Ciencia

Por qué la Tierra puede ser el lugar más afortunado del universo

Nuestro planeta, nuestro sistema solar e incluso nuestra galaxia forman una rara combinación que los científicos no han vuelto a descubrir: la vida.

La Tierra vista desde el espacio. Crédito: ESA.
La Tierra vista desde el espacio. Crédito: ESA.

En algún momento de la historia, el ser humano comenzó a mirar el cielo estrellado para preguntarse si también habría vida en esos puntos brillantes. Primero, la humanidad descubrió que la Tierra solo era un planeta más de un gran ‘vecindario’ alrededor del Sol. Luego, que el Sol solo era una de miles de millones de estrellas dentro de una galaxia, la Vía Láctea. Como si todo eso no bastara, resultó que la Vía Láctea solo era una de miles de millones de galaxias que conforman el universo.

Ante tanta inmensidad, la idea de que somos el único mundo donde hay vida puede sonar descabellada. De hecho, la posibilidad de que seamos la única civilización avanzada ya es muy rara. En 1950, el físico Enrico Fermi hizo la famosa pregunta “¿Dónde están todos?” ante la falta de evidencia de vida inteligente en el vasto universo. Hoy, 70 años después, muchos se siguen preguntando lo mismo.

Por supuesto, pueden surgir muchas respuestas; como las limitaciones de esas civilizaciones para contactarnos o nuestras propias limitaciones para captar sus mensajes. Sin embargo, las únicas pruebas que tienen los científicos sugieren una respuesta más contundente: la Tierra es una rareza, producto de una serie de increíbles coincidencias; de ahí que la vida es aún más extraña de lo que se pensaba.

El mejor tipo de galaxia

Hay tres principales tipos de galaxias: elípticas, irregulares y espirales, como la nuestra. Un estudio de 2015 estableció que las galaxias elípticas eran las más adecuadas para el surgimiento de la vida. Aquel hallazgo abrió una gran ventana para las búsquedas en más rincones del cosmos.

Galaxia elíptica. Crédito: NASA.

Galaxia elíptica. Crédito: NASA.

No obstante, en mayo, un astrofísico de la Universidad de Arkansas desacreditó esa investigación. El autor del nuevo estudio, Daniel Whitmire, explica que una de las razones por las que las galaxias elípticas no serían un buen lugar para la vida se debe a la gran actividad que había en sus centros y las supernovas (explosiones de estrellas) que ocurrieron cuando estas galaxias eran más jóvenes y pequeñas. Estos eventos produjeron tanta radiación que “habría bombardeado por completo cualquier planeta habitable”. Asimismo, estos eventos impedirían la posterior formación de nuevas estrellas y, por ende, el nacimiento de nuevos planetas.

Situaciones similares pueden estar experimentando las galaxias irregulares, llenas de estrellas recién nacidas que terminan en sucesivas supernovas. Por tanto, al descartar estas dos clases de galaxias y considerar que el único planeta habitable que conocemos está en la Vía Láctea, las galaxias espirales se convierten en el único referente para buscar vida.

El halo galáctico es la nube que envuelve al disco de la Vía Láctea. Imagen: ESA/NASA.

El halo galáctico es la nube que envuelve al disco de la Vía Láctea. Imagen: ESA/NASA.

Un sistema solar muy extraño

De los aproximadamente 250 mil millones de estrellas que existen en la Vía Láctea, el Sol no debería ser tan especial. Sin embargo, tras descubrir más de 2.500 estrellas con planetas a su alrededor, los científicos no han encontrado algo tan complejo como nuestro ‘vecindario cósmico’.

Si bien los telescopios espaciales han ubicado sistemas exóticos, con gigantes gaseosos cercanos a su estrella (conocidos como “júpiter calientes”) o mundos más grandes que la Tierra y más pequeños que Neptuno (mini-neptunos) o un conjunto de planetas rocosos como el nuestro, todos estos se encuentran entre los tipos más comunes de exoplanetas descubiertos.

En cambio, ninguno de estos sistemas solares se parece al nuestro: una estrella como el Sol rodeada por similares cantidades de planetas rocosos y gaseosos, ambos conjuntos separados por un cinturón de asteroides.

Un artículo de la NASA menciona algunas de sus principales rarezas, empezando por Mercurio. Este es el planeta más interno pero está demasiado alejado del Sol, tanto que dentro de su órbita cabría todo el sistema TRAPPIST-1, compuesto por siete planetas y su estrella.

Sistema solar TRAPPIST-1. Crédito: NASA.

Sistema solar TRAPPIST-1. Crédito: NASA.

La lejanía de Mercurio respecto al Sol permite que los siguientes tres planetas estén en lo que se conoce como “zona habitable”. Estos son Venus, la Tierra y Marte, los cuales lucen tan diferentes entre sí que resulta increíble pensar que sean relativamente cercanos. Más allá, un conjunto de rocas anuncia el reino de los mundos gigantes y helados. El primero de ellos —y el más grande—, Júpiter, habría alterado el destino de los demás planetas.

La Tierra y su gran ‘suerte’

Simulaciones de la formación del sistema solar sugieren que la gravedad de Júpiter puede haber arrojado cometas con hielo hacia la Tierra, contribuyendo a la formación de océanos; pero también desviaron las trayectorias de muchos asteroides y las dirigieron hacia nuestro planeta.

Cometa captado por la NASA.

Cometa captado por la NASA.

Un estudio publicado este 8 de junio descubrió que los impactos de esos asteroides en la Tierra y Marte desencadenaron reacciones químicas que originaron los primeros aminoácidos, los componentes básicos para la vida. Pero las condiciones atmosféricas del planeta rojo lo dejaron inhóspito hace 3.500 millones de años. Nuestro mundo tuvo otra suerte.

Los asteroides no solo habrían significado vida, sino también la muerte. Ese fue el caso del gigantesco objeto que impactó nuestro planeta hace 66 millones de años y marcó el fin de los dinosaurios. Sin embargo, se abrieron paso nuevas eras, la evolución de los mamíferos, edades de hielo, el hombre. El resto es historia conocida.

Hoy nos podemos sentir solos en medio de la nada, pero también los más afortunados. Por ahora.