Decir izquierda por momentos es una exageración. Las opciones políticas que ofrecen, o dan la impresión de ofrecer, algo distinto que las opciones de derecha son una presencia variada, con pocas posibilidades electorales, pero que logran mantenerse en el paisaje. La actual crisis política les ha dado la oportunidad de desordenarse todavía más.
La figura izquierdista que más se ha acercado a la Presidencia de la República es Verónika Mendoza. Desde el 2016 ha sobrevivido en las encuestas, pero su trayectoria ha sufrido una división de su base política, y un notorio titubeo entre diversas opciones electorales, que la han movido entre la ultra recalcitrante y la moderación.
El resto de la izquierda, incluidos algunos seguidores originales de Mendoza, prefirió no trazarse una estrategia para el 2021, por ejemplo cultivar la imagen de la candidata, y tomó el camino inmediatista de la política parlamentaria. Algo que ha llevado a muchos a oscilar entre cometer errores y no hacer realmente nada en beneficio propio.
Marco Arana ha sido uno de los políticos más agilitos del sector no derechista de la política. Primero dividió al Frente Amplio (fuera Mendoza), y ahora el Frente Amplio se le está dividiendo. Está por expulsar a unos 55 militantes, dicen que para asegurarse la candidatura presidencial. Suena a pésimo comienzo de campaña.
Juntos por el Perú aparece como la agrupación más estable y coherente en la izquierda, pero eso no le ha ganado muchos puntos. Quizás porque los medios, las redes, y el público en general se interesan por un estilo político más canalla. El Nuevo Perú de Mendoza ha recalado allí, pero todavía es temprano.
A quien por algún motivo algunos asimilan a una izquierda es Antauro Humala, el preso hoy utilizado por fuerzas claramente de derecha para desestabilizar al Ejecutivo, y de paso a todo el sistema político. Tiene mucha más cobertura mediática, en su condición de cuco terminal antisistema, que efectiva popularidad electoral.
Entre estos tres espacios profundamente diferentes y cuya unidad es altamente improbable –el mangoneador en el Congreso, la candidata esencialmente indomiciliada, y el cuco fascistoide– se mueve un sector de opinión reducido, pero seguro de que quiere cambios más o menos por fuera del orden establecido.
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