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Dificultades para respirar

Europa experimenta las consecuencias del relajamiento de las medidas sanitarias.

Las proyecciones sobre el impacto de la segunda ola de contagios del Covid-19 en Europa son más severas de lo esperado. En las grandes ciudades se registran miles de casos diarios y los gobiernos ordenan nuevas y urgentes restricciones.

El gobierno francés ha restablecido el estado de emergencia sanitaria, que entrará en vigor a partir del 17 de octubre, y ha decretado un toque de queda en nueve ciudades durante un mes, luego de que en un solo día se registraran 13.000 casos y 117 muertos. Alemania ha superado los 6.500 casos en un día, lo que obliga a un nuevo pacto sanitario entre el gobierno central y los Estados, el cual dispone que en las ciudades con más de 35 nuevas infecciones por cada 100.000 habitantes se ampliará el uso obligatorio de la mascarilla y que los bares y restaurantes cerrarán en las ciudades donde se produzcan más de 50 nuevos casos por cada 100.000 habitantes en una semana.

Madrid y Cataluña, en España, tienen graves restricciones, la primera de ellas con una cuarentena por distritos y la segunda ha cerrado todos los bares y restaurantes de la región durante 15 días. En el Reino Unido, con más de 19 casos diarios y casi 140 muertos por día, Londres ha prohibido las reuniones bajo techo entre personas que no vivan en el mismo hogar, en tanto que el gobierno no descartó un confinamiento a corto plazo exigido por la comunidad científica.

Los gobiernos y la población se preguntan por lo que hicieron mal y las respuestas no han tardado en llegar: el relajamiento del distanciamiento social, el aumento de las reuniones sociales y la disminución del porcentaje de la población que usa mascarilla en los lugares públicos.

En la mayoría de países de Europa donde el rebrote es intempestivo y severo, los contagios se han producido tanto en lugares públicos como cerrados, y en ambos casos debido al relajamiento de las medidas sanitarias. Aunque en menor medida que en otras regiones –en A. Latina, por ejemplo–, en Europa se creía hasta hace poco que el virus había perdido fuerza, que había cambiado o que era menos letal a pesar de los contagios, un poderoso ejemplo de complacencia con efectos dramáticos para los países que ahora mismo se solazan con la caída de los indicadores del coronavirus.