentó maquillar. Él se habría estado refiriendo al copamiento de las instituciones, tal como ocurrió durante el fujimontesinismo. Nadie serio le creyó en el Perú, por supuesto. Pero no sabemos si era una estrategia para confundir a la opinión uruguaya. Escribo estas líneas desde Buenos Aires, ciudad a la que acudí invitado al congreso de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). Varios de los asistentes eran uruguayos. Por este motivo les pregunté si sabían del caso García. Me di con la sorpresa de que no estaban enterados, lo cual me preocupó. Estas personas son psicoanalistas de un elevado nivel cultural, al tanto de lo que sucede en el mundo a diversos niveles. Lo cual resulta inquietante pues revela un aspecto de la estrategia de García que es preciso tomar en cuenta. Una vez más, intenta sorprender a la opinión pública. Solo que se trata de la uruguaya, pues en el Perú, como sabemos, su credibilidad se ha esfumado. Para ello apela, como queda dicho, a la tradición uruguaya de acoger a las víctimas de persecución por parte de dictaduras. Como esto es inconsistente con la situación actual del Perú, en donde hay una irrestricta libertad de prensa y opinión, ha procurado confundir a la cancillería oriental –así los llaman en Argentina– enlodando la imagen internacional del Perú. Para ello cuenta con la complicidad suicida de su partido –o por lo menos de sus dirigentes más conspicuos–, el cual ha perdido todo sentido del decoro y la dignidad. Estos actos son nocivos en tantos niveles que no alcanzan las líneas de esta columna para enumerarlos. Para salvarse del trabajo, inesperado por su seriedad y eficiencia, del fiscal Pérez, está dispuesto ha llevarse por delante los escombros de su partido y la buena imagen del país. De la suya, como sabemos, solo quedaba la estela de un corrupto hábil para pasar entre las mallas de la justicia. Como diría Osvaldo Soriano, parafraseando a Raymond Chandler: “triste, solitario y final”.