"En Brasil se tiene que enfrentar la corrupción y la crisis económica. Pero el autoritarismo de Bolsonaro sazonado con el liberalismo económico “a la Guedes” va camino de colisión con la democracia".,Con el triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil y el nombramiento de Paulo Guedes como ministro de economía, vuelve al primer plano la discusión sobre un programa económico neoliberal en la Región. Guedes, un “Chicago Boy” asesor de Pinochet en Chile en los 70, aplicará un “shock” económico para bajar el déficit fiscal de 7.7% a 0% del PBI en un solo año. Para ello dice que necesita mucho poder: Economía va a ser un super ministerio y absorberá Trabajo, Planeamiento y el Ministro de Industria, Comercio Exterior y Servicios. Guedes va a bajar los aranceles, reducir el Estado, vender las empresas públicas, cambiar la legislación laboral recortando los derechos de los trabajadores y va a “volar” sistema público de pensiones para instalar las AFP, hoy cuestionadas en Chile y Perú. Esa película ya la vimos. Es importante discutir ese programa. Pero tanto más importante es discutir el fundamento –si se puede llamar así– de esta propuesta. Hace pocos días, Mario Vargas Llosa ha dicho que “Bolsonaro tiene un ministro de Economía que es excepcional, un verdadero liberal… Y todos los verdaderos liberales son demócratas” (La República, 11/11/2018). Hay tres conceptos aquí: liberalismo político, democracia y economía liberal. En lo político, el liberalismo primigenio tuvo como bandera el combate al poder absoluto de los monarcas, así como de la Iglesia y, también, cualquier privilegio político y social. De su lado, la democracia tiene como objetivo esencial que el pueblo ejerza la soberanía (ya no los reyes), lo que tiene como sostén la existencia de mayorías y minorías adecuadamente representadas. Para la economía liberal, el libre mercado –sin la intervención del Estado (o con una participación mínima de impuestos y medidas regulatorias)– es el instrumento que permite asignar la asignación eficiente de recursos (capital, trabajo), lo que nos llevaría al desarrollo económico. Y se sintetiza en “dejar hacer, dejar pasar”. Por extensión y añadidura afirmar que el liberalismo de Guedes nos lleva a la democracia equivale a decir que solo la aplicación de una política económica liberal garantiza ello. Así, ésta es convertida también en condición sine qua non de la defensa del liberalismo político. Corolario: sólo hay “una buena política económica”. El libre mercado se convierte ya no en un instrumento para alcanzar el desarrollo económico, sino en un fin en sí mismo. Aquí comienzan las contradicciones con la vida económica real y con sus propios supuestos liberales y democráticos. Si la aplicación de esa política los contradice, como en la dictadura pinochetista que Guedes apoyó, eso es un “daño colateral temporal” que debe ser enfrentado sin contemplaciones. Como decía Margaret Thatcher en los 80: no hay otra alternativa (There is no alternative, TINA). No solo eso. La TINA puede convertirse, además, en elitista y excluyente: sólo algunos poseen la verdad económica. Por eso Joseph Stiglitz los ha llamado “ayatollahs” o “fundamentalistas de mercado”. Además, la economía pasa a ser una ciencia pura, como las matemáticas, la química o la física, pues solo hay “un” conjunto de instrumentos económicos a aplicar en todas las circunstancias. Se deja de lado que la economía es una ciencia social, lo que quiere decir, de un lado, que las medidas de política económica generan ganadores y perdedores en la sociedad y, de otro, que existen otras corrientes económicas con premisas y supuestos alternativos. Esto se aprecia claramente con las políticas económicas keynesianas que afirman que no es cierto que el libre mercado lleve siempre al equilibrio económico y que para ello es necesario la aplicación de políticas macroeconómicas alternativas, desde el Estado. El ejemplo más claro fue la aplicación del New Deal en EEUU en la década del 30 del siglo pasado. Un ejemplo más reciente ha sido la gran recesión del 2008, provocada por los mercados (financieros) libres que llevó a pérdidas de centenares de miles de millones de dólares, sobre todo para los más pobres, agravando la desigualdad. Y que solo pudo ser paliada parcialmente por la intervención de los bancos centrales en los mercados financieros. Y en el Perú el “piloto automático” del libre mercado no ha sabido aprovechar el crecimiento económico provocado por el “boom” de precios de los minerales para “prender” e impulsar nuevos motores de crecimiento que nos alejen de esa dependencia. Volviendo al principio, en Brasil se tiene que enfrentar la corrupción y la crisis económica. Pero el autoritarismo de Bolsonaro sazonado con el liberalismo económico “a la Guedes” va camino de colisión con la democracia. La discusión que se viene acá después del referéndum –y que estará “impregnada de Brasil”, sobre todo en lo económico– seguramente tendrá un contenido similar. Hay que estar preparados.