Una caricatura de los ochenta, el alcalde de Lima, Alfonso Barrantes, con el torso desnudo, echado en el pasto, junto a él, una sensual vedette (¿Amparo Brambilla?) en bikini. Abajo, el lema icónico “los parques son los espacios eróticos del pueblo”. Más allá de los flirteos ciertos o imaginados que la prensa gustaba endilgar al alcalde, se exponía con humor el uso irrestricto de los parques por parte del “pueblo”.
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La izquierda defendía espacios públicos abiertos y al servicio de la gente. Salíamos del régimen militar (1968-1980) con su particular visión de los parques como espacios de afirmación de valores cívico-militares (izamiento de la bandera, ofrendas a los bustos de los héroes, etc.). Los parques se enrejaron y cerraban de noche para evitar la “incursión” de ciudadanos que buscaban algo fuera del libreto, un poco de recreación y erotismo sobre la hierba.
En 2022, el candidato a la alcaldía de Miraflores Carlos Canales, en una entrevista de Rosa María Palacios, declaraba que “por cinco soles, alguien de los cerros” podrá visitar el distrito y disfrutar de sus áreas verdes. Eso sí, hay que “educarlos” para que no traigan basura ni hagan pichi en la calle. En su imaginación, los pobladores “de los cerros” reeditan el cerco atávico de la ciudad-jardín. De ahí que reitere el sinsentido de López Aliaga: no viven en Lima, sino que “vienen a Lima” (¡!). Ni Morales Bermúdez llegó tan lejos. Con Canales pasamos del “problema del indio” en los 1920 al problema de la “gente de los cerros” cien años después.
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Canales no ve ciudadanos “en los cerros”. La dificultad para imaginar una sociedad horizontal no es un asunto solo de las élites de Lima. Recordemos, Canales es ayacuchano; era muy joven cuando el conflicto armado interno asoló su Huamanga natal. ¿Se condolió con la suerte de sus paisanos asesinados y torturados por Sendero?, ¿y también por aquellos asesinados y torturados por la policía y las fuerzas armadas?, ¿menos? El Lugar de la Memoria (LUM) tiene un relato verídico y profundo del conflicto armado que resultaría intolerablemente “radical” a ojos del alcalde. Lo que le genera sospechas sería la perspectiva de derechos humanos que exige rendición de cuentas a las fuerzas del orden en virtud de un supuesto: las víctimas, en su mayoría quechuahablantes, son, eran ciudadanos con derechos inalienables. Nuevamente, aflora el asunto de los ciudadanos que Canales no puede ver por no saberlos imaginar.
Los parques son espacios abiertos a la gente en cualquier democracia. Pero al alcalde le cuesta aceptarlo, impregnado de una visión propia de sociedades poscoloniales: fascinación por la modernización material (infraestructura), culto al pasado “milenario” (huacas) y, a la par, una aversión profunda por “la gente de los cerros”. En buena cuenta, quiere modernización, pero rechaza la vorágine de la vida moderna, poblada de ciudadanos.
Socióloga y narradora. Exdirectora académica del programa “Pueblos Indígenas y Globalización” del SIT. Observadora de derechos humanos por la OEA-ONU en Haití. Observadora electoral por la OEA en Haití, veedora del Plebiscito por la Paz en Colombia. III Premio de Novela Breve de la Cámara Peruana del Libro por “El hombre que hablaba del cielo”.