Hasta el hincha menos politizado se ha tomado una foto con la estatua gigante de Lenin en Ekaterimburgo o con todas las versiones de la hoz y el martillo que abarrotan las deslumbrantes estaciones del metro de Moscú.,En las últimas dos semanas, deben haberse encendido todas las alertas de la Dircote y del Troll Center del Congreso. Literalmente miles de peruanos se han fotografiado junto a la parafernalia comunista sin el menor pudor. Hasta el hincha menos politizado se ha tomado una foto con la estatua gigante de Lenin en Ekaterimburgo o con todas las versiones de la hoz y el martillo que abarrotan las deslumbrantes estaciones del metro de Moscú. La Rusia capitalista-a-la-mala de Putin no puede quedar más lejos de la utopía socialista, pero eso no impide que la influencia de la vieja URSS se haga sentir aún, a través de los años, en los espacios públicos. La arquitectura siempre ha sido propaganda, y quienes entendieron eso mejor que nadie fueron los jerarcas del politburó. A la sombra de los imponentes edificios soviéticos, todo parece evocar un esplendor comunista que –sorry, camaradas– jamás existió. Pero aún hoy, en estas ciudades llenas de McDonald’s y Starbucks, el recuerdo del fracaso histórico se estrella contra los majestuosos restos arquitectónicos de ese sueño. La propaganda arquitectónica es efectiva: los recuerdos pasan, los parques quedan. Uno ve el monumento a Yuri Gagarin y se pregunta qué le sucedió a esta especie que hasta hace medio siglo quería conquistar las estrellas y ahora se contenta con nuevos filtros en Instagram. La humanidad claramente ha dado varios pasos atrás. Así como pasamos de la carrera espacial a los filtros de perritos, en materia de propaganda arquitectónica, pasamos de la URSS a Castañeda. El alcalde de Lima tiene una compulsión por la propaganda, aunque sus métodos están a años luz de los soviéticos: ha llenado la ciudad de placas horribles con su nombre y su máximo grado de sofisticación ha sido proyectar un terrorífico holograma de su cara en el Parque de las Aguas. Y es que hay una diferencia crucial. Los rusos querían adoctrinar, construir un relato, difundir una ideología. En cambio, Castañeda solo quiere machacarnos su nombre (que, oh casualidad, es el mismo que el de su hijito El Revocadito, ahora candidato a sucederlo). Pero ahora, gracias a su alianza con los fujimoristas (good bye, Diethell), estará a cargo de un “parque temático” –sea lo que sea eso en su cabeza– dedicado a los “Héroes de la Democracia”. De primera impresión, este asunto puede parecer una caviarada, un tema que no le importa a la gran mayoría. Que les den su parque y ya. ¿Qué van a hacer? ¿Colocar un busto de Fujimori a lo Lenin? ¿Que el parque tenga la forma de la cabeza de Giampietri? Pues sí. Y más. Keiko ejecutó a su hermano en vivo: es capaz de absolutamente todo. Y, como en Rusia, una construcción así, una vez erigida, no solo es difícil de eliminar, sino que termina imponiéndose a la realidad. La historia no solo la escriben los vencedores. También la construyen. Y creo que ya nos vamos dando cuenta de quién va ganando.