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Cultural

Boris Espezúa Salmón: “En el Perú, seguimos siendo lo que no somos”

El poeta puneño presenta hoy en el Brisas del Titicaca el libro Ajayu. Del fuego y los abismos, en el que ofrece una visión reflexiva sobre nuestro país, un retrato donde interpola lo mítico y ancestral con lo contemporáneo.

Boris Espezúa Salmón, el poeta puneño. Foto: Marco Cotrina/la República
Boris Espezúa Salmón, el poeta puneño. Foto: Marco Cotrina/la República

Sus poemas acaso intentan convocar la sabiduría de los ayatiris, esos sabios altiplánicos que nutren el alma de los puneños. Pero no con la intención de una remisión hacia al pasado, sino todo lo contrario, ofrecernos, sin dejar de lado lo mítico y ancestral, una visión de un Perú contemporáneo que se retuerce en sus cambios. Boris Espezúa Salmón (Puno, 1960) presenta hoy el poemario Ajayu. Del pueblo y los abismos (Pakarina Ediciones) en el Brisas del Titicaca, con las palabras de los poetas Leoncio Luque y Rubén Quiroz. La cita: 6:30 p.m. Ingreso libre.

¿Qué intenta tu libro? Como dice tu poema “Espejo peruano”, ¿busca revelar que ‘seguimos siendo lo que no somos’?
Somos un país diverso y todas las voces en el país deben ser escuchadas y no ser soslayadas. En el poema se expresa que una mayoría de peruanos no creemos que somos así: plurales, heterogéneos. Por lo tanto, seguimos siendo lo que no somos y el espejo no siempre refleja esa realidad. La visión unitarista, hegemónica, todavía prevalece en el país y nos segmenta.


Fluye la reflexión poética, con cierta frustración, sobre todo cuando leemos “se ahogaron en un vaso de agua, los intentos/ de tener un propio rostro de país”.
El verso refiere al poema “Dos aguas” donde hago alusión a lo que fuimos y no pudimos ser, y sí, efectivamente, hay frustración, pero también esperanza, resiliencia. Los intentos de construir nación, de edificar peruanidad, son todavía tareas pendientes y, claro, decirlo en poesía es un recurso que permite, mediante la analogía, la metáfora, reflexionar y tomar conciencia.

En ese sentido, lo más severo es cuando el yo poético, en una suerte de autorretrato, afirma “no es la luz, sino la sombra lo que nos define”.
Efectivamente, los peruanos andamos sumidos en espacios sombríos, en túneles que parecen sin salida, por lo que es válido que en un verso diga que la sombra es nuestro hábitat, nuestro ethos y que la luz es algo que todos ansiamos, que todavía no se ha asomado, como en el mito de la caverna de Platón, no ha corrido el velo de lo que miramos, de lo que somos.

El libro tiene tres partes, con epígrafes de Vallejo. ¿Qué significación tiene?
Vallejo expresa también el arraigo con la tierra. Trato de representarlo para dar equilibrio, de poder conciliar la estética de la palabra con lo social y cultural.

Se percibe un hervor en el lenguaje, desde la filiación a las lenguas originarias hasta el lenguaje actual. ¿Es así?
Es cierto. Es un hervidero de voces que buscan ser representadas, es adrede una propuesta de heterogeneidad, de polifonía de formas de expresarse, de comunicarse, donde están los nudos, pero también la riqueza de lo que somos los peruanos, es una búsqueda de la escurridiza identidad y un afán de legitimar a peruanos ninguneados con su entorno cultural, como también de visibilizar nuestras disparidades y contradicciones.

“El quechua abraza, el aimara da dulzura…”.
El quechua y el aimara son idiomas que, además de tener un valor cultural enorme, son auditivamente llamativos por sus alusiones diminutivas y afectivas, por su forma muy andina de incluir en su sentido expresivo lo comunitario, lo inclusivo. Creo que el avance que en materia de idiomas se vaya reconociendo y valorando en el país, permitirá aglutinar esa amalgama intercultural que requerimos para ser “Nosotros” como señalaba Gonzalo Portocarrero.

Otro verso tuyo se pregunta: “¿La poesía podrá dejar de hacer sangrar lo que nombra?”. ¿La justicia poética?
Sí, es algo que tiene que ver con la justicia poética, ya que la poesía no está alejada ni excluida del acontecer nacional, de los hechos y las tensiones culturales, y en el discurrir de los poetas y escritores nacionales hay como común denominador el mostrar nuestras fisuras, nuestros desencuentros que también forman parte de lo que el poeta es tocado para expresarlo poéticamente.

Tu poesía, para el debate, sostiene: “no somos como nos vemos ni somos como nos hablamos”. Entonces, ¿qué somos?
Eso es lo contradictorio, lo disparejo. En nuestro país, la equidistancia, la asimetría, las brechas que generamos entre nosotros son resultado de nuestra incapacidad para convivir con lo diferente, con los peruanos de los cantones, de la otredad, de los que siguen siendo invisibilizados.

Desde Puno, ¿crees que escribes desde la periferia?
Todos sabemos que Puno es una región que históricamente ha sido furgón de cola de los gobiernos, sin embargo, Puno también ha dado excelentes escritores, artistas y han sido, en algunos casos, ellos quienes han puesto en el centro del debate nacional contenidos de lo genuinamente peruano, de lo cultural que debe integrarse, que son, desde Puno, tareas que faltan ser consideradas en el país. Lo periférico es más mental que georreferencial.

Nació en Acarí, Arequipa. Estudió Literatura Hispánica en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima, Perú). Egresado y bachiller en Literatura. Ha publicado artículos y reportajes en diarios y revistas nacionales y extranjeras. Sus textos literarios han sido incluidos en la “Antología de la Poesía Arequipeña”, de Jorge Cornejo Polar y en la muestra de poesía de Perú y Colombia “En tierras del cóndor”, de los colombianos Juan Manuel Roca y Jaidith Soto. Ha publicado el poemario Manuscrito del viento y libro de perfiles Rostros de memoria, visiones y versiones sobre escritores peruanos.