Una sindicada corrupción en los más altos niveles del Ministerio de Cultura, y una presunta gestión ineficiente del Sector, lo están haciendo atravesar la crisis más seria en sus ocho años de existencia. ,Joseph Dager Alva. (*) Cualquier evaluación sobre lo que ha hecho el Ministerio en su vida institucional, no puede obviar su realidad presupuestal, que viene mal desde su nacimiento, pues surgió casi como una extensión del extinto Instituto Nacional de Cultura, al que se sumó el actual Viceministerio de Interculturalidad, los organismos patrimoniales e IRTP. PUEDES VER: Procurador denuncia a exviceministro por buena pro a empresa vinculada a su familia Los recursos destinados fueron y siguen siendo harto insuficientes. Incluso hoy son porcentualmente inferiores a lo que eran en el 2013, cuando la OEI y CEPAL publicaron un estudio sobre cultura y desarrollo económico en Iberoamérica. Si en el 2013 el gasto público en Cultura era 0,43% del presupuesto general, hoy es sólo del 0,34%. En 2013 dicho rubro representaba el 0,09% del PBI, a la fecha llega a apenas el 0.05%. Cuán lejos estamos de la recomendación de UNESCO y OEI, quienes promueven que los países de la Región destinen al menos el 1% del presupuesto en Cultura. Nuestro Sector recibe muy poco, apenas un tercio de lo internacionalmente recomendado, y por debajo incluso del promedio regional (0,58%); siendo, además, que debe proteger un inmenso (y muy rico) patrimonio cultural. Pero el problema principal no es la falta de recursos. Tampoco lo es la gestión ineficiente, aunque, en mucho, ésta puede deberse a la escasez descrita. El gran tema aquí es que hemos sido incapaces, como Estado y Sociedad, de establecer claramente para qué queremos un Ministerio de Cultura. Los exiguos presupuestos y el trabajo ineficiente son síntomas de un problema mayor: la falta de brújula. No hay una visión que guíe, una comprensión del papel que juega la cultura en el desarrollo e incluso tampoco un entendimiento cabal de cómo y cuánto nos define como nación. En este deambular se ha llegado a extremos de sustentar propuestas que deberían ser impensables para un país como el Perú, como aquellas de “despatrimonializar” al Sector, o que no debería ocuparse de la interculturalidad. Se ha pedido también fusionar Cultura con Turismo, lo que ha sido hecho por muy pocos países en el mundo, y funcionaría sólo si Cultura llevase la batuta para priorizar así la preservación y el uso sostenible del recurso. No hay manera que, en el Perú, el Ministerio no se oriente a la protección del Patrimonio Cultural de la Nación. Pero no queremos un Ministerio sólo gendarme, sino uno que promueva las industrias culturales, fomente la creación cultural y artes vivas, enmarcando todo su accionar sobre la base de nuestra diversidad cultural. El Ministerio debería ser un instrumento más del Estado para la creación de ciudadanía, promoción del acceso a los derechos culturales y fomento de una cultura democrática. Debería crear políticas culturales que protejan nuestro valioso patrimonio prehispánico, virreinal o republicano, junto con animar las manifestaciones vivas y el arte de todos los días. Políticas que sepan alentar las pujantes y modernas industrias culturales, de modo que las superproducciones de fuera no las asfixien, pero sin llegar a la sobreprotección para que puedan crecer con calidad. Políticas que defiendan la milenaria herencia, con un orgullo muy bien puesto y que rechace esa equivocada idea de que proteger es trabar. Pero políticas que, con ese mismo ímpetu, miren al hoy y se orienten al futuro compartido, que conjuguen con sabiduría el ayer y el mañana; que fomenten inteligentemente la llamada economía naranja. A lo dicho, tal vez contribuya que el tema patrimonial sea visto por órganos adscritos, dejando en los Viceministerios el fomento a las artes clásicas e industrias culturales, así como las políticas de interculturalidad, que han de ser transversales. Si lo arqueológico e histórico es visto, como existe en México, por un organismo con autonomía administrativa y funcional, éste podría dedicarse con más foco a temas de defensa, conservación e investigación. Y, claro está, debe contarse también con políticas de Estado que fortalezcan a los dos organismos patrimoniales existentes, la Biblioteca Nacional y el Archivo General de la Nación. Como sociedad tenemos el deber de asumir que para lo patrimonial el principal patrocinador es el Estado, bienvenidos los aportes privados, pero el legado es de todos los peruanos, y es el Estado quien nos representa. Requerimos de una visión que muestre el horizonte, que integre la herencia con la cultura viva. Por ejemplo, crear programas para que, a través de la práctica cultural, se logre alejar a los jóvenes de la violencia o actividades ilícitas. Esto último lo entendieron muy bien en Colombia, y hoy es un referente en América Latina en políticas culturales y en gestión: un porcentaje del impuesto que genera cada llamada de celular va directamente a fortalecer el deporte y la cultura. Ahí está un ejemplo a seguir. Si, como predica la UNESCO, la cultura es parte fundamental en el desarrollo de una sociedad, entonces es fundamental no sólo para el respeto al pasado, o el cultivo del espíritu, sino también para la convivencia, la economía y la gobernabilidad. El reciente nombramiento del ministro Valencia muestra una apuesta por gestionar bien. Declaraciones suyas un tanto apresuradas como la idea de evaluar el traslado del Archivo General de la Nación a una ciudad con clima menos húmedo, como si un Archivo histórico fuese un museo al que se va una vez, o, peor aún, un depósito o almacén de papeles viejos, causaron preocupación sobre el conocimiento técnico con el que se va a dirigir el Sector. El nombramiento del viceministro Cortes, en cambio, es una buena noticia, pues es profesional que conoce bien tanto el ámbito patrimonial como el de las industrias culturales, y con experiencia en gestión pública. Ojalá que logre delinearse una política cultural que promueva y fomente, pero que en especial conserve allí donde tenemos la obligación de hacerlo. (*) Historiador y profesor universitario.