Apoyado en su lustrín y vestido con una chompa que no llega a cubrirlo ni del frío ni de la indiferencia del entorno, el Petiso se sienta vigilante en la primera cuadra del jirón Quilca, entre el Teatro Colón y el Edificio Giacoletti. La escultura que simboliza al grupo de trabajadores infantiles vio la luz en 1984, cuando su autor, Humberto Hoyos Guevara, buscó configurar en un lenguaje artístico su preocupación social.
“El niño había perdido todo, incluso su nombre”, recuerda el maestro durante una conversación con La República. Pero este patrimonio escultórico no siempre estuvo contiguo a la Plaza San Martín, el lugar donde falleció el pequeño que lo inspiró: hasta el 2021, se ubicaba en la plazuela de Santo Domingo.
En septiembre de 1983, un niño carente de nombre y de hogar se refugió, como de costumbre, en una caja de luz de la famosa plaza del centro histórico de Lima. Pero esa noche los cables, quizá la humedad o el infortunio provocaron su deceso. Y aunque nadie reclamó el cuerpo electrocutado del menor, “el dolor quedó en el pueblo”, asegura Hoyos, quien movido por el hilo conductor de su profesión —la sensibilidad— tomó una libreta y se embarcó en la tarea de reunir sus características.
“Encontré a unos chicos y ellos me dieron toda una semblanza verbal. Lo llamaron como su figura les inspiró: petiso, por su tamaño. Provinciano, sin padre y sin madre, no tenía dónde dormir”, narra. Y, a continuación, enumera: “Sin zapatos, con un pantalón roto, con una chompa larga que era de colegial. Todo era regalado”.
El artista puso una mano en el corazón y otra en el boceto y agrupó los datos para crear lo que él llama “el niño que todos conocen” porque “bajo esas condiciones y en cualquier parte del Perú existen pequeños con características similares”. La escena lo lleva a recordar, según confiesa, su propia infancia en Colasay, Jaén, Cajamarca.
El petiso. Foto: John Reyes / La República
Pese a que ahora la escultura ocupa un lugar importante en el ornato, cuando el artista la hizo pública en un concurso no recibió ni una mención honrosa. “Lo llevé a una galería y con la ayuda del diario La República anuncié que yo donaba ese petiso con la condición de que lo pasaran a bronce”, relata el cajamarquino.
Fue así que el entonces alcalde de Lima, Alfonso Barrantes, conoció la noticia y, en una ceremonia en el palacio municipal, recibió la estatua del Petiso. Todos acordaron que el sitio oportuno debía ser en el jirón Conde de Superunda, al costado del monumento del doctor Augusto E. Pérez Araníbar, un arequipeño reconocido por su labor filantrópica.
Por eso, cuando la Municipalidad de Lima quitó la escultura con la finalidad de restaurarla y la devolvió en enero de 2022 al centro de Lima, Hoyos se llevó una sorpresa: la habían reubicado muy cerca a su lecho de muerte. “El niño no es un héroe, es una víctima. No creo que traerlo cerca a ese escenario donde se encontró con su fatalidad sea agradable para su espíritu”, opina.
Sin embargo, tiene la certeza de que, con 38 años en la vía pública, el Petiso se defiende en cualquier parte. “Él ya sabe comunicarse. Está allí como un lenguaje vivo para todas las generaciones. Lo coloquen donde lo coloquen está diciendo lo que tiene que decir. Quien quiera interpretarlo va a tener la autoridad de hacerlo”, resume con orgullo.
El autor sostiene que, a través de un niño que sigue clamando por sus derechos, intenta hacer un llamado a las autoridades. “El pequeño ha sufrido la indiferencia social y ahora seguro la están sufriendo muchos niños como él. Hay muchos petisos (...). Es un monumento que le está pidiendo al país que atienda a la niñez”, añade.
Y en el camino por evidenciar la vulnerabilidad de este sector, Hoyos planea diseñar también un canillita y un limpiacarros: su objetivo es trazar el ánimo lúdico junto con la realidad nacional.
Pero primero quiere seguir abogando por el infante que lo ha acompañado en los últimos años. Por esa razón, reclama una mejor iluminación para el Petiso, así los turistas, como aquellos dos franceses que se fotografiaron con él antes de esta entrevista, podrán tener la posibilidad de una buena captura, una cargada con una fuerte cara social.
“El artista es feliz cuando cumple su función de transmitir por medio de un lenguaje para el cual se ha preparado. Estoy satisfecho de que ese lenguaje sea comprendido”, concluye.