¿Las fiestas extremas son expresión de la pospandemia?
Las multitudes perdieron el control la última Semana Santa en Ayacucho, bailaron y bebieron alcohol como si no hubiera mañana. ¿Este desenfreno es consecuencia de la abstinencia pandémica o tiene otra explicación?
“Eros deja atrás a Tánatos y se manifiesta con excesos”
Romina Vaccarella - Psicoterapeuta psicoanalítica
Vivimos en tiempos donde la mascarilla está por erradicarse y parece que la pandemia llega a su fin. La incertidumbre y ansiedad, la paranoia o miedo al contagio, y la soledad crónica están desapareciendo para dar paso a la búsqueda de una vida más emocionante que compense los años de tristeza y reclusión social. Los jóvenes sienten que tienen que recuperar el tiempo perdido, quieren ir a todas las fiestas y conciertos que se perdieron. La pulsión de vida se impone a la pulsión de muerte, Eros deja atrás a Tánatos y se manifiesta con excesos y necesidad de goce inmediato. La sensación de haber vivido en una época apocalíptica donde se anunciaba el fin del mundo hace imprescindible disfrutar en exceso la existencia o lo poco que queda de ella con derroche, esta es la fantasía de la nueva juventud post pandémica. Es probable que en un futuro muy cercano exista una demanda juvenil por enfrentar el riesgo, algunos gastarán el dinero que no pudieron gastar estos años y otros se entregarán a una vida llena de hedonismo, buscando placeres reprimidos hasta entonces.
“Es respuesta al pandemonio político”
Jorge Yamamoto Psicólogo y docente PUCP
Las celebraciones de Semana Santa venían transformándose en una fiesta profana de excesos en los últimos años, pero ahora, tras dos años de encierro, crecieron en su carácter masivo, intenso y contra-ciudadano. En buen castellano, hubo más gente que juergueó más maleado y dejaron la ciudad como un basurero. Esto se puede relacionar con la abstinencia relativa de la pandemia, pero de mayor importancia (porque la abstinencia se regula con el tiempo) es respuesta al pandemonio político, inmune a cualquier vacuna. Los jóvenes necesitan visualizar y forjar un buen futuro, pero la política arruina esas ilusiones. Las celebraciones intensas pueden compensar la frustración, aunque sean inútiles para resolver el problema. Parece que los jóvenes tienen ganas de comerse el mundo a grandes mordidas, pero, ¡cuidado!, que se puede atragantar toda una generación, y una que desconoce la maniobra de Heimlich, o ni siquiera se da cuenta cuando alguien se está ahogando. Y ojo con la proliferación de los antivalores ciudadanos: más desconexión con la ciudad y con el país, solo cuidan su jardín, su bicicleta, y parece que allí acaba la patria.
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“Somos una sociedad donde solo existe el hoy”
Alex Huerta - Antropólogo
Oficialmente el carnaval era una fiesta de inversión donde el mundo se ponía de cabeza, se relajaban las normas y había libertad de blasfemar, venía de los cultos a Baco, el dios del vino y los placeres. La Iglesia católica no pudo evitar el carnaval porque más que un culto al goce era un desfogue necesario, por eso se celebraba en febrero, semanas antes del miércoles de ceniza, para que el desborde sea previo al tiempo de guardar. Pero esta vez, en Ayacucho, el carnaval invadió la Semana Santa porque eran los últimos días de verano y el primer feriado largo tras las cuarentenas. Esto podría responder a la necesidad imperiosa de interconectarnos que caracteriza a los peruanos, pero también a que somos una sociedad intensa donde parece que solo existe el hoy. Vivimos el momento porque desde hace décadas no sabemos qué deparará el mañana, en lo económico, en lo político y, ahora, en lo pandémico. Tenemos un horror al vacío tanto en sabores, colores, sonidos y vivencias, que nos hace vivir un ahora porque no sabemos si mañana habrá estabilidad.