¿El 30 de abril es feriado o día no laborable en Perú?
Cultural

Mario Vargas Llosa: “El premio Nobel no me ha convertido en una estatua”

Entrevista al escritor peruano quien hace diez años recibió el Premio Nobel de Literatura y esta semana el Instituto Cervantes, la Dirección General del Libro y la Cátedra Vargas Llosa le rindieron un homenaje en Madrid.

Por: Álvaro Vargas Llosa

Hace diez años, cuando te dieron el Nobel, dijiste “yo no quiero ser un muerto en vida, no quiero ser una estatua”, medio siglo después, te pregunto, ¿crees que has evitado que el Nobel te enterrara en vida?

Una de las dificultades que tiene quien recibe el Premio Nobel de Literatura es demostrar que después de ese premio está vivo. Es un premio que tiende a enterrar, a convertir en estatuas a los escritores, como si realmente ya hubiera acabado su experiencia literaria y vital. Desde luego, el Premio Nobel implica algunos compromisos con universidades, con ferias, de tal manera que durante algunos meses uno está ocupado, pero creo que la idea general que existe es que si alguien recibe el Premio Nobel de Literatura, de alguna manera su carrera literaria ha terminado. Entonces, si uno esta vivo todavía, se siente muy desmoralizado y trata de demostrar que eso no es verdad, que existe una vida literaria después del Nobel, que uno puede seguir escribiendo. Es decir, que está vivo todavía. Bueno, yo creo haberlo demostrado, ojalá no me equivoque. No me siento un cadáver después del Premio Nobel.

Todos tenemos la necesidad de contar nuestras vidas. Los escritores también necesitan contar historias. ¿Por qué necesitamos contar historias?

Yo creo que, a diferencia de los animales, los seres humanos somos capaces de salir de nosotros mismos, de nuestra propia historia e imaginar otras historias. Creo que es, probablemente, la tradición más antigua de la humanidad. Allá en el fondo de los siglos, nuestros viejos ancestros, después de esos días difíciles, se reunían, generalmente en cavernas, al rededor de una fogata, y ¿qué hacían? Se contaban historias. Era una manera de superar las enormes dificultades de esa vida difícil, llena de riesgos, de un mundo que significaba sobre todo peligros. Creo que salir de sí mismos, imaginar un mundo distinto de tal como es, los animaba, los estimulaba y era también la fuente del progreso. Era una manera de adelantar aquello que con nuestro esfuerzo iba a ir sucediendo. Y creo que eso es una de las grandes funciones de la literatura, imaginar un mundo distinto del mundo tal como es, ahora, entre nosotros, y de alguna manera crear el incentivo para que a través de nuestro esfuerzo o a través del desarrollo de las actividades técnicas y científicas ese mundo vaya cambiando, vaya evolucionando (...). En ese sentido, la literatura ayuda a formar ciudadanos, díscolos, insumisos, ciudadanos que no se resignan a vivir tal como se vive porque aspiran a algo distinto y superior.

Escribiste hace algunos años Los cuentos de la peste, inspirada en Decamerón, de Boccaccio, obra en que un grupo de jóvenes en Florencia se refugian en las afueras, para contar historias. A ti te ha tocado una peste. ¿La literatura en tu vida de escritor ha sido una forma de refugio, y en ese caso, frente a qué?

Sin ninguna duda. La literatura es una manera paralela de vivir en un mundo de fantasía, en un mundo de historias, de personajes inventados, creados. Para mí ha sido absolutamente fundamental esta operación literaria, que es la de leer (...). Creo que al vivir esta pandemia, con la sorpresa con que la ha vivido todo el mundo, teníamos la sensación de que habíamos dominado a la naturaleza y que nada podía sorprendernos ya y sin embargo qué equivocados estábamos. Ha sido una manera de inmiscuirme mucho más en la literatura de lo que antes estaba (...). He vuelto a leer muchísimas horas, como lo hacía de niño y ha sido una experiencia realmente incomparable y ha servido no solo para leer libros nuevos, sino también para releer libros antiguos.

Hace muchos años, escribiste un ensayo sobre la La casa verde, historia secreta de una novela, decías que escribir una novela era una forma de striptease, ¿sigues viendo la literatura como un proceso de striptease?

Yo creo que sí, hay una verdad allí. Lo que no es cierto es que no todos los escritores tienen una conciencia clara de que utilizan sus propias experiencias, sus propios recuerdos, a la hora de escribir historias, Si uno escarba en el fondo de las ficciones de los escritores, se encuentra con la raíz de estas historias, algunas experiencias personales, hechos que han marcado al escritor, aunque él no lo sepa, ni siquiera lo recuerde.

El crítico francés del siglo XIX Sainte-Beuve decía que, para conocer la obra de un escritor, es absolutamente indispensable conocer su vida. Muchos años después, Proust le respondió diciendo que es totalmente falso, ¿con quién estás de acuerdo?

Creo que estoy más de acuerdo con Sainte-Beuve que con Proust. Creo que conocer la vida de un escritor no te da respuestas para todas las preguntas que puedes hacerte frente a una obra literaria, pero es muy importante conocer la vida del escritor para saber por qué eligió ciertos temas, qué le faltó a esa vida para completarla. Todo eso revela muchísimo lo que es la realidad de un escritor, que siempre es un complemento con prescindencia de la conciencia que tenga un escritor respecto a la manera de cómo está utilizando su propia memoria, su propia experiencia vital. No creo que la crítica biográfica sea definitiva, resuelva todas la curiosidades que nosotros tenemos sobre el origen de una obra literaria, pero sí creo que es un ingrediente muy importante. Esto lo fui descubriendo tarde porque cuando ingresé a la universidad estaba muy de moda utilizar única y exclusivamente los textos literarios para hacer crítica literaria, prescindiendo por completo de las biografías y autobiografías de los propios escritores. Sin embargo, yo creo que, a esa crítica que está concentrada exclusivamente en el lenguaje, es una crítica a la que algo le falta. Lo que le falta es ese vínculo que existe entre la personalidad del escritor y la historia, la historia viva, la historia de su tiempo, la historia de cual es partícipe y que siempre ha sido un contexto y a veces un texto fundamental de la literatura.

Revisaba el discurso del Nobel de Albert Camus, decía que el arte no es un placer solitario. Te he oído decir toda la vida que te niegas a ser un escritor aislado de tu tiempo. ¿Esa definición de Camus crees que te describe en cierta forma?

Bueno, yo creo que tienes todas las variantes posibles en el caso de la literatura. Hay escritores que se han aislado absolutamente y que han escrito en la más estricta soledad, y que han dejado una obra extraordinaria. Un Kafka, por ejemplo. La obra de Kafka está escrita de una manera sigilosa, extraordinariamente discreta, casi no publicó en vida. Y hay escritores que, por el contrario, vivían en la calle, entre ellos Camus, que es un escritor que escribía en los cafés. Los existencialistas franceses viven en los cafés mezclados con el mundo, participan en la vida política; sin embargo, no son unos mejores escritores que otros, depende finalmente de la obra, la obra puede surgir de una actitud o de la otra (...). Los escritores representan esa diversidad humana en la que todas las experiencias caben.

En “La literatura es fuego”, en tu discurso del Rómulo Gallegos, cuando eras un escritor socialista, definiste al escritor como un contrapoder. Hoy tus ideas no son socialistas, son liberales. ¿Sigues pensando que la misión y la función social del escritor es la que describiste en el citado discurso?

Sí, yo creo que la función del escritor, pese a los propios escritores, es una función crítica. Nosotros que tenemos la suerte de vivir en países libres quizá no lo apreciamos suficientemente, pero basta que la libertad se restrinja en una sociedad para que la literatura aparezca inmediatamente como un arma de combate. La literatura, cuando surge una censura, cuando hay un poder que se preocupa por aquello que se dice, por las ideas que circulan a través de los libros, inmediatamente se carga de una cierta virulencia y es una especie de contrapoder. Nosotros en los países libres no tenemos esa impresión, parece que la literatura es un entretenimiento y jamás se nos ocurriría pensar que un libro tiene una función revolucionaria que puede provocar grandes estallidos sociales. En cambio, en los países donde hay dictaduras, y nosotros los latinoamericanos tenemos muchas experiencias, la literatura inmediatamente adquiere esa función y muchas veces a pesar de los propios autores que no se consideran de ninguna manera ni revoltosos o revolucionarios, ni siquiera críticos. Los poemas, las novelas, las obras de teatro se cargan de un cierto elemento crítico que es fundamental, como se ha visto en el caso de los países centroeuropeos, donde la crítica literaria ha desempeñado un papel muy importante en la liberación y la emancipación de esas sociedades.

Voy a preguntarte por dos decisiones. Una es dejar todos tus papeles, tus manuscritos y tus cartas a la Universidad de Princeton. La otra tiene que ver con tu ciudad natal, con Arequipa, a la cual has donado tu biblioteca. ¿Por qué tomaste esas decisiones?

La de Arequipa, por la manera en cómo la ciudad en la que yo nací, pero en la que nunca he vivido, celebró mi Premio Nobel de Literatura. Fue realmente algo tan conmovedor para mí, una ciudad en la que no había vivido nunca, a pesar de que mi familia tenía raíces arequipeñas muy profundas (...). Yo pensé que dejar la biblioteca a Lima no tenía mucho sentido porque hay muchas y buenas bibliotecas. En cambio, en Arequipa, donde no hay tantas buenas bibliotecas, podía prestar una función social. En el caso de Princeton fue distinto porque yo había aceptado una responsabilidad política, eran años muy violentos en el Perú, había terrorismo. Entonces, la idea de que alguien pueda tirar un cóctel molotov a una casa que era de madera, además, como recordarás, podía significar que desapareciera en las llamas mis manuscritos, los originales; entonces, llegué a un acuerdo con la Universidad de Princeton para que recogieran y guardaran durante un tiempo los manuscritos y la correspondencia, algo que finalmente, al ver la manera tan cuidada que tienen los manuscritos, decidí dejarlos definitivamente.

Quiero que terminemos recordando a una persona a la que le hubiera gustado mucho estar aquí, que es tu agente de toda la vida, Carmen Balcells.

Yo creo que Carmen Balcells es una persona a la que algún día los españoles y latinoamericanos tendremos que rendirle un gran homenaje. Ella convirtió algo que es una función muy específica, la de agente literaria, es decir, un vínculo entre el escritor y los editores, en una función mucho más importante que eso. Yo creo que tal vez ella, junto a Carlos Barral, un editor muy importante en los años de la transición, convierte a Barcelona en la capital de la literatura en lengua española. En los años 70, quienes tuvimos la suerte de vivir en Barcelona, vivíamos en una situación absolutamente extraordinaria en la que teníamos la convicción de que la libertad venía, de que la libertad política llegaba a España y que aquello ocurriría en cualquier momento, y que en esa nueva sociedad la cultura desempeñaría, en especial la literatura, un rol primordial. En gran parte, a través de la labor de Carmen Balcells, muchos escritores latinoamericanos, empezando por García Márquez, se fueron a vivir a Barcelona atraídos por ella, imantados por ella. Y en Barcelona se creó, luego de 40 años de distanciamiento, otra vez un acercamiento muy grande entre escritores españoles e hispanoamericanos.

“Los jóvenes escritores llegaban a Barcelona porque allí querían ser publicados”

¿Esto de las generaciones y la generación del boom es un invento de los críticos o tú has tenido conciencia a lo largo del tiempo de ser de una generación de escritores?

Yo creo que ha habido una realidad porque la novela latinoamericana, en un momento dado, tiene un crecimiento, una aceptación que no tenía antes, se traducen muchas novelas y pasa a ser un fenómeno interesante en el campo de la literatura y de la cultura en general. Es muy difícil imaginar, con lo que ocurre en la literatura hispanoamericana, lo que era esa literatura hace 50 o 60 años, era una actividad muy marginal. (...) Había muy pocos escritores, salvo en países como Argentina o México, países más grandes que tenían editoriales y entorno, a las cuales se habían creado actividades que permitían a un escritor vivir, con muchas dificultades, de la literatura.

Creo que eso cambia radicalmente a partir de los años 60, hay un reconocimiento que probablemente comienza en Francia con la visita que hace Borges en el año 1963 que deslumbra a los franceses. Ellos quedan maravillados con ese ser que hablaba un francés impecable y que además tenía una cultura universal absolutamente extraordinaria. Entonces, se publican muchos libros de Borges, se le hacen homenajes en las revistas, y por ahí entra la literatura latinoamericana a Europa. España contribuye muchísimo publicando a escritores latinoamericanos y recibiendo escritores latinoamericanos. Yo recuerdo lo que era la vida en Barcelona en los años 70.

Cuando yo fui a vivir allí llegaban muchísimos escritores latinoamericanos y llegaban jóvenes, muchachos y muchachas que estaban comenzando a escribir y que iban a Barcelona como íbamos nosotros antes a París porque allí estaban las buenas editoriales, ahí uno quería ser publicado para ser reconocido. Esto cambia extraordinariamente, y creo que esos cambios hoy día son una realidad. Hoy en día es mucho más fácil para un joven hispanoamericano decidir ser escritor que hace 50 o 60 años, no quiero decir que sea muy fácil. Desde luego, siempre hay enormes dificultades, pero por lo menos es posible. Eso, en el Perú, hace 60 años, no era posible.

Mario Vargas Llosa, últimas noticias:

Los artículos firmados por La República son redactados por nuestro equipo de periodistas. Estas publicaciones son revisadas por nuestros editores para asegurar que cada contenido cumpla con nuestra línea editorial y sea relevante para nuestras audiencias.