Habituados a permanecer en sus laboratorios dejando la política en manos de otros, los científicos han tomado consciencia de la necesidad de involucrarse políticamente participando como ciudadano de las marchas, petitorios y presión pública a los políticos.,Esta espacio estaba destinado hoy a hablar solamente sobre la marcha por la ciencia (14 de abril) y cómo desde que Donald Trump asumió la presidencia instaló un discurso anticiencia y desmontó varios programas importantes. Pero sobre todo, su negación de temas consensuados por la ciencia (como el Cambio Climático, entre otros), daba cuenta de una peligrosa tendencia que se extiende en el mundo contemporáneo; una tendencia posibilitada por la penetración de ideas del posmodernismo en directo ataque a la verdad y a la ciencia. Verdad en el ámbito informativo entendida como relatar hechos como tales y no hacer pasar opiniones como hechos o relativizar hechos fácticos como si fueran opiniones. Y ciencia entendida como aquel cuerpo de conocimientos que tras ser probados y replicados una y otra vez por el riguroso método científico, se vuelve un consenso de conocimiento científico para la comunidad científica y, por ende, para la humanidad. Pero algunas versiones de la posmodernidad, siendo útiles para provocar creaciones en lo cultural y artístico, así como para desmontar e interpelar grandes relatos sedimentados de la modernidad, tienen también un componente nocivo cuando se utilizan para relativizar, como hemos apuntado, hechos fácticos y consensos científicos. En ese sentido, Trump es un representante político y poderoso de esa peligrosa tendencia, un catalizador de esa amenaza al conocimiento que se cierne sobre el mundo occidental, en especial. La marcha por la ciencia es un movimiento iniciado por la comunidad científica estadounidense en el 2017, como reacción a la anticiencia desplegada desde la presidencia de EEUU. En esa primera marcha, más de 200 ciudades del mundo se unieron a la protesta. Este año, el que Perú (https://goo.gl/P89p48) se ha plegado a la marcha como parte de la red mundial #MarchForSience. Pero entre tanto desconcierto por la anticiencia y el anticonocimiento en el planeta, hay que destacar la participación en política de los científicos como nunca antes visto. Habituados a permanecer en sus laboratorios dejando la política en manos de otros, han tomado consciencia de la necesidad de involucrarse políticamente participando como ciudadano de las marchas, petitorios y presión pública a los políticos. Y también ha producido una generación de científicos vueltos políticos, que se han propuesto postular a cargos públicos locales y nacionales. Al menos 450 hombres y mujeres de ciencia, de los 7 mil que inicialmente se entusiasmaron, están en carrera según el grupo 314 Acción (314 por las cifras en Pi). Eso ha sucedido en Estados Unidos, y si bien en el Perú no hemos tenido –aún y ojalá nunca– un Trump en la presidencia, sí estamos inundados de ultra conservadores congresistas que se adscriben a esa misma tendencia mundial, y por tanto, constituyen el mismo tipo de amenaza al conocimiento. De hecho, desde que se inició el nuevo gobierno, la bancada (manada, en realidad) ultraconservadora e ignorante supina de Keiko Fujimori ha conspirado contra el currículo de educación, censurando el conocimiento al que tildan de ideología. También hemos visto la negación de los consensos científicos en nutrición y salud con la oposición de esa misma manada a que se legisle el etiquetado de los alimentos con los octágonos, de manera que la gente pueda realmente entender qué producto se le ofrece, cuál es su contenido verdadero y decidir si quiere consumir ese u otro en base a información verídica. En términos de contaminación medioambiental y salud de los pueblos indígenas, también hay una total negación de lo que la ciencia puede probar y ha comprobado acerca del daño de los contaminantes en las tierras, aguas y en la salud de los habitantes de esas zonas. Tanto hay por hacer en todos los ámbitos de nuestro quehacer nacional en los que los científicos podrían contribuir con sus conocimientos (en agricultura, ciencias médicas y salud, ingeniería, tecnología, ciencias sociales, etc.). Según el Primer Censo Nacional de Investigación y Desarrollo (I+D) (https://goo.gl/8thccn ) realizado por Concytec e INEI en el 2017, el Perú apenas invierte 0.08% de su PBI en investigación y desarrollo. Mientras que vecinos regionales como Colombia invierte 0.25 %, Chile 0.38 % y México 0.54 %. Entonces, mientras termino de cerrar estas líneas pensando en el futuro del país y en cómo alentar que gente, en todo el sentido exacto y amplio de la palabra, participe en política en el Perú antes que sea demasiado tarde, una amenaza inminente se cierne sobre el mundo tras el ataque con misiles a Siria que Trump anunció y llevó a cabo la madrugada del sábado. Quizás para cuando este artículo esté publicado, ya hayamos visto la respuesta de Rusia. Quizás, una vez más, la política bruta del poder le gane al poder del conocimiento.