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Se llama feminicidio, por Lucia Solis

"Tomar acción frente a los crímenes machistas, así como mostrar empatía y reparar de alguna forma a la víctima y a sus familiares, comienza por nombrarlos adecuadamente".

‘‘Hecho ocurrido’’, ‘‘pérdida’’, ‘‘lamentable suceso’’. Así decidió describir, en un comunicado de apenas cinco líneas, la Universidad Nacional de San Agustín al feminicidio presuntamente cometido por Rodrigo Franco Larico Olarte contra Ana Paola, estudiante de esa casa de estudios, el último 29 de setiembre. Optaron por abordar el feminicidio sin nombrarlo explícitamente y sin otorgarle la debida importancia.

Tomar acción frente a los crímenes machistas, así como mostrar empatía y reparar de alguna forma a la víctima y a sus familiares, comienza por nombrarlos adecuadamente. Los feminicidios, es decir, asesinatos basados en el género, no son solo tristes acontecimientos, son la prueba del fracaso absoluto de una sociedad en materia de igualdad, humanidad y derechos de las mujeres. Utilizar términos neutros minimiza la realidad que enfrenta el Perú desde hace décadas.

Instituciones educativas como la UNSA, pero también cualquier espacio en el que las mujeres y otras poblaciones estructuralmente vulneradas acudan a estudiar, trabajar, socializar, etc., deben esforzarse por ser lugares seguros. Además, estar dispuestos a actuar empáticamente y con sensibilidad frente a cualquier tipo de violencia.

Un feminicidio cometido dentro de una universidad no es un hecho aislado, una noticia policial más, un evento triste y único; es una prueba más del machismo imbricado en el país, un hecho que debe enmarcarse como consecuencia de una problemática social, estructural y sistémica. Y, por eso mismo, en lugar de enfocarse en los detalles del crimen machista o intentar proteger la imagen institucional, se debería priorizar la urgente necesidad de implementar políticas de prevención que garanticen la integridad de personas vulnerables.

Fomentar educación y sensibilización en temas de violencia de género va más allá de los comunicados y los castigos. Implica llamar, desde el primer momento, cada cosa por su nombre; reconocer responsabilidades y plantear acciones concretas para que no vuelva a ocurrir.

El lenguaje puede ser poderoso y reparador. Lo saben, por ejemplo, las activistas y personas que convocaron a un plantón frente al Minedu hace unos días para pedir justicia para Ana Paola y exigir ‘‘aulas libres de feminicidas’’. También deberían tenerlo presente aquellos que estarían anteponiendo la imagen a la dignidad de una de sus estudiantes.

Lucia Solis Reymer

Casa de Brujas

Periodista y editora de género en Grupo La República. Licenciada en Comunicación y Periodismo por la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas y máster en Estudios de Género por la Universidad Complutense de Madrid.