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No mires arriba, no mires nada

“Se hace una crítica a los medios de comunicación, quienes no están verdaderamente comprometidos con brindar información de relevancia, sino que solo buscan el rating, el posicionamiento mediático...”.

Lejos de intentar hacer una reseña, spoilear o hacer publicidad gratuita a Netflix, me gustaría invitarlos a ver y hacer una reflexión de la película No mires arriba en estos días de mayor calma.

La película narra la historia de dos científicos que están tratando de alertar a la población y a tomadores de decisión sobre la necesidad de enfocarse en combatir y eliminar un meteorito que va directo a estrellarse contra la Tierra y a destruir todo el planeta.

Desde la perspectiva racional, parece obvio que el descubrir un meteorito que se estrellará y acabará con la humanidad debe ser un tema que atraiga la atención y en donde todos deberían estar de acuerdo.

Sin embargo, en la película no es así, pues los científicos se encuentran con una serie de obstáculos que les impide implementar sus soluciones, convirtiendo a esta narrativa en una sátira que refleja tan bien la realidad que puede resultar mejor reír antes que llorar.

En primer lugar, pone en manifiesto la gran distancia que existe entre el mundo de la ciencia y el mundo de la política. Por un lado, los políticos no están tomando decisiones basadas en la evidencia y solo tienen un interés en actuar sobre aquellos aspectos que les generarán un rédito político personal; pero por otro lado, los científicos, aquellos que tienen la evidencia para que se tomen mejores decisiones, no están comunicando adecuadamente sus hallazgos, por lo que se hace inútil toda la valiosa información producida, a causa del uso de un lenguaje complejo que resulta confuso y enredado.

En segundo lugar, se hace una crítica a los medios de comunicación, quienes no están verdaderamente comprometidos con brindar información de relevancia, sino que solo buscan el rating, el posicionamiento mediático, los likes, pero no toman con seriedad aspectos importantes que deberían marcar la agenda para hacer la adecuada incidencia pública, generar mayor conocimiento y reflexión e influir en la mejora de la calidad de las decisiones políticas. Esto se complementa de manera viciosa con que tenemos una ciudadanía muy influenciable que es capaz de distraerse con lo cotidiano o vulgar, que es simple, y negar lo evidente solo porque no se entiende, creando una especie de corriente contracientífica que genera mayor simpatía que lo que la evidencia o la data pueden lograr.

En tercer lugar, nos permite reflexionar en cómo la innovación tecnológica está al servicio del mundo de los negocios y no necesariamente tiene un propósito de priorizar el bienestar de la gente.

De una manera muy sutil y fina, se denota la existencia de “gurús tecnológicos” que se han convertido en empresarios megamillonarios que solo quieren acumular más ganancias y que no concentran su genialidad en salvar a la humanidad o al planeta.

Así, se ve cómo existen diversos factores que alimentan la posibilidad de tomar una serie de malas decisiones que pueden ir en contra del desarrollo humano o de la calidad de vida y ser aplaudido, aclamado o admirado por eso.

En tiempos en donde los fake news abundan, resulta imprescindible que aquellos que tienen la evidencia y el poder de transmitirla asuman un rol más protagónico, más enérgico y responsable, de modo tal que se dejen de politizar aquellas decisiones que son realmente importantes para la gente y que se apunte, por lo contrario, a soluciones técnicas que pueden generar mayores o mejores impactos a la sociedad.

Negar la evidencia nos está costando un planeta entero y hasta ahora no nos lo hemos tomado en serio. Es momento de mirar.

Alexandra Ames

Alexandra Ames

Alexandra Ames

Especialista en Políticas públicas efectivas. Jefa del Observatorio de Políticas Públicas de la Escuela de Gestión Pública de la Universidad del Pacífico. Ha sido servidora pública de municipios y ministerios. También ha sido Secretaria Técnica del Social Progress Imperative para el Perú. Limeña, hija de padre puneño y madre moyobambina.