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Pedro Salinas: “Lo peor que me hizo el Sodalicio fue destruir la relación con mi padre”

El periodista da detalles del origen de su larga batalla contra el Sodalicio, la organización religiosa liderada por Luis Fernando Figari, cuyos directivos son acusados por casos de violencia psicológica, física y sexual. “Quiero creer que esto está llegando al final”, dice.   

Pedro Salinas durante una sesión de fotos en San Isidro.
Pedro Salinas durante una sesión de fotos en San Isidro.

En la Plaza del Santo Oficio, en la Ciudad del Vaticano, se encuentra el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, una institución que en el resumen debe proclamar el evangelio en todo el mundo y proteger la doctrina católica. Es heredera además de otro organismo que no goza de buena reputación histórica: La Santa Romana y Universal Inquisición. En febrero de 2019, Pedro Salinas cruzó el grueso portón del dicasterio y le preguntó a monseñor Jordi Bertomeu si todavía conservaban algunos elementos de tortura, con los que se castigaba a los herejes. Bertomeu le respondió que sí, pero que los guardaban para “ocasiones especiales”.  Así fue que se conocieron, gastándose bromas, antes de empezar a conversar de un tema espinoso, las acusaciones por delitos sexuales contra los líderes del Sodalicio.

En ese entonces, Bertomeu, español y doctor en Derecho Canónico, le contó que el tema estaba en sus pendientes, pero que necesitaba una autorización papal para empezar una investigación. Ese visto bueno llegó recién el 2023. En julio del año pasado, Bertomeu y su colega, el arzobispo maltés Charles Scicluna, arribaron al país y en agosto presentaron los resultados de sus pesquisas al Papa Francisco. Desde entonces, el Sodalicio, que parecía una organización todopoderosa, ha sufrido serios reveses. El último; la renuncia del arzobispo de Piura, José Antonio Eguren, su principal representante en la jerarquía de la iglesia católica peruana. ¿Qué significa eso para Pedro Salinas, el reportero que presentó las primeras denuncias contra esta organización? En esta nota, el periodista vuelve al origen de su experiencia con el Sodalicio y a sus motivaciones personales.

¿Por qué empezaste esta larga pelea con el Sodalicio? ¿Cuál fue el hecho disparador?

Yo me fui del Sodalicio el 20 de enero de 1987. Usualmente, todos los ex sodálites recuerdan la fecha de su salida. Y cuando te sales, eres un traidor, un innombrable…

O sea, ellos te consideraban un enemigo, pero para ti ellos no eran necesariamente lo mismo.

Exacto. Simplemente porque te ibas, tú eras un traidor. Y te quedabas con la culpa, porque estabas traicionando tu vocación, a Dios, al Sodalicio y a (Luis Fernando) Figari. En el año 2000 comienzo a bocetear esta novelita, Mateo Diez, que iba cotejando con otros amigos. La idea era contar un poco mi tránsito por las comunidades sodálites. Y no tenía ánimo de denuncia allí.

¿En este libro querías burlarte un poco de ti mismo y de tu experiencia?

No, porque no me burlo, simplemente narro los hechos que me pasaron en clave de ficción, pero todo lo que estaba contado allí pasó en un 99.9%. Y ese libro, Mateo Diez, se convierte en un imán de casos de denuncias de las que yo no tenía idea y comienzan a buscarme a mí. Y yo publico la novela el 2002, con Campodónico. Entre las personas que me buscan y se me acercan está Eduardo Gastelumendi, un psicoanalista que ha fallecido en enero, que era de la primera hornada que tuvo el Sodalicio en el colegio Santa María. Él me convoca para denunciar que Figari tenía casos de abusos y perversiones sexuales.

En la novela, en la ficción, llamabas al Sodalicio, la Milicia de María Duce, como el movimiento irlandés anticomunista o como el apodo del caudillo fascista.

Claro, lo que pasa es que la formación inicial en el Sodalicio era fascista. Es más, una de las memorias de Figari se llama María Duce. Para que veas que la cosa facha ya estaba en el Sodalicio, por lo menos en la época que yo estuve.

¿Cuál fue la reacción negativa más extrema contra la novela?

Bueno, Malena Sanseviero, cuando estaba en El Virrey de Miguel Dasso, me comentó que había llegado un grupo de cuatro o cinco patitas, vestidos igual, camisa celeste, pantalón caqui o azul, zapatos Florsheim, todos peinados, algunos con barba y uno de ellos dijo: Si lo veo a Salinas cruzando Miguel Dasso, le paso el carro por encima (se ríe). Ese era el ánimo que había hacia adentro. La indicación era: no lean esa novela, es una basura. Y yo coincido porque literariamente no vale nada.

Vaya. Estás de acuerdo con Figari en alguna cosa.

En eso sí.

El protagonista de la novela es un joven vulnerable que está superando la separación de sus padres, su vida escolar es catastrófica…

Un poquito… (se ríe)

…Y está coqueteando con la marihuana. ¿Tú te reconoces en ese personaje?

Sí, Mateo Diez soy yo (se ríe). Es verdad.

¿Tú también quisiste ser psicólogo?

Sí, te digo, todo lo que está en Mateo Diez soy yo, pero llevado al papel, a la tinta. La historia es verdadera y muchos lo tomaron como una denuncia. Yo no era consciente de que allí estaba describiendo violaciones a los derechos humanos hasta dos momentos importantes. Uno, la presentación de la novela. Los presentadores fueron Gustavo Rodríguez y Toño Cisneros. Y el día de la presentación, Toño comenta algo así: Hay unas claves de humor en el libro, hay demasiados personajes para mi gusto, pero el relato que se cuenta acá es una cosa muy triste. Y yo dije: ¿Qué? Y él seguía: Porque es la historia de una persona a la que le han robado lo más precioso de su vida, su juventud. Y yo dije: Mierda, en qué momento he escrito eso. Ese fue un primer campanazo en mi cabeza. El siguiente fue en mi casa, en Mala. Mi vieja estaba leyendo el libro y yo la miraba a lo lejos para ver si se reía, porque yo pensaba que había escrito cosas graciosas. De pronto se pone a llorar, me acercó y le digo qué pasa.

Descubriste que eras un pésimo escritor de comedia.

(Lanza una carcajada) Claro. Esa novela estaba para llorar. Y entonces ella me dice: Hijo perdóname, yo no sabía que estas cosas pasaban allí adentro. Si no, me hubiera opuesto a que te metas. Y yo le dije: Qué cosas. Cuentas barbaridades en la novela, me dice. Ese fue un segundo campanazo. Y poco a poco, con el tiempo, te das cuenta de que has estado en una secta. Pero cuesta. Cuesta psicólogos, psiquiatras, medicación. Una de las cosas que me pasó y que me sigue pasando hasta hoy es que tengo unos insomnios jodidos desde que me fui del Sodalicio.

¿Tanto tiempo después?

De repente no tiene que ver. En alguna de las terapias con una psicóloga, ella me diagnosticó síndrome de estrés post traumático, que es algo que sufren los que han pasado por una guerra, quienes han pasado un incidente traumatizante, no sé, por ejemplo, haber sobrevivido a un incendio. Y lo peor que me hizo el Sodalicio, que me jodió psicológica y emocionalmente por un montón de cosas, fue, sobre todo, haber destruido la relación que yo tenía con mi padre.

Le contaste hace unos días a César Hildebrandt que te llevaron a odiar a tu padre.

Sí. Parte del proceso de formación eran los bullyng colectivos. Figari agarraba a uno de punto. Y esto empezó, me acuerdo, en un almuerzo en la casa que se llamaba Nuestra Señora de Guadalupe. Y comenzó con la historia de que mi viejo no me quería, que me odiaba. Tú allí ya estás fanatizado y hay un culto al líder que sí surte efecto. Yo allí tenía 20 años, pero para todos los efectos era un chiquillo, y además que conocía al Sodalicio desde los 15 años. Y cuando estás en comunidad, ya estás con la mente cerrada, asumiendo que todo lo que dicen son verdades absolutas. Y en un momento, Figari dice: Tan es así que tu padre no te quiere, que ya ni te escribe. Y en ese momento se le atribuían poderes sobrenaturales a Figari, y todos nosotros, cojudos, creíamos que sí los tenía.

El tipo era un X-Men.

Claro, más o menos, como el profesor Charles Xavier. Y allí empieza todo ese trabajo. Luego, en otro momento, me hizo salir a la terraza de la casa de San Bartolo, en invierno, para gritar insultos contra mi viejo. Uno de ellos fue “borracho de mierda”. Figari me pidió que gritara eso. Y dentro de mí algo me decía que eso estaba mal, porque mi viejo no tomaba, nunca lo vi con tragos.

Fue una operación de lavado de cerebro.

Total. Que me duró mucho tiempo después, hasta que me llega una llamada del consulado de Venezuela para informarme que mi viejo estaba en un hospital público con un cáncer terminal. En ese momento, mis dos hermanos menores estaban viviendo en Guatemala.

Tu hermano también estuvo en el Sodalicio.

Yo lo metí. Esa es otra de las cosas, está lo de mi viejo y que yo metí a mucha gente que por suerte se fue saliendo. Pero varios de los que se quedaron fueron víctimas de abuso sexual de Figari, de (Germán) Doig, o de Virgilio Levaggi.

Luis Fernando Figari, el investigado fundador del Sodalicio. Foto: Archivo La República.

Luis Fernando Figari, el investigado fundador del Sodalicio. Foto: Archivo La República.

¿De los que tú invitaste?

Sí. Y esa ha sido una de las cosas que en terapia me han dicho que no es mi culpa. Pero cómo no va a ser mi culpa, si yo los metí.

Te interrumpí, ¿reconstruiste la relación con tu padre?

Sí, al final sí. Me llega esta llamada del consulado, estamos hablando de 1992. Y para que veas hasta dónde llegaba el efecto de lo que me habían hecho, yo me había cinco años atrás, pero mantenía esa carga negativa contra mi viejo y la llamada me generó una parálisis. Me dije: Qué hago, lo recojo, voy a traerlo, o dejo que se muera allá como un perro.

Al final fuiste a verlo.

Fui a traerlo y a reencontrarme con él. Mi viejo se peleó con toda su familia, incluso con mis hermanos, menos conmigo. No sé, quizá porque yo era el mayor, con el que más interactuaba. Y cuando él se separa de mi vieja y se va a Venezuela, yo mantuve una relación epistolar con mi viejo que duró años. Todos los meses le escribía y todos los meses recibía una carta larga de él, hasta que entré a la casa del Sodalicio en San Bartolo. Allí no hubo más cartas de mi viejo. Lo que nunca me entró en la cabeza es que interceptaran mis cartas y las de mi viejo hacía mí. Lo más probable es que las hayan quemado.

Y de paso destruían tu relación con tu padre.

Claro. Y todo lo que decía Figari tenía sentido. Lo que él decía tenía una correlación con la realidad, porque en teoría mi viejo ya no me escribía. Y cuando me encontré con mi padre en Caracas, que fue una de las experiencias más fuertes e intensas, emocionalmente hablando, nos abrazamos, lloramos y cuando comenzamos a hablar, recordamos que mi viejo sospechaba del Sodalicio, algo le olía mal ahí. Incluso, recuerdo que en ese tiempo me buscaron un par de tíos, en momentos diferentes, para llevarme a un burdel y olvidarme del Sodalicio.

¿Por indicación de tu padre?

Imagino. Y luego mi padre me lo reconoció. Me dijo: Hablé con fulano para que hablara contigo, pero tú nada, parece que tú estabas necio y terco y obsesionado por pertenecer a esa organización. Y luego me dice: Pero que tú me dejes de escribir, eso sí me llamó la atención. Y yo le dije: ¿Qué? Papá, yo jamás dejé de escribirte.

Allí te diste cuenta de lo que había pasado.

Y mi papá también. Me miró y me dijo: Hijos de p... Y yo le dije: Papá, lo pasado está en lo pasado. Voy a hablar con mis hermanos para que vayas a Lima y cerramos el círculo contigo. Mi viejo murió a los seis meses, por un cáncer terminal, se fumaba tres cajetillas diarias de Camel, sin filtro.

En Mateo Diez describes a Luis Fernando Figari, al que llamas José Hernando Ferrari, como frío, duro en el trato, hostil, rígido, sarcástico y capaz de humillar a los gritos a un adolescente que le cuenta su vocación laboral, lo que es bastante grave porque se trata de un chiquillo. ¿Ese perfil está completo o falta algo más?

Mira, volviendo a esta conversación con Eduardo Gastelumendi, cuando él me cuenta de las perversiones sexuales de Figari, y que había víctimas, yo le pregunto si él es la víctima. Y él me dice que no, pero me aclara que sí conoce a una víctima. Y yo le pregunto si puedo tener acceso a esa persona para entrevistarla o conectarla con un medio, y me cuenta que esa persona todavía está procesando el hecho, aunque habían pasado un rehuevo de años. Todavía no era capaz de compartirlo con nadie, menos con un periodista. Pero querían que yo tuviera ese dato y ver de qué manera podía hacer algo. Yo les dije que no podía hacer nada si la víctima no hablaba conmigo. Y además le dije que me costaba darle crédito porque yo había vivido en comunidades sodálites y no había visto nada de lo que me contaba.

¿Estabas poniendo en duda lo que te decía un testigo?

Sí.

Era parte del formateo mental que te habían hecho.

No. Yo había vivido en comunidad y no había visto…

Abusos sexuales…

De ningún tipo.

¿Y con el tiempo conociste a esta persona que había sufrido el abuso sexual?

Sí, claro. Es uno de los testimonios de Mitad monjes, mitad soldados (el libro de 2015 con el que Pedro Salinas y Paola Ugaz lanzaron sus primeras denuncias periodísticas contra el Sodalicio, lo que luego devendría en una persecución judicial contra ambos reporteros), es Santiago, es el testimonio más importante, y hay dos más. En el libro hay tres víctimas de Figari, y luego hay muchas más, detectadas por el propio Sodalicio y otras que aparecieron después.

Después de tu salida del Sodalicio y de todo esto que me cuentas, ¿cuál es tu relación con la espiritualidad, con el cristianismo?

Yo, con el tiempo y con el reformateo que me tomó años, me volví un agnóstico. Y mi relación con la iglesia, hasta antes de este caso, era de indiferencia, de distancia.

En tu libro Al diablo con dios (2013) cuentas un episodio en el que tienes una epifanía y te acercas de nuevo a la cristiandad, porque tienes temor de morir, por una neumonía.

Sí.

Que coincidió además con la muerte del Papa.

Exacto. Si has visto El Hombre Elefante, él no se podía echar, y no porque tuviera la cabeza de unas dimensiones exageradas, sino porque tenía asma. Y yo tenía asma como el Hombre Elefante, y por eso de chico dormía sentado con mis cojines. Y cuando me da esa neumonía, coincide con la muerte de Juan Pablo II, y en todos los canales de cable, incluyendo los de música y deportes, se transmitían los funerales del Papa. Y yo daba tres pasos y sentía que me faltaba el aire. Y lo peor es que al tercer día yo ya estaba con la necesidad de la nicotina. Dije: Eso está fuerte. Ese temor a la muerte te hace pensar si acá acaba todo o hay algo más allá. Es la discusión entre un católico y un agnóstico o un ateo. Y sí, tuve…

Una recaída…

Una recaída, como la de un alcohólico. Y duró poco. Pero en ese tiempo escribí algunas columnas sobre el Papa.

Y lo defendiste de algunos críticos.

Sí. Fue hasta las huevas. Todo mal. Pero me recuperé de esa caída.

Dame una definición. ¿Qué es un ex sodálite?

Alguien como yo (se ríe). Bueno, es que hay varias categorías. El que tiene poco de haberse ido sigue siendo un sodálite en su interior y en su cabeza. Yo recuerdo, y eso lo he escuchado en José Enrique Escardó, en Óscar Osterling, en los hermanos López de Romaña, que si tú te vas te dan trato de traidor, te llevas la culpa que te han inculcado a sangre y fuego y sigues teniendo prácticas cotidianas que te han enseñado en el Sodalicio. ¡Te sigues vistiendo igual! Yo para romper con esa vaina -y gracias a mis primos, que como yo fueron precoces en muchas cosas como los tronchos- me dediqué al sexo, drogas y rock & roll, discotecas, chicas, trago, para sacarme al Sodalicio de la cabeza.  

En Al diablo con dios, en la presentación, César Hildebrandt da una definición interesante de lo que es un ex sodálite, te la voy a leer: “Haber sido sodálite es como haber sido alcohólico. Como la bebida, el sodalicio es un enemigo agazapado que busca su oportunidad. Nunca se es exalcohólico. Nunca se es ex sodálite”. ¿Estás de acuerdo con esas palabras?

Estoy de acuerdo. Justo hoy leía una entrevista que le hicieron en Perú.21 a Vicente López de Romaña, un ex sodálite que va a hacer una muestra, él es artista, y me ha rogado que vaya, y voy a ir, porqué él, como su hermano Martín, y como muchos, sabemos que nos han marcado y taladrado el cerebro de tal manera que no es una experiencia de la que te olvidas así nomás. Se va con medicación o con terapias, pero te va a perseguir de por vida, a algunos con mayor intensidad. A otros, dependiendo de cuál ha sido su experiencia. La mía fue traumática por el tema de mi viejo. No hay derecho de que le hagan eso a nadie. Me dicen: Perdona. No, Dios perdonará. Yo no.

Hablemos de la actualidad. Lo que ha ocurrido recientemente es la renuncia del arzobispo (José Antonio) Eguren a su cargo en Piura, uno de los principales aliados del Sodalicio en la jerarquía de la iglesia peruana, y aparte está el mensaje de respaldo del Papa a los comuneros de Catacaos que tienen su propia lucha contra el Sodalicio, por el tema de usurpación de tierras, ¿tú sientes que está llegando el final de esta pelea?

Quiero creer eso. Cuando escribí Sin noticias de Dios, y lo saqué el 2022, dije: Esta es, ahora sí, la última vez que escribo sobre esta gente.

Y estamos acá.

Y estamos acá, el 2024. Pero en noviembre de 2022 pasó una cosa muy importante. Paola Ugaz tuvo un encuentro con el Papa Francisco, empatiza con él, se habla por primera vez de la misión Scicluna y Bertomeu (enviada por el Vaticano a investigar al Sodalicio), cosa que habíamos reclamado los exsodálites a la Conferencia Episcopal, que nunca hizo un carajo. ¿Y qué ocurre? Empieza el 2023 y en junio la cacería contra nosotros agarra un pico que no había agarrado antes. A Daniel Yovera, pese a que esos casos de difamación agravada no llegan a cuatro años, se lo querían estirar a seis y extenderlo ad infinitum, con este asunto de la difamación continuada. Luego arrancaron conmigo, cuando me llega la información pericial de que se habían bajado toda la información de mi teléfono, no acotada a la supuesta investigación que me inventaron. Si a mí no me violaron en el Sodalicio, el día que yo veo ese informe pericial y veo 7,500 videos, 4000 audios, chats…

…Te sentiste ultrajado

Ese día, si hubiera sido Bruce Banner me convertía en Hulk y salía a aplastar las iglesias de estos tipos.

¿Cuál es el estado actual de tus procesos, de todo tu tema legal con el Sodalicio?

Los plazos del caso por colusión agravada y negociación incompatible, que es un caso absurdo porque hasta ahora no conozco a mis supuestos socios criminales, ya se vencieron. Carlos Rivera ya presentó un recurso de vencimiento de plazo y que me devuelvan mi celular.

¿Qué es lo que más has perdido en esta pelea? ¿Tiempo, dinero, paz?

Todo. He perdido todo en todos los ámbitos. La gente dice: Pero has ganado con los libros. No, con los libros pierdes. Los dos últimos libros han sido con mi plata, sin editorial grande que me respalde. Esto gatilló mi divorcio.

¿En serio? ¿Tu pelea con el Sodalicio?

Sí, claro. Mi segunda relación se deterioró en parte porque postergué a mi pareja para darle prioridad a esta historia, que era sumamente demandante, por el tema de las querellas, de las demandas calumniosas, de los ataques mediáticos. Además, no estaba yo solo, estaba Paola Ugaz, Daniel Yovera, y otra gente más. Casos de intentos de suicidios nos tocaron tres. Entonces, cómo puedes darle la espalda a esta gente. Es una vaina que te va a perseguir hasta que te mueras. Por eso, quise escribir el último libro (Sin noticias de Dios), porque es la historia de una impunidad.

Periodista formado en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Es editor y reportero del suplemento Domingo de La República. También ha publicado en el diario El Tiempo de Colombia y La Tercera de Chile. Fue reportero de la sección política de este diario. Tiene un blog sobre fantasía (cuervosobrepalas.wordpress.com) y otro en el que comenta su trabajo periodístico (cambiodetitulares.wordpress.com)