Domingo

Chile: los escolares que prendieron la chispa

El estallido social que sacude Chile fue iniciado por los escolares, una vez más. Expertos de ese país explican los orígenes de esa politización –algo impensable en Perú– y cómo una protesta contra el alza de los pasajes se convirtió en la mayor crisis que ha afrontado el vecino del sur desde la dictadura.

Estudiantes chilenos protestan en Santiago.
Estudiantes chilenos protestan en Santiago.

La mayor revuelta social en la historia de Chile comenzó sin que muy pocos lo notaran, la tarde del lunes 7 de octubre, con un grupo de alumnos del Instituto Nacional José Miguel Carrera, el colegio secundario más importante del país.

Tres días antes, el gobierno había dispuesto el alza de los pasajes del tren subterráneo. Ese fin de semana, los chicos del Instituto Nacional se pasaron la voz: el lunes, después de clases, protestarían contra el alza haciendo una “evasión masiva”, es decir, entrando sin pagar a la estación del metro, saltando por encima de los molinetes.

Así lo hicieron. Los estudiantes –chicos de 13, 14, 15 años– se reunieron a las afueras del colegio y a una misma señal entraron en estampida a la estación Universidad de Chile. En el video que colgaron en Instagram se les ve corriendo con las mochilas en la espalda, traspasando las barreras y celebrando la hazaña entre gritos de euforia.

Lo volvieron a hacer el miércoles 9 y el viernes 11, y en los días siguientes otros colegios emblemáticos los imitaron.

Algún turista que los viera quizás haya pensado que se trataba todo de una gran travesura.

No lo era. En Chile los estudiantes secundarios son actores sociales y han protagonizado algunas de las luchas ciudadanas más importantes de ese país.

Pero ese lunes 7 nadie, ni siquiera ellos, fue consciente de que con esa primera evasión estaban encendiendo la mecha de una explosión social sin precedentes. Un estallido de descontento que el último viernes reunió a 1 millón de personas en la capital, todas bajo una misma bandera: el modelo económico tiene que cambiar ya.


MOCHILAS Y “PINGÜINOS”

–El rol de los estudiantes ha sido quitar el velo, llamar la atención, decirle a la sociedad “esto no está bien, esto no es verdad, no somos el país de éxito o, como dijo [Salvador] Piñera, un oasis de tranquilidad en la convulsionada Latinoamérica”– dice Claudio Duarte, investigador de la Universidad de Chile y experto en juventudes y política, en diálogo con DOMINGO.

Duarte explica que el movimiento estudiantil secundario tiene una historia de por lo menos 50 años y que fue un actor clave en los tiempos de la Unidad Popular de Salvador Allende y de la lucha contra la dictadura de Augusto Pinochet.

Nicolás Angelcos, sociólogo de la Universidad Andrés Bello, dice que, tras el retorno de la democracia, la organización estudiantil se desarticuló, pero que volvió a organizarse a inicios de los 2000 con el llamado “Mochilazo”, cuando miles de alumnos tomaron las calles para exigir la gratuidad del pasaje escolar.

El siguiente hito fue la llamada “Revolución de los pingüinos”, en 2006, cuando estudiantes secundarios de todo el país marcharon durante semanas y tomaron sus planteles para reclamar que los colegios volvieran al Estado y dejaran de estar en manos de los municipios, una situación que –explica Angelcos– perpetúa la desigualdad, ya que hace que los mejores colegios siempre estén en las comunas más ricas.

–La de los “pingüinos” fue la manifestación social más grande posdictadura– dice el sociólogo por vía telefónica, –pero no logró parar la municipalización.

Para Claudio Duarte, estas luchas por su derecho a una mejor educación lograron instalar a los secundarios como actores relevantes de la política chilena.

¿Cómo es que están tan politizados?, preguntamos.

Angelcos apunta a la gran promesa del Chile de los noventa: la educación como motor de movilidad social. Una promesa que al revelarse fallida –ya que el sistema no defiende la meritocracia sino el lucro– movilizó a los adolescentes a manifestarse.

Duarte piensa que su politización tiene que ver con la memoria histórica de las luchas que han desarrollado distintas generaciones de estudiantes.

Se lo preguntamos también a la socióloga peruana Lucía Dammert, investigadora de la Universidad de Santiago. Ella cree que un factor clave son los liceos emblemáticos, como el Instituto Nacional José Miguel Carrera y otros cuatro o cinco más, donde se han formado varios presidentes y figuras importantes de la política chilena y que en el imaginario de la sociedad de ese país constituyen la vanguardia de la educación nacional.

¿Por qué no vemos a escolares peruanos con ese activismo?

–En el Perú, con Fujimori hubo una despolitización a todo nivel– dice Dammert. –Lo político visto como lo negativo caló profundamente en la sociedad. En Chile, el movimiento estudiantil está organizado y tiene niveles de demandas más sociales y no tan individuales.


BANDERAS DE LUCHA

A partir del lunes 14, las evasiones en el metro que empezaron los chicos del Instituto Nacional empezaron a ser replicadas en media docena de colegios más.

Los chicos y chicas se convocaban por Instagram o Whatsapp y se grababan entrando a toda tromba en las estaciones, para desesperación de los vigilantes y sorpresa de los pasajeros.

Para el miércoles 16, ya se habían convertido en un asunto de interés nacional. Se sumaban algunos adultos y ya se empezaba a hablar de “desobediencia civil”.

El jueves 17 y el viernes 18, las protestas se salieron de control. Fueron ocupadas y destruidas una veintena de estaciones, lo que obligó a cerrar el servicio.

La gente se volcó a las calles en cacerolazos espontáneos, los vándalos aprovecharon el caos para cometer saqueos y desatar incendios. Piñera decretó el estado de excepción en Santiago y Chacabuco. Al día siguiente empezó el toque de queda.

Claudio Duarte dice que, al inicio, gran parte de la sociedad no recibió bien las evasiones y ataques al metro, y redujo la protesta estudiantil a acciones de muchachos inmaduros y hasta delincuentes. Pero que cuando se detuvo a escuchar su mensaje, empezó a entenderlo y a solidarizarse con su causa.

Nicolás Angelcos recuerda a la cajera de un supermercado al que acudió el viernes, que le decía a los clientes que los jóvenes estaban luchando por todos ellos y que había que apoyarlos.

Había un entendimiento de que, una vez más, los jóvenes estaban alzando una bandera de lucha que correspondía a todos. Se empezó a propagar la idea de que si bien los escolares evadían el pago del pasaje, eso no era nada comparado con el presidente, que evadía el pago de las contribuciones de su casa, o los empresarios, que evadían el pago de impuestos.

Y, como anota Angelcos, un lema empezó a cobrar cada vez más fuerza, a medida que la protesta dejaba de ser solo estudiantil y se extendía a los demás sectores de la sociedad:

“No es por los 30 pesos [de alza del pasaje]. Es por los 30 años de neoliberalismo”.

Para el lunes 21, los estudiantes habían dejado de ser los protagonistas de la revuelta. Sin embargo, continuaron participando en las movilizaciones y, en muchos casos, siendo víctimas de la represión policial.

Al cierre de edición, después de la multitudinaria manifestación del viernes, el Instituto Nacional de Derechos Humanos reportó que había 3,162 personas detenidas en las comisarías y que 343 de ellas –el 11%– eran niños, niñas y adolescentes.

–Hay una percepción generalizada de que esta es una generación que tiene la valentía de enfrentarse por causas que considera justas– dice Nicolás Angelcos–, al punto de arriesgar su integridad física frente a la represión de los carabineros.

Las jóvenes y los jóvenes son el grupo social que nos ha despertado– dice, por su parte, Claudio Duarte. –Que nos ha remecido y nos ha dicho: “Ya basta de abusos. Ahora vamos a construir un país solidario, un país igualitario, un país justo”.