16 años después del conflicto. La Declaración de Paz de Itamaraty, firmada el 17 de febrero de 1995, selló el cese al fuego entre los dos países vecinos enfrascados por última vez en una guerra. Los hechos fueron los mismos, pero sobre ellos se escribieron dos versiones desde uno y otro lado de la frontera. Poco sabemos de las reacciones que este enfrentamiento relámpago desató en el norte. Una periodista ecuatoriana explica aquí algunas claves para entendernos mejor entre vecinos y destaca el final de una era de enconos, recelos y conflictos. Por Isabela Ponce Ycaza 1. Ganamos en el campo, perdimos en la mesa La victoria no fue el sentimiento colectivo en Ecuador al finalizar el conflicto del Cenepa. A pesar de la ventaja de sus Fuerzas Armadas –tropas mejor preparadas y armamento sofisticado– más la significativa diferencia con respecto a los soldados caídos al otro lado de la frontera, los ecuatorianos se quedaron con la sensación de fracaso. “Nosotros, habiendo ganado, perdimos; ganamos por las armas y perdimos por la diplomacia. Se manejó el asunto de una manera muy temerosa. Hubo también mucha presión por parte de las potencias involucradas para que firmemos; y mucha flojera por parte del presidente de aquel entonces de no exigir que no nos quiten un pedazo más”, comenta el historiador ecuatoriano Melvin Hoyos. Paradójicamente, para los peruanos, Ecuador fue el ganador de la guerra. “En los anteriores conflictos, todo había sido interpretado como favorable para Perú, ya que las Fuerzas Armadas habían cumplido sus objetivos; en el 95 no fue así, sino que la apreciación fue ambigua”, declara el historiador peruano Antonio Zapata. 2. Una historia de enemistad “En el colegio, el profesor de Historia de Límites decía que los peruanos eran fratricidas, que nos guardaban rencor desde la época de los incas porque Huayna Cápac prefería a Atahualpa en lugar de a Huáscar”, recuerda Lucero Llanos, una joven ecuatoriana. En el curso escolar de Historia, Lucero se enteró de una larga lista de hechos que mostraban cómo el Perú había abusado de Ecuador y lo había despojado de más de la mitad de su territorio durante más de 100 años. “Desde las aulas infantiles se alimentaba ese resentimiento cuando en las pastas de los cuadernos se reproducía el mapa de un territorio nacional ‘mutilado’, bajo la leyenda de que el Ecuador ‘ha sido, es y será país amazónico’”, cuenta el historiador ecuatoriano Ángel Emilio Hidalgo. Los ecuatorianos crecieron con cierto resentimiento frente al Perú, mientras que la percepción de los peruanos era muy distinta frente a Ecuador. El historiador peruano Zapata recuerda: “La situación y percepción del pueblo peruano con respecto al ecuatoriano era similar a la que el pueblo chileno tiene del peruano, el que vence y el que es derrotado; nosotros teníamos el sentimiento de paternalismo frente a los ecuatorianos, como diciendo ‘es verdad, tienen razón de estar enojados, pero así es la vida, no se resientan, muchachos’”. 3. La cohesión ecuatoriana El sentimiento antiperuano estuvo reprimido durante más de cincuenta años. Cada conflicto perdido, como en los casos de 1941 y 1981, alimentaba la animadversión frente a un país vecino considerado agresivo y expansionista. “El Ecuador quedó en un estado de zozobra, había un deseo de revancha, realmente sí se sentía eso”, comenta el historiador Hoyos. El conflicto del Cenepa fue el detonante para que ese sentimiento aflore. “Ni un paso atrás” fue la frase repetida hasta el cansancio. Quería decir: no cederemos un milímetro más de territorio. Hoyos ensaya una visión de aquel momento signado por la cohesión del pueblo ecuatoriano: “Se encendió un fuego heroico en el pecho de la gente, querían hacer todo lo que no habían podido hacer en el pasado; mucha gente se enlistó dispuesta a entregar la vida, no tanto para recuperar lo perdido como sí para impedir que seamos una vez más abusados”. La frase aprendida desde la escuela también invadió las calles y el discurso de los ecuatorianos: Ecuador fue, es y será un país amazónico. En el Perú el ambiente fue distinto. Mientras que la magnitud del conflicto se camuflaba bajo el discurso oficial: “Vamos ganando la guerra”, el entonces presidente Alberto Fujimori aprovechaba la coyuntura de campaña electoral para catapultarse hacia su primera reelección. “La campaña se interrumpió y Fujimori se mostró como símbolo de la unidad nacional, incluso se presentó en el campo de batalla para tomarse fotos con los soldados”, recuerda el historiador Zapata. 4. El fin de una era La firma de la Declaración de Paz de Itamaraty –que fue el precedente para el Tratado de Paz de Brasilia en 1998– marcó el final del mito de que “los peruanos son los enemigos de los ecuatorianos”. Todos los prejuicios, resentimientos, aversiones y actitudes de rechazo frente al pueblo vecino se esfumaron. “La conclusión es que logramos firmar la paz, la gente se acuerda poco de la guerra y lo que hemos difundido intensamente en Ecuador es que firmamos el acuerdo sin que nuestro territorio esté invadido, sin que nuestras poblaciones fronterizas sean bombardeadas”, recalca Paco Moncayo, comandante general a cargo de las tropas durante el conflicto. José María León, joven ecuatoriano que en ese entonces tenía 12 años, recuerda con dolor un episodio que, confiesa, guarda como ejemplo de lo dañino que puede ser el nacionalismo fanático. “Teníamos un compañero peruano a quien durante mucho tiempo le hicimos la vida imposible. Tuve que disculparme con él, ahora es mi gran amigo, y él me contó lo difícil que era vivir en Ecuador siendo peruano”, relata. 5. La relación Ecuador-Perú de hoy Daniel Mora, ex jefe de la MOMEP –Misión de Observadores Militares Ecuador-Perú–, cree que la barrera artificial que se construyó entre ambos países durante tantos años se disolvió más rápido de lo que ambas naciones creyeron; las cifras lo evidencian. “El comercio entre ambos países se ha incrementado en 600%”, explica Mora. El Tratado de Paz de Brasilia incluyó 19 acuerdos sobre proyectos, convenios e intercambio de notas entre ambos países. Daniel Mora considera que dicho tratado no se ha aprovechado en toda su dimensión. Resalta la reactivación del proyecto Puyango-Tumbes y a nivel comercial el crecimiento de la inversión ecuatoriana en Perú y la peruana en Ecuador. “Lo único que nos va a mantener unidos, afirma Mora, son los intereses comunes, debemos construirlos y que sean tan fuertes que no se puedan destruir fácilmente, así la cooperación será mucho mayor”. Los comandantes generales después de la guerra Paco Moncayo Gallegos En 1998, tras cumplir 40 años de vida militar, se retiró del ejército ecuatoriano y decidió incursionar en la vida política. Postuló para diputado nacional por el partido Izquierda Democrática (ID). Fue elegido y se convirtió en líder del bloque socialdemócrata en la Asamblea. Dos años después postuló a la alcaldía de Quito y ganó –con un amplio margen– las elecciones. En 2004 fue reelegido alcalde convirtiéndose en uno de los políticos más influyentes de Ecuador. En 2009 postuló a candidato a asambleísta por la provincia de Pichincha y venció. Actualmente continúa en el cargo y lidera el Movimiento Municipalista que él mismo creó. Nicolás Hermoza Ríos Fue presidente del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas hasta 1998. El año 2001 se comprobó que formaba parte de la red de corrupción del régimen de Alberto Fujimori. La Sala Especial Anticorrupción lo condenó a 8 años de cárcel por delitos de peculado, cohecho y asociación ilícita para delinquir; y a pagar 15 millones de soles de reparación civil. El 1 de octubre de 2010, la Primera Sala Penal Especial lo sentenció a 25 años de prisión por homicidio calificado, secuestro, desaparición forzada y asociación ilícita para delinquir. Había acumulado una fortuna ilegal de casi 22 millones de dólares. Está preso en el penal San Jorge.