Ruth ShadyDoctora en Antropología y Arqueología. Profesora principal de la Escuela de Arqueología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Reconocida por su trabajo de revaloración de la civilización Caral.,Puede decirse que Ruth Shady es producto de la educación pública: estudió en el Colegio Nacional Juana Alarco de Dammert y en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Pese a ello, o tal vez por ello, ha llegado a ser una de las científicas sociales más destacadas del país y ha dedicado 25 años de su vida a la preservación de Caral, vestigio de la civilización más antigua de América. Hace poco, ganó -junto a Luz María Páucar- el premio Por las mujeres en la ciencia 2018. Justamente en esta entrevista hablamos de las dificultades que tiene una mujer para dedicarse a esta actividad en el Perú. ¿Por qué una mujer científica aún llama la atención en el Perú? Porque no se ha tenido en cuenta suficientemente a la mujer, y no solo en los campos de la ciencia. Por eso hay interés en ver cómo, desde la Academia Nacional de Ciencias, podemos promover los cambios que hagan posible que la mujer se realice. En ese contexto, hicimos una encuesta para conocer su situación. Muchas instituciones no quisieron contestar, porque la presencia femenina era reducida, pero, a partir de las que contestaron, nos dimos cuenta de que la mayoría de mujeres, en su formación, llegaba a obtener licenciatura, mas no posgrado… ¿Por qué? Porque una vez que se casaba, tenía que asumir todas las tareas del hogar, además de su propio trabajo. De modo que dijimos: “Eso no puede ser”. Yo, por ejemplo, formé a mis hijos con una visión diferente. Tengo dos hijos hombres, y cuando he ido a visitar a mi hijo mayor, él se reparte las actividades del hogar con su esposa. ¿Cómo compatibilizó el trabajo de la ciencia con el hogar? En mi caso fue muy difícil. Por eso, aunque no quisiera mencionarlo, terminé separándome, porque no podía dedicarme a la investigación. Recibía muchas críticas, que yo abandonaba a mis hijos, que los dejaba solos… Críticas que un científico hombre nunca recibe, ¿verdad? Exacto. Pero no solo eso. A lo largo de mi trayectoria académica, profesional, he sentido maltrato en diferentes actividades que he realizado, pero, así como he tenido dificultades y agresiones, puedo decir que he tenido apoyo de personas amigas, varones también, que al enterarse de lo que pasaba, decían: “No puede ser, te vamos a apoyar, tienes que seguir adelante”. Hace 25 años se encontró con Caral. ¿Qué le ha dado? Yo empecé en Caral con muchas dificultades, con un pequeño fondo que me dio National Geographic a través de una maestra que tuve. Ella vino con su esposo a promover investigaciones en el Perú. Yo era todavía estudiante de último año y, cuando se enteró que era una de las alumnas más destacadas de la universidad, me incorporó al proyecto. Me puso de coordinadora. Por supuesto que muchos maestros míos me miraron con malos ojos. Luego, me ayudó a tener una pasantía de un año en el Smithsonian, en Washington, que me ayudó muchísimo. Incluso me ofreció trabajo para que me quede a trabajar en el Smithsonian. ¿Y por qué no aceptó? Porque mi interés siempre fue la investigación, desde niña. Conocer la historia y recuperar historias que no se conocían en el país. Y mira, esa maestra - Betty Meggers-, hasta el día que falleció, me pagaba la inscripción en la sociedad de arqueología americana cada año. ¿Fue su mentora…? Sí. Y me apoyó muchísimo, ah. Cuando ya estaba por terminar la pasantía, armó un programa para que pudiese tener experiencias conociendo cómo se manejaba el patrimonio arqueológico en diferentes museos de los Estados Unidos. Todo eso lo apliqué después cuando formé Caral, aunque acá fue más difícil. Me hablaba de su encuentro con Caral, que fue durante el fujimorismo. ¿Tuvo apoyo? Como decía, empecé la investigación formando un proyecto de investigación dentro de San Marcos con un pequeño fondo de la National Geographic. Trabajamos con muchas dificultades. Pero fue (Valentín) Paniagua el (presidente) que sí… Pero el que primero llegó a Caral fue Marcial Rubio, una persona muy honesta y de mucho interés por la ciencia… Paniagua fue también a Caral. Marcial Rubio promovió el interés del presidente. Me dijo: “Doctora, ¿cómo puede trabajar en un sitio tan inmenso con cinco personas? Yo voy a hablar con el presidente para invitarlo a que conozca Caral”. A los pocos días me llama: “Hablé con el presidente, está interesadísimo y vamos a ir este sábado”. Pero no llegó el presidente solo, llegó con todos sus ministros, algo que nunca he visto en mi vida. ¿Ha sido el único presidente que ha visitado Caral? El único que ha llegado con todos sus ministros. En ese momento, les mostré Caral, pero no se veía como ahora. Sólo se veían cerritos o montículos cubiertos de tierra, pero yo les explicaba. Luego, el lunes me llama su secretaria y me dice: “Doctora, el presidente Paniagua la ha invitado a almorzar en Palacio el lunes”. Fui toda emocionada porque dije “seguro el presidente me va a ayudar”. ¿Y lo hizo? Me dijo: “Mire, yo como cuzqueño me he quedado sorprendido y maravillado. Queremos colaborar. He conversado con el ministro de Educación, Marcial Rubio, y usted dígame dónde le ponemos el dinero, porque le vamos a poner una asignación para que tenga los fondos necesarios”. Yo le dije: “Póngalo en San Marcos, porque soy profesora principal ahí”. La pusieron, pero el rector cambió en poco tiempo y el nuevo rector le echó mano. Felizmente, Paniagua había dejado un decreto supremo que consideraba a Caral de especial interés nacional. Con ese decreto hice gestiones en el Congreso y tuve apoyo. Sacaron una ley dándonos autonomía para gestionar este importante patrimonio y autonomía financiera también ¿Y hubo otro presidente que visitara Caral? Toledo nunca fue. Fue su esposa, Eliane. Como antropóloga, le interesó, y también me dijo que era muy importante y que si teníamos algún problema acudiésemos a ella. Otro presidente que haya apoyado, que me acuerde, no. Eso habla de las prioridades de los gobernantes... Creo que no se han dado cuenta de la importancia del patrimonio cultural, que no solamente es turismo. En nuestro caso, es muy importante que recuperemos información de cómo se manejó el territorio tan diverso de nuestro país, cómo fue la organización social, qué resultados hubo y de qué modo, recuperando esa información, podemos mejorar las condiciones de vida en el presente. ¿Cuántas veces ha tenido que poner de su dinero para seguir adelante con Caral? Ya no quiero contarlo, pero no ha sido fácil. Para poder conseguir que Caral fuera asignado patrimonio mundial, no solo lo puse yo, sino los muchachos que trabajaban conmigo. Yo era presidente de Ícomos Perú, que vela por el patrimonio cultural de las naciones, y a través de Ícomos también pude hacer relaciones. Como digo, es mediante el trabajo y no quedándose encerrada en uno mismo que se logra sacar las cosas. Pero allí aprendí una lección: que los peruanos no somos fáciles de relacionarnos entre nosotros, y por eso es que nos comparan con los cangrejos. ¿Con cangrejos? ¿Cómo así…? Te lo cuento como anécdota. Había cangrejos en dos baldes. En un balde, los cangrejos entraban y salían y, del otro balde, solo se sentía movimiento y no salían. Entonces, preguntaron: ¿por qué en ese balde salen y entran los cangrejos, pero del otro no? Porque del otro, cuando uno quiere salir, los demás lo jalan para abajo, y ese es el balde de ustedes los peruanos. Se hacen daño entre ustedes y no se ayudan a salir adelante. Algo que me ha sorprendido de Caral es que fue una sociedad con equidad de género… Ah, eso es muy importante. Nosotros, en mi época, estudiamos la etnohistoria, crónicas, y también trabajamos con antropólogos. En una de las crónicas, Francisco Toledo dice: “la gente de esta parte del mundo es muy débil, porque permite que las mujeres lleguen al poder”. Se refería a las sociedades que habían visitado en el norte del país. Ahí les dice “capullanas” o “tallaconas”. ¿Y sólo fue en el norte? Desde que se forma el gobierno inca del Tawantinsuyo -a mí no me gusta hablar de imperio- se ve la importancia de la mujer. Y luego las esposas de varios incas son las que veían las relaciones exteriores con otras naciones. Tomaban las decisiones cuando había conflictos y entraban a tallar como mediadoras. Y cuando les tocaba llegar al poder, llegaban. ¿Y en la cultura Caral? Lo que hemos observado es que hay una estatuilla de una mujer que aparece en varios sitios, más un hombre al costado… Ella tiene dos collares y una mantilla. El hombre tiene un solo collar y orejeras. Ella mira de frente y el hombre con miedo. O sea, han hecho dos estatuillas de personajes muy importantes en la sociedad y los han enterrado juntos, para que simbólicamente ese significado del poder de la mujer quedase ahí para las nuevas generaciones. Son 25 años de hallazgos constantes, ¿cuál ha sido el último que más la ha sorprendido? Ahora vamos a presentar los 14 años de trabajo en la ciudad pesquera de Áspero, porque la anchoveta fue el alimento que más destacaron para que la gente estuviese bien nutrida. La llevaban transversalmente para el intercambio y estamos encontrando productos de otras partes. Un día, en una feria en San Marcos, habían invitado a nativos shipibo-conibos y de pronto veo a una niña con un emblema que se conoce como “Ojo de Dios”. Pregunté por qué lo tenía puesto y me dijeron: “Ah, porque es la hija del jefe”. Me quedé impactada, porque yo lo he encontrado en Caral y en el puerto. Más allá de conocimientos y enseñanzas científicas y sociales, ¿cuál ha sido su mayor aprendizaje de Caral como ser humano? El respeto al otro, que nuestras sociedades ancestrales han tenido desde lo más antiguo, porque se dieron cuenta que viviendo en un territorio como el nuestro, tan diverso, más ventajas sacaban interactuando en condiciones de paz y de amistad, trabajando de manera organizada, colectivamente, respetándose mutuamente, intercambiando los beneficios. Mucho de los valores de cómo respetar a la naturaleza los hemos dejado de lado y ahora solo nos interesa nuestro beneficio individualista. ¿En qué fallamos ? Nuestra autoestima fue muy afectada en tres siglos de colonización. Para justificarla, nos hicieron creer que las personas de esta parte del mundo eran como niños. “Nosotros necesitamos enseñarles de todo”, decían los españoles.