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Notas de Prensa

"Parte de Guerra II": El virrey La Serna y los realistas después de la derrota de Junín

En el segundo episodio de la serie "Parte de Guerra II", se narra la batalla de Junín, que marcó un punto de inflexión en la guerra.

Serie "Parte de Guerra II" narrada por los historiadores de la PUCP
Serie "Parte de Guerra II" narrada por los historiadores de la PUCP

Escribe: Natalia Sobrevilla (*)

En Cusco, el virrey José de la Serna se debate ante una crítica encrucijada: liquidar al general insurrecto Pedro Antonio Olañeta en el Alto Perú o hacer frente a la avanzada patriota que ya ha acantonado en Huamanga. La derrota realista en la batalla de Junín, el 6 de agosto, ha cambiado dramáticamente el curso de la guerra. En aquel feroz choque de caballerías, un millar de jinetes por bando, murieron un total de 400 combatientes en apenas 45 minutos, a razón de 10 por minuto, sin que se disparase un tiro, todas víctimas de arma blanca. El enemigo se repliega desmoralizado de la sierra central y a toda marcha huye hacia la vertiente del río Pampas, en Ayacucho. El Ejército Unido Libertador, tras sus pasos, cruza el Rubicón.

El impacto de la batalla de Junín sobre el ejército realista no puede ser sobredimensionado. Por ello, muchas veces se dice que no hubiese habido Ayacucho sin Junín. En gran medida esto se debe a que es la primera batalla que este ejército perdió desde que Diego de O’Reilly se rindió ante Juan Antonio Álvarez de Arenales en Cerro de Pasco, el 6 de diciembre de 1820. Tras la derrota, la desesperación de este general fue tal que se lanzó al mar desde la cubierta del barco que lo llevaba de regreso a la península. Todos los demás encuentros de armas fueron favorables a los realistas, a pesar de que después de la batalla de Zepita, Puno, el 25 agosto de 1823, ambos bandos aseguraron haberse hecho de la victoria. Fue en Junín que finalmente quebró el ánimo de los realistas. Este ya venía tambaleando desde enero de 1824 cuando el general realista Pedro Antonio de Olañeta se declaró como único defensor del rey ante quienes habían jurado la Constitución de Cádiz, en 1820. El virrey José de La Serna se vio obligado a dividir sus fuerzas lo que debilitó enormemente a los realistas y fue por ello que tras el fracaso de la estrategia de detener a las tropas lideradas por Simón Bolívar en la batalla de Junín, al norte del lago Chincaycocha, no pudieron mantener el control de la sierra central. En sus memorias, el oficial realista Andrés García Camba relata después de la batalla de Junín la desordenada huida de las tropas llevó a los defensores del rey desde las orillas del lago hasta el valle del Mantaro, donde campeaba el pánico. Según narra, se perdieron no solo unos 300 caballos y muchos hombres, sino tanto el prestigio como la reputación del ejército del rey. El general José de Canterac y sus hombres pasaron la noche del 6 de agosto en las afueras de Jauja tratando de reponerse del duro golpe, mientras recibían a los rezagados que buscaban guarecerse de la persecución del enemigo. Dos días más tarde, el ejército del Rey ya estaba a 32 leguas de Junín (más de 130 kilómetros). Esto a pesar de que la infantería no había participado en la batalla y que las tropas se movían en territorios que hasta ese momento les habían sido completamente leales. Acantonado en ese punto, Canterac le comunicó al virrey su decisión de avanzar hasta el Cusco para consolidar las fuerzas con el resto del ejército que había estado enfrascado en defendiendo la frontera sur del levantamiento de Olañeta. El 11 de agosto, los realistas estaban sobre el puente de Izcuchaca, el único de piedra sobre el río Mantaro. Los heridos fueron llevados a Huamanga, y a pesar de no sufrir persecución, Canterac siguió veloz hacia el sur. Para el 28 ya había llegado a Chinchero, Apurímac, donde finalmente descansó unos quince días. La intención era dificultar el paso del enemigo cortando los puentes de soga, para permitir que la división de Gerónimo Valdés llegara desde El Alto Perú a consolidar las fuerzas de los defensores del Rey. Esta huida a toda velocidad permitió que los hombres que luchaban por la independencia se acomodaran en el valle del Mantaro, la retaguardia de la capital. A pesar de esto, Lima se mantuvo en manos de los realistas mientras en los Andes los generales realistas se prepararon para resistir hasta las últimas consecuencias. El virrey centralizó sus tropas en los valles aledaños al Cusco y en los meses de septiembre, octubre y noviembre las preparó para una nueva campaña militar en el territorio que habían dejado libre al enemigo después de su derrota en Junín.

(*) Natalia Sobrevilla Perea ejerció durante 17 años la cátedra de Historia Latinoamericana en la Universidad de Kent, Inglaterra. Autora de numerosos libros, sus más recientes publicaciones son La nación subyacente (Debate, 2024) y Repúblicas sudamericanas en construcción: hacia una historia común (Fondo de Cultura Económica 2021).

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