El pasado viernes 15 de octubre fue el Día Internacional de la Mujer Rural, establecido por las Naciones Unidas para promover la equidad de género en el acceso a recursos que promuevan mejores condiciones de vida. No obstante, este día pasó desapercibido por los tomadores de decisión y diseñadores de políticas públicas. La importancia de fechas como estas es que se pueda tomar consciencia de las brechas que aún tenemos como país y que, para cerrarlas, necesitamos optar por políticas públicas a la medida, según las diferentes realidades y demandas que existen en un país tan diverso como el nuestro.
En el Perú un 71% de mujeres del ámbito rural se dedican a la agricultura. Está claro que su labor es clave para elevar la seguridad alimentaria en el país y reducir los niveles de desnutrición. Sin embargo, los niveles de productividad de las mujeres en las zonas rurales son aún muy bajos. Un 43.5% de ellas no cuentan con ingresos propios, en comparación con un 12% de hombres en zonas rurales.
Antes de la pandemia, según el Instituto Nacional de Estadística e Informática - INEI, el ingreso promedio de las mujeres rurales producto de su trabajo era de 536 soles mensuales, a diferencia de 1.307 soles en ámbitos urbanos. Para el caso de los hombres, la brecha entre el mundo urbano y rural también es significativa: 866 soles es el promedio de ingreso mensual de los hombres rurales, mientras que los hombres urbanos reciben en promedio 1.819 soles mensuales.
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Si llevamos estas diferencias al campo del acceso al sistema de pensiones, notamos que las mujeres rurales son las más perjudicadas pues apenas el 4% de las mujeres que trabajan forman parte de un plan de jubilación, mientras que el 14% de los hombres rurales sí tienen acceso a ese beneficio de subvención por su mayoría de edad. Si bien esta cifra es bastante baja, lo cierto es que es más de tres veces el acceso de las mujeres. Esto implica que la interseccionalidad de los problemas de exclusión social es una realidad que tiene rostro de mujer rural.
Este no es un tema de género que solo las banderas feministas deben levantar. Este es un tema que nos compete a todos. Si la mitad de la población no produce los suficientes ingresos pese a que se invierten horas de trabajo, no podremos hablar de convertirnos en una economía desarrollada. Sucede lo mismo con las políticas agrarias o con todo aquello que esté relacionado con el campo.
Para asegurar mejores resultados, las políticas públicas que buscan incrementar los niveles de productividad y competitividad del país deben tener un enfoque de género y territorial de modo tal que recoja y se adapte a las necesidades y demandas de las mujeres en las zonas rurales, la cual es la población más vulnerable frente a la pobreza y la exclusión social.
Urge rediseñar las políticas nacionales con enfoques diferenciados que permitan obtener mejores resultados para la ciudadanía. No hacerlo es como comprar uniformes escolares de una misma talla con información de acuerdo al promedio de los alumnos. A algunos les quedará muy grande y a otros muy chico. De la misma manera, hoy las políticas públicas necesitan un diseño a la medida y que recoja las diferentes lógicas y dinámicas de todo el territorio nacional. Pensar de manera unidimensional o de manera unisectorial no permitirá abordar los problemas públicos de manera efectiva.
Agricultura.
Especialista en Políticas públicas efectivas. Jefa del Observatorio de Políticas Públicas de la Escuela de Gestión Pública de la Universidad del Pacífico. Ha sido servidora pública de municipios y ministerios. También ha sido Secretaria Técnica del Social Progress Imperative para el Perú. Limeña, hija de padre puneño y madre moyobambina.