El chiribaya: el perro pastor del antiguo Perú
Durante siglos se les ha marginado y presentado como “chuscos”, pero su origen y vinculación con la ganadería del antiguo Perú está revalorándose. En Ilo, ya hay estudios sobre su significativa presencia en suntuosos entierros.
Cuenta la historia que ya estaba todo listo para clonar al primer perro chiribaya con base en los restos de más de 80 canes que se conservan en Centro Malqui, Ilo, Moquegua. Todos fueron descubiertos por arqueólogos en diversos contextos funerarios. Todos fueron tan bien considerados que los enterraron enfardelados con finos textiles y un poco de comida para que no pasaran hambre en la otra vida.
En eso estaban cuando el guardián del museo preguntó que para qué iban a gastar en clonaciones si el bendito perro estaba “vivito y coleando” en el barrio. Salió y de un silbido apareció uno de ellos, moviendo la cola, chusquito, de buen tamaño, como todo perro pastor andino, su pelambre marrón y blanca, su hocico negro y sus orejitas caídas.
“El perro chiribaya es uno de los héroes olvidados del desarrollo ganadero andino”, nos dice la doctora Sonia Guillén, directora del Centro Mallqui y una autoridad de prestigio internacional en antropología funeraria. “Definitivamente, la existencia del perro chiribaya tiene que ver con que nuestra historia es más rica y compleja por donde se mire, inclusive en Ilo, y hay héroes olvidados que han sido actores importantes en nuestra economía ganadera prehispánica. En el Centro Mallqui estamos trabajando la recuperación genética e histórica del perro chiribaya, que es también la historia del perro chusco del Perú. Este perro está en todos los confines de los Andes. No está de incógnito, solo que no lo hemos reconocido. Además, no es la única variedad de perro del mundo prehispánico. También está el sin pelo, los perros cazadores como el de Puémape, y otros como los que aparecen en la iconografía moche”, añade la doctora Guillén.
El perro chiribaya fue de gran utilidad para acompañar a los pastores que dirigían las recuas de llamas y alpacas que por miles transitaban por todos los caminos del Tawantinsuyu. A diferencia de los perros calatos, los chiribaya fueron enterrados con honores y bien enfardelados, como para que su recuerdo no se pierda en el futuro.
La doctora Sonia Guillén y el arqueólogo Gerardo Carpio con 2 de las 80 momias de perros chiribaya. Foto: archivo LR
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Oasis de vida y cultura
El Centro Mallqui está ubicado en ese estrecho valle que parece un oasis en medio de los cerros y dunas vecinas al puerto de Ilo. La cultura Chiribaya prosperó en todo este enorme desierto de la costa sur del Perú y la costa del extremo norte de Chile. “Estamos en el desierto de Atacama”, nos dice la doctora Guillén, desde su bello local en la zona conocida como El Algarrobal, en la campiña ileña.
En sus ambientes y laboratorios se almacenan casi cien mil piezas chiribaya, desde trozos de cerámica hasta finos textiles, pasando por centenares de momias de esos antiguos pastores y ganaderos que se movilizaban por todo el desierto hasta la meseta del Collao, trasladando miles de cabezas de camélidos sudamericanos. Para ellos, los perros pastores fueron imprescindibles. Por eso, al morir se hacían merecedores a un fardo funerario.
El perro, empero, nunca desapareció, pero fue despreciado como “chusco”, en una época donde está de moda tener mascotas “de raza”. Hasta la fecha no se han encontrado perros sin pelo en contextos funerarios de importancia, mientras que el chiribaya y otros perros con pelambre marrón y blanca acompañan a sus amos en el viaje hacia la muerte, tal y como se descubrió en la tumba del Señor de Sipán. Lo bueno es saber que el perro chiribaya sobrevive en casi todo el territorio nacional, siempre con el estigma de “chusco” pese a que se trata de una antiquísima estirpe de perro pastor.