Domingo

Eduardo Herrera: “El Perú es un país en permanente estado de denuncia y de extorsión”.

El penalista Eduardo Herrera escribió en 2019 un libro testimonial sobre cómo se involucró en el sistema corrupto de la justicia nacional y las trampas que existen en esta estructura. En esta entrevista habla de cómo se utilizan las denuncias como elementos de extorsión, el rol de los estudios de abogados en la confección de las leyes que da el Congreso y lo pésimo litigante que es el Estado. 

Dice Rosa María Palacios que la primera impresión que tuvo al leer el libro El Cerebro Corrupto de Eduardo Herrera, es que su autor quería ir preso. Los temores de la periodista tenían una explicación. En el libro, presentado en 2019, Herrera resume sus 18 años como abogado litigante y su participación en esquemas de corrupción. Su descripción es cruda. El sistema de justicia no sufre el ataque de unos pocos corruptos, ya que –para Hererra- el sistema mismo es corrupto. Hoy su libro va por la cuarta edición. Se le encuentra en librerías y en los cruces de semáforo, pirateado. El sistema, en el que no existe una institución limpia, lo ha alcanzado.

¿Excorruptor es una buena manera de definirlo?

Sí, soy un excorruptor, no hay eufemismos allí.

¿Es un término que usa siempre para referirse a sí mismo?

Es una etapa de mi vida, no me defino como tal. No me quiero encasillar en eso. Es parte de una vivencia que tuve.

Su libro de memorias como corruptor va por la cuarta edición. El temor es que los lectores piensen en el libro como un manual y no como un testimonio.

(Se ríe) Sí. Cualquiera puede tomarlo como quiera. La escribí con la idea de que se pudiera conocer la historia de una persona errática, que además es muy común, que puede caer y puede subir, que está expuesta a un entorno de corrupción.

La primera vez que entró en la maquinaria de la corrupción usted era muy joven

Sí.

Era asistente de un estudio de abogados y le pidieron que obtuviera parte de un expediente. ¿Qué recuerda de eso?

Bueno, dos cosas muy concretas. La primera es que había un entorno de presión hacia un joven, había una obsesión con el éxito a como diera lugar. Es un tema de fondo. Yo sabía que si no conseguía ese expediente iba a ser un perdedor.

Más allá de que lo pudieran echar del estudio.

Es que la idea que fomentaba el estudio era “Consíguelo a como dé lugar”. Y si no lo conseguía, podía ser echado, era implícito. Nadie me dijo: “Soborna”. Era un lenguaje implícito. Y lo segundo es la actuación casi natural que tenemos con la corrupción. A mí nadie me enseñó cómo hacerlo. Lo hice porque las circunstancias se daban para que fuera natural y propicio algo como eso. Lo raro es que no lo sea. No estamos preparados para decir no, estamos preparados para la coima.

¿Recuerda ese momento, cuando le ofreció una coima al secretario del juzgado?

Sí, claro. Siempre las primeras veces se recuerdan, es inevitable. Tengo claro el momento, el lugar, la persona, el nombre.

El Cerebro Corrupto va por su cuarta edición. Fue publicado originalmente en 2019. Fotografía: Grupo Editorial Lex & Iuris.

El Cerebro Corrupto va por su cuarta edición. Fue publicado originalmente en 2019. Fotografía: Grupo Editorial Lex & Iuris.

Usted hace un juicio de valor interesante en el libro. Dice: “Esa creencia de que la formación en valores viene de casa es una auténtica mentira que, sin duda, nos llevará a la fatalidad”. ¿Por qué lo dice? ¿Porque todo el sistema está lleno de estímulos para la corrupción?

Porque siempre vamos a la cosa tradicional de la formación en valores y a mí nadie me ha sabido explicar qué significa eso. Para empezar, ¿qué es un valor? ¿Cuál es el valor del país? ¿Está garantizado que una persona que tiene una familia convencional y con valores va a salir bien? Y a contrario sensu, ¿una persona que vive en la calle y no tiene familia va a salir mal? Esa cosa absoluta de decir “tenemos valores” es una excusa.

Una frase hueca.

Son frases huecas. Como cuando el gobierno te dice: “Tenemos que estar unidos”. Una vez más, ¿qué es la unidad?

Hay otra frase que usted usa: “Nosotros no defendemos culpables o inocentes, sino clientes”.

Sí.

¿Es un mantra que repiten con frecuencia los abogados?

No me atrevo a decir que todos, pero sí buena parte. Porque el mismo mercado genera que si ganas juicios eres el más exitoso. El mercado demanda eso. Al abogado no lo evalúan por si tiene una excelente estrategia o una buena defensa, lo evalúan por si gana o no. Como sea, por la puerta principal, por la ventana, por la azotea. Desde esa perspectiva, el abogado litigante se concentra en que tiene que ganar, no importa si el cliente es culpable o inocente.

Y eso lo exime de cualquier consideración moral.

Porque todos lo hacen. En un entorno donde todos lo hacen, no vas a ser el más gil de decir: “No, yo no”.

¿Por qué dice que los penalistas son utilizados como elementos de coacción en grandes casos corporativos?

Cuando hay casos que tienen más de una especialidad, tributario, corporativo, etc, tener una herramienta penal es como tener un arma sobre la mesa. Es una estrategia de negociación, puedes soltar al perro y los demás saben que puede morder, si es bueno. Eso disuade a la otra parte. Quién quiere estar metido en un caso penal en el Perú, donde es muy fácil denunciar a cualquiera y por cualquier delito.

¿Diría que los penalistas son las grandes estrellas en los esquemas de corrupción?

Sí, sin duda. No todos, porque siempre tengo que hacer la excepción, pero sí son las grandes estrellas. Si están en la televisión. No llaman a la TV a un civilista o a un tributarista, porque son aburridos. El penalista es una prima donna, un litigante de tribuna.

La coima, según Herrera, está presente en todos los niveles de administración de justicia. Desde la Policía hasta la Fiscalía y el PJ. Fotografía: Archivo La República.

La coima, según Herrera, está presente en todos los niveles de administración de justicia. Desde la Policía hasta la Fiscalía y el PJ. Fotografía: Archivo La República.

Algo que usted también dice es que las denuncias de cualquier tipo pueden ser usadas como mecanismos de presión.

Claro. O sea, si dos personas se pelean, una herramienta es meter una denuncia por lavado, sin ninguna prueba. Te tienen dos años allí, siendo investigado. Mañana cualquier persona te trama una hipótesis de abuso sexual, y ya está, te investigan. No quiere decir que vas a salir culpable, pero te van a tener allí, ocupado. El sistema de justicia es tan frágil que meter una denuncia es sumamente sencillo y por lo tanto se convierte en una herramienta de extorsión.

Allí no importa el resultado final, alcanzar justicia.

No, lo que importa es joder al otro, a como dé lugar. Y eso en un tablero es muy enriquecedor porque si eres denunciado, tienes que contratar un abogado, te pueden embargar los bienes. La sola amenaza de que puedas pisar cárcel, la sola idea de ir al centro de Lima a declarar, de estar frente a un fiscal que puede tener sesgos de todo tipo, es una especie de extorsión.

¿El Perú es un país que vive en permanente estado de denuncia?

Sí, el Perú es un país en permanente estado de denuncia y de extorsión. Las autoridades te extorsionan. Tú estás manejando tu carro y tienes un policía atrás, y tienes una sensación de inseguridad y extorsión próxima. Piensas en qué momento te va a parar para preguntarte si tienes el SOAT vencido o por la revisión técnica, para sacarte plata. Tú sabes que no estás seguro, el policía te está buscando algo. Y la autoridad también. Estás caminando por Miraflores y ves un fiscalizador en el parque. ¿Qué hace un fiscalizador en un lugar así? Evidentemente es extorsivo. Está pensando, “¿cómo te jodo?”. Esa es la autoridad en el país.

¿Usted planteó alguna denuncia sin sustento?

Claro, muchas.

¿Recuerda alguna en particular?

Bueno, la más común es falsificación de documentos. Si tú dijiste una falsedad, yo te denuncio. La falsedad genérica es un delito que te castiga básicamente por mentir. Uno puede caer en una inexactitud o en una mentira y tú construyes un caso de allí. Así generas una denuncia penal, es muy común.

¿Ganaba esos juicios?

No. No importaba. Lo que importaba era enredar.

¿Qué es lo más grave que hizo como corruptor?

Lo que más me dolió fue torcer un caso en el que había una persona muerta. O sea, había accidentes laborales. Y tú te parabas ante la familia para que recibieran un sencillo: cinco mil o diez mil soles por una muerte. Y por otro lado ibas ganando el juicio penal y tenías a tu contraparte tranquila por diez mil soles. Eso es ruin, usar el sistema perversamente, usar a la justicia.

¿Y esos juicios a qué nivel se resolvían? ¿Dónde entraba la coima?

En todos lados, Policía, Fiscalía. La pregunta es dónde no entra. El sistema está configurado para que la excepción sea la integridad y la ética. Nunca sucedió que alguien me dijo que no. Nadie me dijo: “No, un momento, te has equivocado conmigo, eso no lo puedo hacer”.

¿Nunca?

Nunca. A lo mucho hubo un Policía que me dijo que estaba con la otra parte.

Vladimiro Montesinos es la estrella entre los corruptores. "Hay algunos idiotas que quieren que vuelva", dice Herrera. Fotografía: Archivo La República.

Vladimiro Montesinos es la estrella entre los corruptores. "Hay algunos idiotas que quieren que vuelva", dice Herrera. Fotografía: Archivo La República.

¿Le ganó muchos casos al Estado?

Sí, es muy fácil ganarle al Estado.

¿Por qué?

Porque tienen malos litigantes y muchos casos.

¿Son muy jóvenes sus abogados?

No, tienen mucha carga. Si tú ves a los abogados de oficio, llevan muchos casos. ¿Cómo le pueden dedicar tiempo de calidad a un caso? No lo hacen simplemente. Hacen lo que pueden y el Estado es el más grande litigante del país. Tiene una procuraduría no equilibrada y evidentemente va con una espada de palo frente a un estudio que tiene un tanque.

El Congreso ha hecho una modificación para que, si se hace un allanamiento a la casa de un presunto delincuente, esto se lleve a cabo con su abogado o con un abogado de oficio. Si el Estado tiene tanta carga como litigante, ¿eso tiene sentido?

Claro, el abogado de oficio nunca va a ir. En realidad, las leyes están dadas en este país para enredar. Vivimos buscando la ley perfecta. Y la ley perfecta no existe. Cada día los legisladores, no solo ahora, viven construyendo un manual de comportamiento perfecto y eso no va a pasar. Por eso ves que las leyes van aclarándose y le tienen temor al vacío.

Su libro abunda en ejemplos en los que la Policía es fácilmente corrompible. Pensando en lo que se ha hecho en el Congreso, que se le ha devuelto la capacidad de hacer investigación preliminar, ¿diría que esa es una buena decisión?

No, claramente no. Lo que hace esa modificación es legitimar algo que pasa en la práctica: los fiscales abren la investigación y se la mandan a la Policía siempre. No es de ahora. Pero no estamos solucionando nada, porque la Policía es una institución tomada por la corrupción y la Fiscalía también. Yo veo dos bandos allí, los que defienden a la Policía y los que defienden a la Fiscalía, pero ambos tienen contaminaciones institucionales serias.

Ahora que hablábamos de las modificaciones sospechosas que hace el Congreso, ¿cuánto intervienen los estudios de abogados en la redacción de estas propuestas?

Mucho. El abogado es un ingeniero jurídico. El abogado no le da contenido a la norma, le da estructura. Quien le da contenido es el especialista. Por ejemplo, si sacan una norma sobre tabaco, el especialista da el fondo, pero el abogado lo estructura, ve cómo debe ser redactada. Los abogados somos a veces el vehículo para que un legislador haga tal o cual cosa, porque en el país la palabra lobby está mal vista. Si te dicen lobista, eso es un insulto, cuando el lobby es un acto legítimo y profesional.

Claro, uno puede inscribirse en el registro de manejadores de intereses.

Sí. Ahora, tú evitas decir la palabra lobista, ¿te has dado cuenta? Porque es peyorativa.

Sí, acabo de descubrirlo. Ahora, uno puede pensar con cierta inocencia que las leyes las redacta el legislador junto a sus asesores, pero eso no pasa.

No pasa, porque los legisladores son en su mayoría ignorantes, en el mejor sentido de la palabra.

Y en el peor también

Sí. Son personajes que no saben nada de nada. Mira, yo aceptaría que hubiera un representante de las tabacaleras en el Congreso, por qué no, que lo haga de manera transparente. Pero aquí no pasa eso. Aquí están escondidos. Y uno no sabe de dónde viene el disparo. Los legisladores te pueden hacer una ley que regula la política alimentaria y luego otra que regula el tráfico aéreo. Eso no tiene sentido.

¿Conoció a Montesinos?

Sí, lo conocí en un juicio. Él ya estaba preso en la Base Naval y yo iba a defender a una persona.

¿Litigaba contra él?

No, no. Eran varios procesados. Él era uno de ellos y yo iba a defender a otro. Construimos una relación. No puedo decir de amistad, fue una relación de intercambio intelectual. Me pareció un tipo divertido, como buen…

… ¿arequipeño?

No, como buen chamullador, como buen enredador. Es simpático, el corruptor tiene que ser simpático, como un estafador, nunca vas a encontrar un estafador antipático o aburrido. Montesinos tiene una cosa de humor negro. Es astuto, más que inteligente.

Debe ser la estrella entre los corruptores.

Claro, conocerlo es como cuando Renato Tapia conoce a Messi. Es una estrella de la corrupción. Y hay muchos idiotas que dicen hoy que Montesinos debe salir libre para que cambie el Perú.

No son pocos.

No, son una masa de idiotas.

¿Algún cliente insatisfecho lo amenazó alguna vez?

Una vez. Crucé una línea que no debí cruzar. Hay ciertos códigos. Hay abogados que no defendemos tráfico ilícito de drogas. Y entré en ese terreno. Y allí el tema es muy simple, fallas y te matan. O en el mejor de los casos solo te amenazan. Puedes entrar y salir en el mismo caso. Yo fallé en un caso y me llegó una amenaza desde el penal. Era mi potencial cliente, porque nunca tomé su defensa.

¿Y qué pasó?

Bueno, allí te sale toda la calle. Me amenazó, me dijo que como había salido mal, tenía que devolver plata, porque sabían de mi familia y etcétera. Y allí salió el barrio. Le dije que yo también conocía gente. Pero, claro, le devolví la plata. Y luego quedamos bien. Me dijo: “Todo queda entre caballeros”.

¿Todo queda entre caballeros?

Sí (se ríe), me dijo que cualquier cosa que quisiera en el penal estaba para ayudarme. Así fue. Todo es real.

¿Qué pasa si uno quiere salirse de este sistema corrupto? ¿Qué pasó con usted?

A mí me identifican como un traidor, como un soplón.

¿Ahora mismo?

Sí, claro. Yo sé. A mí me han dicho, aunque no directamente, porque así son los cobardes: “Oye, está mal esa vaina de escribir un libro hablando mal de todos nosotros”. Hay gente que se ha sentido tocada.

¿Lo han llamado?

Con sutileza. Me han dicho que eso no se hace, que estoy mordiendo la mano que me dio de comer. Son estupideces, pero ese es el riesgo. Y por otro lado hay confrontación, porque mi estilo no es bien visto en un país cortesano. Acá lo que impera es la medianía, el chisme entre dientes. Y quienes decimos las cosas frontales somos mal vistos, como locos.

Es arriesgado.

Sí, pero más riesgoso es quedarse callado. El juez más duro es la consciencia. Para vivir con eso constantemente, tienes que tener un nivel de disociación muy grande, casi ser un bipolar. No puedes ser corruptor por un lado y por el otro ser un ciudadano de bien. Y eso lo cree mucha gente en este país.

¿Cuál fue el detonante para que saliera de ese círculo de corrupción?

Bueno, yo perdí un caso en el que defendía a un cliente inocente. Había jugado para que el cliente saliera bien.

¿Con jugado se refiere a coimear?

Sí. Y perdí. Me estafaron. Al final del día hablé con la persona con la que había hecho contacto y me dice: “Pucha, Eduardo, ya he hablado con la otra parte, a la siguiente tienes crédito”. Y yo le dije que no me interesaba la siguiente, que quería ganar en esa. Le insistí, le dije: “Estamos entre caballeros, eso no se hace”. Y allí me vino todo a la mente. Cómo podía hablar de caballeros en ese contexto. Éramos unos vulgares delincuentes todos. No puedes exigir ética, responsabilidad, cumplimiento de compromisos si estás entre delincuentes. Allí decidí retirarme.

En su libro dice: “¿Qué reforma podría darse en un sistema así? Ninguna, porque habría que ser imbécil para destruir un equilibrio que es conveniente a todos”. ¿No hay ninguna salida para la crisis en la justicia?

Lo que hay que discutir es quién hace la reforma. ¿A la Fiscalía le interesa la reforma? No, sino claramente ya la hubiera hecho. ¿Al Poder Judicial le interesa? No, porque cada vez que se quiere hacer algo con el Poder Judicial, se agarran de los brazos y dicen que son autónomos. ¿A la Policía le interesa? No. A los abogados menos. Y tampoco a los congresistas, porque están procesados. Todos son parte de un mismo juego. Incluso la gente. Cuando alguien tiene un caso judicial, le interesa salir rápido y salir bien. ¿Le interesa si el sistema funciona? No. Entonces, el incentivo para hacer una reforma es nulo.

¿Cuál es el comentario más ácido que ha recibido por el libro?

Tal vez el de mi madre. Yo le entregué el libro a mi mamá, a mi esposa y a mi hijo mayor. Les dije: “Lean y júzguenme”. Entonces mi mamá me llamó cuando el libro estaba ya publicado y me dijo: “No pensé que eras así”. Ella construyó otro personaje, ella no sabía a ciencia cierta cómo hacía las cosas. Allí se me formó un nudo en la garganta. Y le dije: “Mira, mamá, el responsable soy yo. Tú has hecho lo mejor que has podido. Yo la cagué”. Pero sí, el de mi madre fue el comentario que más me movió en la vida.

Además que volvemos a la pregunta inicial. Las familias bien compuestas no son garantía de nada.

De nada. Mi padre era militar, vertical, machista. Mi madre era profesora. Nada podía salir mal, no podía descarriarme, pero me descarrié. Esa no es una garantía.