Por: Ariela Ruiz Caro,Hace tan solo dos meses el jefe de Gabinete argentino, Marcos Peña, celebró ante el Congreso la marcha de las principales variables económicas. “El camino del desarrollo ya comenzó: Argentina está creciendo.” Y añadió: “Al revés de otras experiencias recientes de crecimiento, no estamos usando muletas ni incubando una crisis que después nos haga retroceder al punto de partida". Desde que Macri asumió el gobierno a principios de 2016, Argentina volvió a ser vista con buenos ojos por el mercado y el establishment internacional. También lo fue por la población argentina, que le dio un triunfo rotundo en las elecciones parlamentarias de octubre de 2017. Como suele suceder con la alternancia de los gobiernos en este país, Macri llevó la política económica al otro extremo del péndulo. Es decir, pago inmediatamente la deuda a los fondos buitres, unificó el tipo de cambio e instauró un esquema de desregulación y liberalización cambiaria, financiera y comercial. Así, se eliminaron los límites de compra de moneda extranjera que el gobierno anterior había impuesto en 2011 para evitar la fuga de capitales, la obligatoriedad de liquidar en el país las divisas de las exportaciones a las empresas mineras y agrícolas, y el encaje de 30% a los capitales golondrina. Para atraerlos, se elevaron las tasas de interés locales. El Banco Central emitió títulos de deuda a corto plazo (LEBAC), por el equivalente a 30 mil millones de dólares, que fueron adquiridos vorazmente por argentinos y por especuladores extranjeros que acudieron en masa a la fiesta argentina. Paralelamente, se produjo una salida creciente de divisas. Con el dólar “planchado”, los argentinos incrementaron sus gastos en turismo, las empresas extranjeras incrementaron el envío de utilidades y dividendos y, salvo los especuladores de la timba financiera, las inversiones productivas no aparecieron. Asimismo, al eliminar las medidas proteccionistas del gobierno anterior, -que obtenía importantes superávits comerciales para evitar el endeudamiento externo- se generó un déficit comercial de más de 8 mil millones de dólares en 2017, el mayor desde 2002. También fracasaron las negociaciones del TLC entre el Mercosur y la Unión Europea, relanzadas conjuntamente con el presidente de Brasil. El déficit de la cuenta corriente ascendió a 6% del PBI, un signo muy preocupante en un escenario inflacionario. Con este panorama económico, que los especuladores manejan mejor que nadie, el incremento de las tasas de interés en EEUU y la aplicación, desde febrero, de un impuesto a la tenencia de LEBAC para actores extranjeros, fueron la chispa que hizo volcar a importantes jugadores financieros al dólar para fugar de Argentina. La presión fue tan grande que el banco central, contradiciendo sus principios, tuvo que intervenir y vender más de 8 mil millones de dólares de sus reservas en los últimos quince días, y subir las tasas de interés del 27 al 40% para sostener, sin éxito, el valor del peso, que se ha devaluado en 15% en las últimas dos semanas. Abruptamente, se produjo una crisis de confianza en el gobierno. Las ingentes necesidades de financiamiento y el cierre de los créditos internacionales para Argentina han obligado a Macri a acudir al FMI, hecho que, con razón, rechaza el 80% de los argentinos. El FMI propiciará dejar flotar el tipo de cambio y la inflación deberá controlarse con una contracción de la demanda y del gasto público que generará mayor desempleo y pobreza. Ya vieron la película y saben que cuando uno va a pedir un crédito, el que fija las condiciones es el banco. No hay mucho para negociar, salvo la voz activa de la población en la pugna por la distribución de los costos del ajuste.