Marx consideró que la categoría “mercancía” era la fundamental para entender la economía mercantil y el capitalismo; para explicar su origen y sus leyes generales de funcionamiento. De ella deriva la teoría del valor, a partir del cual es posible entender la producción de plusvalor en la fase industrial y toda la lógica de la acumulación capitalista. Marx dio la mayor importancia a la mercancía en el nacimiento y el funcionamiento del capitalismo. Sin embargo la mercancía tenía, al decir del propio Marx, “una existencia antediluviana”: había mercancías, dinero y capital, en su forma comercial, en el antiguo Egipto y la antigua Roma, y desde entonces la mercancía ha acompañado el desarrollo de la economía. Sin embargo sólo en la fase capitalista ha sido posible entender cabalmente su naturaleza. En su extraordinario texto “El método de la economía política” Marx afirma que sólo cuando una categoría analítica e histórica despliega plenamente sus potencialidades es posible comprender su esencia. La comprensión de la naturaleza de la mercancía que se alcanza en el estadio capitalista permite entender su naturaleza y su función en las formaciones histórico sociales menos evolucionadas, como la esclavista o la feudal. A partir del siglo XVI el capitalismo generalizó la circulación de las mercancías en una escala nunca antes vista. El sistema capitalista lo convertía todo en mercancías: los bienes y servicios, pero también las opiniones, la conciencia, el honor, los principios, la salud, los auxilios religiosos. Todo terminaba siendo transable, todo tenía un precio y todo terminaba siendo absorbido por la avasalladora forma-mercancía. Recién en este punto fue posible desentrañar la naturaleza y la complejidad de la simple operación de comprar y vender; el enfrentamiento en el mercado de dos valores de cambio idénticos con valores de uso diferentes y las complejas implicaciones que esta simple transacción entrañaba. Algo similar podría decirse hoy de la “información”, como categoría analítica e histórica. La información no sólo es anterior a la categoría “mercancía” sino hasta a la propia especie humana. La protocélula que surgió hace 3500 millones de años, de la cual descendemos todos los seres vivos de la Tierra, contenía ADN: información codificada, el código genético, que permite que los organismos vivos sean capaces de auto replicarse; sacar copias idénticas de sí mismos, el principio de la evolución de la vida. Cuando se habla de “sociedad de la información” o de la “economía de la información” suele asumirse que es algo reciente que la información juegue un papel en la economía, pero esto es profundamente equivocado. La información nos acompañó desde nuestros orígenes como especie, contribuyendo a hacernos humanos. La manera de romper una piedra de una manera determinada, para construir un hacha, por ejemplo, pudo compartirse con los demás miembros de la tribu y con los descendientes gracias a la información. La información forma parte de la economía desde los albores de la humanidad y desde entonces añade valor a la producción. Nos convertimos en humanos manejando cantidades crecientes de información y hoy usamos tecnologías de la información para operar sobre la información, un rasgo distintivo de la sociedad informacional. Sólo cuando la información, en tanto categoría histórica y analítica, puede desplegar plenamente sus potencialidades es posible entenderla, teorizarla, comprender su función histórica. La economía política inglesa y la asimilación crítica que de ella hizo Marx relegaron a las actividades con uso intensivo de la información a una función subsidiaria: facilitar la rotación del capital, y así elevar la masa de ganancias, al poder usarse más veces el mismo capital, gracias a la aceleración de su rotación. El procesamiento de la información fue así relegado por la economía marxista a una función subsidiaria. Hoy, con el despliegue de la economía informacional y la reducción continua de la participación del trabajo industrial en la generación de riqueza es imposible sostener que la información no genera valor. La economía política sigue dividiendo hoy las actividades económicas en tres grandes sectores: sector primario, de extracción (agricultura, ganadería, silvicultura, petróleo, minería etc.); sector secundario o transformativo (manufactura e industria); sector terciario, de servicios. La casilla del sector terciario, “servicios”, se ha convertido en un gran cajón de sastre en el cual se incluye desde los servidores domésticos y los chóferes de combi hasta los analistas financieros de Wall Street, pese a las evidentes diferencias que los separan. Incorporar el factor información como creador de valor obliga a redefinir la valoración de los trabajadores simbólicos, aquellos de las nuevas ramas laborales que se han abierto con la revolución de la información. Eso, entre otras cosas, supone revisar la teoría de las clases sociales. El tema da para bastante más.