El nobel se retira. Así lo ha anunciado y así lo ha venido cumpliendo en estos últimos meses. No es una tarea fácil desprenderse de una trayectoria de casi toda una vida, pero a sus 87 años, el nobel ha optado por descansar y disfrutar de la familia. Lo hace luego de un breve, accidentado e involuntario paso por el jet set europeo y de haber alcanzado los máximos galardones que un escritor pudiese desear, como entrar en el catálogo de la Pléiade.
Por lo pronto, el nobel se ha despedido de su columna ‘Piedra de toque’ en El País luego de más de tres décadas de colaboración quincenal con el diario español. Ha hecho lo propio con el ensayo (que cerrará con uno dedicado a Jean-Paul Sartre) y con la novela, dejando una última (Le dedico mi silencio) que parece no haber sido del agrado total del público. Sin embargo, a alguien que ha escrito obras como La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral o La guerra del fin del mundo se le perdona todo. O casi todo.
A fin de cuentas, el merecido retiro de Vargas Llosa —a quien estamos más que agradecidos por haber posicionado el nombre del país en el canon literario universal— no significa necesariamente el fin de su presencia. Es cierto que seguiremos leyendo y releyendo sus textos y las adaptaciones de estos en la pantalla grande, y probablemente leamos alguna que otra declaración suya con la cual no estemos de acuerdo. Pero lo cierto es que el universo vargasllosiano no termina con él anunciando su retiro. Todo lo contrario.
Cinco días en Moscú. Mario Vargas Llosa y el socialismo soviético (1968) (Trujillo: Reino de Almagro, 2024, 185 pp.) del historiador peruano Carlos Aguirre y la historiadora rusa Kristina Buynova nos brinda nuevas formas de aproximarnos a la obra del nobel. Ambos lo hacen escudriñando a profundidad en un episodio poco conocido pero decisivo en su trayectoria como escritor y como intelectual: el viaje que realizó a la capital de la Unión Soviética en plena Guerra Fría en mayo de 1968.
Cuesta imaginar a Vargas Llosa visitando la Unión Soviética, pero antes del giro hacia la derecha (neo)liberal era un entusiasta (si bien crítico) del socialismo, tanto de la Cuba castrista como del régimen bolchevique. En 1968 era ya una celebridad en América Latina como parte del boom literario y también a nivel mundial, lo que llevó a que sus obras fuesen traducidas en diferentes idiomas, entre ellos el ruso. Precisamente, la aparición de una versión soviética de La ciudad y los perros fue la que llevó al escritor desde Londres hasta Moscú.
Aguirre y Buynova han reconstruido muy bien la estadía del nobel en el imperio soviético y han brindado el contexto apropiado para comprender mejor la importancia de este viaje. Para hacerlo, han revisado diversos documentos y archivos, siendo los más importantes el que custodia los papeles personales de Vargas Llosa en la Universidad de Princeton (EEUU) y el Archivo Estatal Ruso de Literatura y Artes (RGALI) en Moscú. Esto permitió localizar material como entrevistas realizadas en Moscú, el informe sobre su visita y la correspondencia con su enlace en Moscú, Nina Bulgakova, de la Comisión Extranjera de la Unión de Escritores.
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La traducción al ruso de una novela suya podía ser tomada como una confirmación del prestigio que estaba alcanzado el escritor. No obstante, se convirtió en un dolor de cabeza tanto por la censura que debió atravesar su libro como el pago de los derechos de autor que le correspondían. La versión soviética fue publicada en 1965 con un tiraje de 115.000 ejemplares, algo impensable para nuestros estándares actuales. Para que ello ocurra, tuvieron que ser cambiadas aquellas partes “obscenas” que retrataban la vida adolescente limeña en el colegio militar.
Si la censura era ya una pesadilla, el cobrar por los derechos de autor era otra. Y ello motivó a Vargas Llosa a planificar un viaje breve a Moscú. Su itinerario no fue distinto al de otros visitantes ilustres: reuniones, paseos culturales, reunión con personal administrativo, entrevistas. De hecho, el informe soviético lo calificó con cierta decepción como un “primer acercamiento superficial”. Lo interesante, como lo plantean Aguirre y Buynova, es cómo Vargas Llosa “recordó” este viaje años después: como un momento crucial y “traumático” que aceleraría su alejamiento del socialismo.
Fue la represión de la Unión Soviética contra la disidencia al interior de la Cortina de Hierro unos meses después de su visita (agosto de 1968) lo que generó una serie de dudas en el escritor. Esto se agravó con el apoyo público que Fidel Castro le brindó a la Unión Soviética y que dividió al grupo de escritores latinoamericanos de entonces. Vargas Llosa publicó una columna titulada ‘El socialismo y los tanques’, en la que condenaba abiertamente la “agresión de carácter imperial” de las tropas soviéticas y de paso incluía a Castro entre los “mediocres dirigentes de los partidos comunistas latinoamericanos” que aplaudían la invasión. Con esta crítica directa al líder cubano, no había vuelta atrás.
Entre los aportes del libro está el no limitarse a la reconstrucción del periplo soviético del escritor, sino situar este momento como uno decisivo en su biografía y en la historia intelectual y literaria de la región. La conexión URSS-América Latina suele ser una de las más recorridas por los investigadores, pero Cinco días en Moscú demuestra avenidas que no han sido aún transitadas y que pueden ayudar a nuevos enfoques transnacionales desde estos peregrinajes o temas como la censura. No menos importante es que entrega una aproximación distinta a la obra de Vargas Llosa a partir de archivos personales y externos que extienden los análisis de sus obras y de su postura política.
Son tres partes las que componen el libro: el ensayo que da título a la obra, una segunda sección con documentos transcritos (algunos del ruso) y una última que es un dossier fotográfico con imágenes como la portada de la primera edición rusa de La ciudad y los perros y fotografías de los protagonistas de esta aventura. La edición está muy bien cuidada y es fruto de un nuevo sello editorial con sede en Trujillo, Reino de Almagro, que en este caso apostó por un género como el ensayo crítico.
Cinco días en Moscú es un libro que recomiendo mucho. Es una lectura ágil, muy bien documentada y que —como lo mencioné antes— abre nuevas posibilidades para extender el universo vargasllosiano más allá de la lectura de sus obras. Los entusiastas del nobel van a encontrar en este libro nuevas formas de aproximación a su obra y con el interés de saber más de un Vargas Llosa mucho más complejo y que apenas estamos comenzando a conocer.
Historiador. Radica en Santiago de Chile, donde enseña en la Universidad Católica de Chile. Es especialista en temas de ciencia y tecnología. Su libro más reciente es Los años de Fujimori (1990-2000), publicado por el IEP.