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Domingo

El Titicaca se seca

Los uros son los más afectados por el descenso en el volumen de las aguas del lago Titicaca. Los canales de navegación que los comunican con tierra firme han desaparecido. Los isleños tienen que caminar por yermos de totora seca para abordar las lanchas que los llevan a la ciudad. El turismo decae en medio de la sequía.

La parte seca del Titicaca se extiende por 1  kilómetro. Foto: Liubomir Fernández /La República
La parte seca del Titicaca se extiende por 1 kilómetro. Foto: Liubomir Fernández /La República

Ni bien llega al embarcadero de Kalapajra, María Apaza mira nostálgica el horizonte y a voz en cuello le comenta a su acompañante la situación por la que atraviesan sus paisanos de la isla de lo uros.

“Poco a poco ya no hay agua, y nadie pensaba que esto iba a suceder”, se queja acongojada.

La preocupación de esta mujer isleña se debe a la reducción del volumen de las aguas del lago Titicaca por la ola de calor y sequía.

El lago ha perdido una altura de 54 centímetros desde abril a la fecha. Esto ha provocado la desertificación de toda la ribera. Decenas de embarcaciones han quedado expuestas sobre un lodazal que ahora mismo está en proceso de seca. Los canales naturales que serpenteaban los totorales y que les servían a los isleños para salir a tierra y abastecerse de alimentos desaparecieron. La población de los uros es la más afectada. El turismo, en el cual radican sus ingresos, ha mermado.

Desde una base de concreto que hasta hace unos meses funcionaba como embarcadero,en el centro poblado de Chulluni, Apaza, “tenientina” de los uros, mira el desastre ecológico que aqueja al lago. Desde esa plataforma de cemento solo había que estirar el pie para subirse en una lancha y zarpar hacia las islas flotantes.

Los uros deben ca- minar entre el fango y los restos de totora seca. Foto: Liubomir Fernández/ La República

Los uros deben ca- minar entre el fango y los restos de totora seca. Foto: Liubomir Fernández/ La República

Ella, que se dedica a la venta de artesanía, baja de la plataforma y camina casi 1 kilómetro en medio de una sábana de totora seca para abordar una embarcación a motor que la tras lada a su isla.

“Es triste y terrible. Nunca he visto esto. Todo ha cambiado. Las aves que cazábamos, como todo está seco, se fueron a otro lugar. Hasta pescar es difícil. Ahora tenemos que viajar más horas, [lago adentro] porque el agua de la orilla es caliente”, se queja, mientras camina.

Su preocupación está respaldada en las cifras de monitoreo de la Reserva Nacional del Titicaca. De las 16.000 hectáreas de totorales protegidas, 12.000 se secaron por completo, y 4 de ellas fueron arrasadas por el fuego como consecuencia de la ola de calor.

El titular de la reserva, Víctor Hugo Apaza Vargas, afirma que en el área afectada no hay fauna y los pobladores ribereños no tienen cómo sacar totora fresca para alimento de su ganado. Esto ha generado a la vez un problema social. Varias comunidades ribereñas están buscando poseer de áreas secas para fines agrícolas, sin respetar la faja marginal y las áreas de protección.

Por su parte, el biólogo Edmundo Miranda Paca, que durante años ha trabajado en la descontaminación del lago, sostiene que en casi toda la ribera circunlacustre existe un panorama árido a causa de la salinización acelerada por la baja del nivel del agua. Afirma que, si el calor persiste, la solidificación de la tierra, hasta convertirse en suelo firme, no tardará mucho.

Los lancheros son de los más afectados por el impacto ecológico en las orillas. Al zarpar de la isla, tienen que apagar su motor 1 kilómetro antes de acercarse a tierra porque tienen que remar a mano en medio del lodo para que el pasajero pueda desembarcar en algún punto firme.Las lanchas que persistieron en enfrentarse a la naturaleza quedaron encalladas en el fango.

“A nosotros nos está afectando mucho. Antes yo trasladaba cuatro pasajeros. Ahora solo puedo llevar a dos como máximo porque no se puede remar en el lodo. Si insistimos, se recalienta la hélice de nuestro motor y se rompe”, cuenta el lanchero Aurelio Vilca.

El negocio turístico y la posibilidad de comprar alimentos en la ciudad se hacen más difíciles para los uros por la sequía. Foto: Liubomir Fernández/La República

El negocio turístico y la posibilidad de comprar alimentos en la ciudad se hacen más difíciles para los uros por la sequía. Foto: Liubomir Fernández/La República

Después de navegar más de media hora por un canal de lodo, con el apoyo de un puntal circular (ñoqueña, en aimara), con el cual se impulsa de rato en rato la embarcación, llegamos a la isla de los uros. Nuestro arribo coincide con una asamblea general de toda la población para adoptar medidas frente al proceso de seca que está viviendo el lago.

El presidente de la comunidad de los uros, Sabino Suaña, explica a sus representados que ya no tienen totora fresca para renovar las islas, reconstruir sus casas, ni para la elaboración de artesanía. “Nunca pensábamos vivir esta sequía, pero algo tenemos que hacer, hermanos. No solo es el problema de la totora. Ahora prácticamente nos hemos quedado aislados porque ya no se puede salir fácilmente a tierra para comprar alimentos. Ese es otro problema, que no sé cómo vamos a afrontar. Ahora lo peor es que ni siquiera podemos traer turistas de nuestro embarcadero de Kalapajra”, dice Suaña.

La Autoridad Autónoma del Lago Titicaca (ALT) es un organismo binacional instituido en representación de Perú y Bolivia. Su representante, el peruano Juan José Ocola Salazar, dice que la preocupación de los isleños es justificada, pero precisa que toda la cuenca del lago ha sido afectada. Explica que 3.100.000 personas, en Perú y Bolivia, viven de la cuenca de forma directa e indirecta. De esta cifra, 700.000 están en contacto permanente con el lago, entre ellos los más de 5.000 habitantes de los uros. Todos los demás están asentados en el anillo circunlacustre.

Ocola precisa que 85.580 ha de totorales, del total de 97.438, están en proceso de seca y expuestas a la quema. En total, la ola de calor ha afectado al 87% de los ejemplares de esta planta acuática, que sirve como fuente de anidación de la fauna, alimento para el ganado y materia prima de la artesanía local.

Mientras dejamos que los isleños sigan con su reunión, nos trasladamos a la vivienda de Noelia Coya. Ella se dedica a la venta de alimentos y asegura que desde hace dos meses el arribo de viajeros bajó significativamente. “Acá [a la isla de los uros] no solo llegan turistas que parten desde el puerto. Hay varios caminos. La mayoría llega en lanchas pequeñas, ida y vuelta. A esos turistas yo les vendía comida y artesanía. Ahora, como no hay caminos para
que salga la lancha, ya no vendo casi nada. Ni siquiera nos apoyan las autoridades con dragado”, se queja.

El negocio turístico y la posibilidad de comprar alimentos en la ciudad se hacen más difíciles para los uros por la sequía. Foto: Liubomir Fernández/La República

El negocio turístico y la posibilidad de comprar alimentos en la ciudad se hacen más difíciles para los uros por la sequía. Foto: Liubomir Fernández/La República

En la cabaña flotante de Santusa Vilca la preocupación no es menor. Cuenta que, para ella, la pesca de peces nativos del lago es la base de su alimento y fuente de ingresos. “Hace dos días solo he pescado 2 kilos. Eso no me cubre nada”, explica.

A nuestro retorno, la asamblea de los uros había decidido retirar el lodo de los canales que desaparecieron. Los trabajos comenzaron el jueves 14 y continuaron el viernes 15. La faena se desarrolló en medio de un nuevo reporte meteorológico del Senamhi. El titular de este sector en Puno, Sixto Flores, advirtió que cada día que pasa el lago pierde 3 milímetros de agua por evaporación. Si el lago pierde 74 centímetros de alto, habrá impactos irreversibles. El Niño global golpea al lago más importante del país.