Nos enfrentamos a una montaña rusa a oscuras, un día estamos arriba y al día siguiente caemos en picada, mientras oímos las risas de los sádicos corruptos.,Una de las experiencias terroríficas de mi vida fue subir a la Montaña del Espacio (Space Mountain) en Disneylandia. Mi hermano me invitó y fui con mi hija de 10 años recién cumplidos. Subimos inocentes al coche como si subiéramos a una Montaña Rusa común y corriente, pero era algo mucho peor. Era una montaña rusa a oscuras: totalmente a ciegas como si estuviéramos en el espacio pero con gravedad. De pronto el coche subía de a pocos, muy despacio, y de un momento a otro, totalmente a oscuras, caías en un precipicio sin saber exactamente la dimensión del mismo. Los riñones terminaban en tu boca: el vacío se sentía como la caída en picada de un ascensor por 20 pisos. Los gritos eran horrorosos y las risas de sádicos de quienes gozaban con el miedo de los demás se convertían en gasolina del pánico a la caída. Así me siento en el Perú de hoy: nos enfrentamos a una montaña rusa a oscuras, un día estamos arriba y al día siguiente caemos en picada, mientras oímos las risas de los sádicos corruptos. Pero como se trata de una crisis permanente, de algo que se repite y repite, se pierde toda la adrenalina en cada repetición y lo que mantenemos es una sensación de asfixia, de opresión, de asco y aburrimiento como dice César Hildebrandt. Siempre estamos sospechando que detrás de una captura puede haber algo escondido, el favorecimiento a otro corrupto, una operación cortina de humo, un pacto bajo la manga entre figuras totalmente disímiles. Pero, además, gracias a las revelaciones y precisiones de IDL-Reporteros o de Ojo Público, somos convidados de piedra ante este festín de las presiones a la administración de justicia al más alto nivel: la campaña de estigmatización del fiscal José Domingo Pérez y las amenazas a su trabajo de parte del núcleo duro del fujimorismo. ¡Hasta han llegado a llamarlo desequilibrado porque tiene los ojos saltones! La sensación de presión sobre la glotis y la arcada vuelven sumadas a la indignación de la impotencia. El gran problema es que ese grupo que se moviliza contra la corrupción al que los “objetivos opinólogos” llaman antifujimorismo está agotado, cansado, frustrado. Es cierto que el presidente de la República, Martín Vizcarra, ha observado la ley de nombre propio (Alberto Fujimori) y está en un momento de auge que inyecta credibilidad en lo político, pero, lamentablemente, como dicen los letreros de las marchas: “el sistema no puede combatir la corrupción porque la corrupción es el sistema”. Por lo menos eso queda claro dentro de las altas esferas del Ministerio Público y del Poder Judicial. Para cereza del pastel del cinismo, el juez corrupto Hinostroza sostiene que no cree en la objetividad del Poder Judicial, ¿lloramos o reímos? La montaña del espacio que es la política peruana nos frustra: percibir que salir en las movilizaciones no resuelve nada también es peligroso. Aún no aparece el político-rebelde-dictadorzuelo que podría poner en jaque todo con discursos radicales y autoritarios, sean de izquierda o de derecha. La democracia no es un lecho de rosas, pero una no se imaginaba tampoco que las espinas tapizan los rieles del infierno de esta montaña rusa a oscuras llena de vahídos y olor a gusanera.