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Aguaje: el superfruto que protege la Amazonía

Una comunidad de la Reserva Nacional Pacaya Samiria ha firmado un contrato con una multinacional de bebidas para venderle aguaje, el superfruto amazónico, y con sus ingresos conservar los bosques de la segunda área natural protegida más grande del país.

Una comunidad de la Reserva Nacional Pacaya Samiria ha firmado un contrato con una multinacional de bebidas para venderle aguaje, el superfruto amazónico, y con sus ingresos conservar los bosques de la segunda área natural protegida más grande del país.
Una comunidad de la Reserva Nacional Pacaya Samiria ha firmado un contrato con una multinacional de bebidas para venderle aguaje, el superfruto amazónico, y con sus ingresos conservar los bosques de la segunda área natural protegida más grande del país.

Hace 20 años, Lánder Pizango (42) habría cogido su hacha y se habría tumbado esta palmera sin remordimiento alguno.

Ahora trepa por ella, como un mono choro cola amarilla, ayudándose con un estrobo, un sistema de cuerdas que sirve para levantar cargas, en este caso su propio cuerpo.

A unos metros, rodeado de periodistas, Jorge López-Dóriga, el director de Comunicación y Sostenibilidad del Grupo AJE, lo observa atentamente.

Lánder llega a la copa de la palmera, coge el machete que lleva amarrado a la cintura y empieza a cortar los racimos.

Los frutos caen. Son aguajes, ovoides, color sangre, escamosos como pequeños huevos de dragón. Cargados de vitamina A y Omega 3, 6 y 9. Superfrutos.

–Eso se llama “recolectar”– dice López-Dóriga, satisfecho, viendo cómo los racimos se precipitan, pesadamente, a tierra.

–Este es un aguajal– me dirá, un rato después– y, como véis, estamos hundidos en el barro. El barro se llama turba y son entre 8 y 10 metros de árboles y frutos de aguaje que durante miles de años han estado cayendo uno sobre otro. El suelo está a 10 metros bajo nuestros pies.

Mientras Lánder desciende y junto a otros recolectores coloca los frutos caídos en dos sacos de rafia, el vocero de la más grande compañía de bebidas del Perú me explica por qué este lugar es tan importante.

–Aquí, en estos aguajales de Pacaya Samiria, está retenido más del 40% del carbono que se retiene en todo el Perú. Si este aguajal se cortara, todo ese carbono se iría a la atmósfera, convirtiéndose en CO2, 11 billones de CO2, que es todo el CO2 que produce Alemania en tres años.

Lánder termina de juntar los aguajes y ahora se echa el saco más pesado sobre la espalda. Hace 20 años, cuando empezó a “trabajar” el aguaje y no se conocían en Pacaya técnicas para trepar árboles tan altos, se habría cargado esta palmera, de unos 25 metros, sin dudarlo.

Pero los tiempos son otros.

En su comunidad, Buenos Aires, todos son muy conscientes de que mantener esos árboles en pie es más provechoso. Preserva la vida en el bosque. Y les ha conseguido un contrato que mejorará su calidad de vida.

UN ACUERDO SOSTENIBLE

Buenos Aires es un pueblo de 30 familias cuya economía, igual que la de comunidades vecinas como 20 de Enero y Yarina, depende de tres recursos: la taricaya, el huasaí y el aguaje.

Gracias a planes de manejo suscritos con el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (Sernanp), sus habitantes explotan estos recursos sosteniblemente, cuidándose de no depredarlos.

Las cosas les suelen ir bien con las taricayas, cuyas crías venden a un acuario de Iquitos, pero no era así con el aguaje.

–Normalmente lo llevábamos a Nauta– dice Lisandro del Águila, presidente de la organización que conduce los planes de manejo en el pueblo. –Pero no había seguridad en el mercado. Un día estaba un precio, otro día estaba más bajo. A veces iban los compañeros a vender y venían sin nada, molestos, porque les había ido mal.

Un día de junio del año pasado, un representante de la ONG Naturaleza y Cultura Internacional (NCI) llegó a Buenos Aires para contarles que una empresa peruana, multinacional, quería comprarles su aguaje.

Se trataba de AJE, cuyas bebidas se venden en 23 países de Asia, África y Latinoamérica.

–Esto nació porque en AJE dijimos: cómo hacemos para ayudar a proteger la maravillosa selva amazónica– dice Jorge López-Dóriga. –La Amazonía es la prioridad número 1 si queremos luchar contra el cambio climático y proteger la biodiversidad. Y, entonces, el Ministerio de Ambiente nos habló de los maravillosos superfrutos que existen en Pacaya Samiria.

Les hablaron del aguaje, el “árbol de la vida”, como lo llamó Humboldt, que tiene mucha más vitamina A que la zanahoria y la espinaca. Y del camu camu, que tiene 50 veces más vitamina C que la naranja.

Decidieron comenzar con el aguaje. En setiembre cerraron el acuerdo y en octubre compraron los primeros 50 sacos.

–Nos han hecho ser más puntuales con nuestro trabajo– dice Lisandro del Águila. –Ahora tenemos protocolos de manejo y los tenemos que cumplir.

Hasta el momento, la compañía les ha comprado más de 20 toneladas. Según el Sernanp, se calcula que los ingresos por venta de aguaje en Buenos Aires y en otras seis comunidades que podrían sumarse al acuerdo se incrementarán en un 50%.

La condición más importante que deben cumplir los comuneros de Pacaya Samiria es mantener las palmeras en pie. Preservar la vida.

LA ÚNICA SOLUCIÓN

Dispuestas sobre una mesita en la calle principal de Buenos Aires, a unos metros del río, las botellitas de BIO Aguaje y BIO Camu Cau brillan bajo el sol.

En torno a ellas, autoridades del pueblo y representantes de AJE ponderan las bondades del acuerdo delante de una docena de periodistas limeños. De la capital también han venido a esta presentación el viceministro de Gestión Estratégica de los Recursos Naturales del Minam, Gabriel Quijandría, y el jefe del Sernanp, Pedro Gamboa.

Una de las cosas que más destacan los voceros de la empresa es que se trata de bebidas naturales, de pura pulpa, sin azúcar añadida ni colorantes ni preservantes ni saborizantes.

BIO Camu Camu, hecha con frutos de comunidades de Ucayali, ya está en las tiendas. BIO Aguaje saldrá en una semanas.

Todo esto podría parecer una jugada de márketing de una multinacional acostumbrada a invertir millones en campañas publicitarias, y hasta cierto punto lo es. Pero Quijandría, alguien con el suficiente prestigio en el mundo del ambientalismo peruano como para estar libre de cualquier sospecha de lobismo, sugiere no menospreciar la dimensión este acuerdo.

–Este es el modelo a futuro para el desarrollo de la actividad empresarial responsable– dice. –Debemos generar alternativas de conservación que generen un beneficio económico a las comunidades. Si la población no siente un beneficio, no va a seguir haciendo ese esfuerzo.

En las viviendas vecinas, las mujeres cocinan el almuerzo. En el río, niños y jóvenes pescan sábalos y palometas. El viceministro de Ambiente continúa.

–El informe de la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad de la ONU [difundido en mayo] fue una campanada de alerta. Estamos llegando al límite de la explotación no sostenible de nuestros recursos. La generación de nuevos modelos que combinen aprovechamiento económico con la sostenibilidad en el largo plazo es nuestra única solución.

Es una fórmula beneficiosa para todos, dice Pedro Gamboa, el jefe del Sernanp. Beneficiosa para la empresa, que lanzará al mercado una bebida con el sello de “Aliado por la Conservación”, que será reconocida por los consumidores más responsables y conscientes. Beneficiosa para la comunidad, que con sus ingresos continuará protegiendo el bosque. Y beneficiosa para el futuro del planeta.

–Los problemas de la agenda ambiental, como el cambio climático y la pérdida de biodiversidad, son tan grandes que no podemos hacerlo solos– insiste Quijandría. –El Estado no puede solo, la empresa no puede sola, las comunidades no pueden solas. Tenemos que estar todos unidos y empujando en la misma dirección. Si no, no sacamos el carro del pantano.

Reportero. Comunicador social por la UNMSM. Especializado en conservación, cambio climático y desarrollo sostenible. Antes en IDL Reporteros y Perú.21. Premio Periodismo Sustentable 2016. Premio Especial Cáritas del Perú. Finalista del Premio Latinoamericano de Periodismo de Investigación 2011.