La alarma nunca había sido tan inútil para ella. Cuando su celular empezó a sonar, a las 8 de la mañana, Paola Salazar ya estaba despierta, tomando un café y viendo por televisión el desarrollo de la jornada electoral del último domingo 11 de abril. Elecciones. Pandemia. Un día extraño que causaba en ella una inesperada mezcla de emociones por todo lo que estaba en juego. El futuro de su país, de sus seres queridos, el suyo propio. Paola, de 22 años, había leído que debía votar entre las 9 y 10 de la mañana, pero en la pantalla solo veía caos, desorden, un escenario borroso. Pensó por un momento. ¿Era ese el día que tanto había esperado, su primera participación en una elección presidencial? Parecía una broma de mal gusto.
“Me quedé viendo la tele y me sorprendió la cantidad de centros de votación sin mesas instaladas. Me asusté un poco porque justo mi papá había salido a votar a esa hora, cerca de las 9. No quería que se exponga, así que lo llamé y me dijo que estaba haciendo cola. Luego salí yo, ya no aguantaba más ver todo por televisión. Tenía muchas ganas de ir a votar porque soy consciente de lo que está pasando y sé que es un momento decisivo para el país. Pero cuando llegué a mi local, en San Juan de Miraflores, me dijeron que los miembros de mesa no aparecían”, relata.
Vio gente esperando, adultos mayores formando filas de dos cuadras, un panorama de confusión. Buscó su mesa solo para confirmar que faltaban miembros. Personal de la ONPE preguntaba a los jóvenes que llegaban al local si podían ofrecerse como voluntarios para habilitar las mesas. Paola no lo pensó demasiado. Con DNI en mano, siguió las instrucciones que le daba una mujer de chaleco azul. Se sentó y recibió un papel para miembros de mesa no sorteados. Allí puso su nombre y firmó como tercer miembro.
“Había una convicción en mí que me hacía sentir segura de querer ayudar. Al final, lo único que estaba haciendo era cumplir con un deber como ciudadana. En mi mesa faltaba un miembro y me dije: ¿por qué no? Todas estas personas que están afuera podrán esperar un poco menos si se terminan de instalar las mesas”, recuerda.
Pese a la determinación, había temor. Un temor con el que peruanos y peruanas tuvieron que lidiar a lo largo del día, al salir de casa para emitir su voto. El virus, que en la última semana provocó la muerte de más de 300 personas cada jornada, acechaba como una amenaza. Podía estar en la cola para entrar a votar, en el propio espacio de sufragio, incluso en el bus que tomaron quienes no estaban tan cerca de su local. Podía estar.
“Sí, tuve cierto miedo. Yo vivo con mis padres, que tienen más de 50 años, y con mi hermana. No quiero ponerlos en riesgo. Pero en ese instante solo me acomodé bien el protector facial y me ajusté la mascarilla. Quería que todos voten. Nunca pensé que en mi primera votación presidencial sería miembro de mesa, pero vi una oportunidad para ayudar. Y simplemente lo hice”, confiesa Paola.
A unos kilómetros de SJM, en San Borja, la situación era similar. Varios locales electorales se llenaban de colas de espera debido al ausentismo de miembros de mesa. A Gerardo Hurtado, de 25 años, le tocó votar en el Pentagonito. Hasta allí llegó alrededor de las 11 de la mañana, solo para escuchar los reclamos de quienes llevaban horas esperando y todavía no podían sufragar. Se enteró de que faltaba habilitar varias mesas, de que la desesperación invadía a decenas de adultos mayores que rodeaban el amplio estacionamiento esperando su turno.
“Llegué a votar sin saber todo lo que estaba sucediendo, la verdad. Pensé que estaría todo más ordenado, o que al menos el único problema sería la espera. Pero resultó que los miembros de mesa no llegaban. Unos señores me dijeron que podía ser voluntario. Nos lo pidieron a mí y a otros chicos que llegamos a votar en la mañana. La mayoría se negó y ahí yo sentí que un acto tan sencillo como ese podía hacer la diferencia”, narra Gerardo.
Sin estar muy convencido ni haberlo planeado, preguntó qué tenía que hacer para quedarse. Desde entonces no paró hasta pasadas las 10 de la noche, cuando regresó a su casa. Cuenta que, aunque tuvo dudas, lo animó ver el alivio en la mirada de los adultos mayores que por fin emitieron su voto tras una prolongada espera.
“Yo no esperaba quedarme. Tengo un hijo pequeño, de dos añitos, y lo último que quisiera es descuidar a mi familia. Si me preguntas por qué terminé como voluntario, no sabría explicarlo, en verdad. Solo me quedé e hice lo que creí correcto. Hay momentos en que debes dejar de lado tu propio interés, creo. En unos años le contaré a mi hijo que fui miembro de mesa voluntario en unas elecciones con pandemia. Quiero dar el ejemplo. Soy joven pero también soy padre, y eso me motiva a ayudar. Por eso también fui a las marchas de noviembre del año pasado”, reflexiona.
“Estas han sido las elecciones más raras que he vivido. Hace una semana falleció uno de mis tíos por COVID-19 y ayer toda mi familia tuvo que salir a votar, con el duelo encima. También pasó que voté en un lugar donde nunca había votado, en una zona que ni siquiera conozco mucho. Y además de todo eso fui miembro de mesa voluntario. Pasaron muchas cosas. Mi familia se enojó conmigo cuando les escribí para decirles que me iba a quedar como miembro de mesa”, recuerda David Cerna, un ingeniero de 29 años residente en el Callao.
Cuando llegó a su centro de votación, un colegio grande llamado José Olaya, encontró un escenario incierto. Eran más de las 10 de la mañana y la mitad de las mesas aún no estaban habilitadas. Había ido con un amigo del barrio. Por la radio, David ya había oído que la situación estaba agitada, que muchos esperaban horas y aún no ingresaban a sufragar.
“Yo algo sospechaba cuando llegué. Con César, un amigo del barrio, habíamos ido escuchando RPP en el celular. En varias partes de Lima reportaban lo mismo, que no había miembros de mesa. Incluso vimos un video donde una señora ofrecía 100 soles a alguien para que se quede como una. No sé dónde pasó eso. Pero nosotros nos animamos a ofrecernos como voluntarios, porque no era justo que todas esas señoras que hacían cola afuera tuvieran que exponerse así”, comenta.
“Ya después estuve como secretario en mi mesa de votación. Luego llegó la tarde y le conté a mi mamá que me iba a quedar hasta la noche. Me reclamó. ¿Por qué te expones así?, me dijo. Aún estamos dolidos porque murió un integrante de la familia, así que entendí su preocupación. Igual me quedé y en la noche regresamos con mi amigo a nuestro barrio. Lo sentí como un deber que tenía que cumplir”, agrega David.
Al igual que Paola, para Milagros Rojas el domingo fue un día especial. Era la primera vez que votaba en unas elecciones presidenciales. Reconoce que estaba emocionada y que, a diferencia de los jóvenes que se encontraron con una situación inesperada en su local electoral, ella fue al suyo ni bien se enteró de que faltaban miembros de mesa.
“Una amiga me contó que estaba ahí, en el parque donde nos había tocado votar, y que no se podía porque faltaban mesas. No aguanté y me fui a pedir que me acepten como voluntaria. Fui tercer miembro y lo hice con gusto. Me quedé hasta el final”, narra la joven de 20 años.
Milagros vive en Pueblo Libre, desde donde algunos vecinos reportaron ausencia de miembros de mesa a través de las redes sociales. Ella fue una de las jóvenes que tomó la iniciativa para revertir la situación, en una jornada que estuvo cargada de entusiasmo pese al momento crítico que vive el país debido a la pandemia.
“Yo estaba emocionada. Me alegra haber podido ayudar y que muchas personas hayan votado gracias a la acción de voluntarios en varios puntos del país. Nunca voy a olvidar este día”, concluye.
Al cierre de esta crónica y con el 86% de actas procesadas, la ONPE confirma la participación de más de 15,2 millones de votantes en las elecciones del 11 de abril. Una respuesta significativa de la ciudadanía a pesar de la incertidumbre. Una participación que fue posible con la solidaridad de cientos de jóvenes en todo el país, dispuestos a poner en segundo plano sus intereses personales a fin de ayudar.
Paola, Gerardo, David y Milagros son parte de esa generación, que ha demostrado mantenerse vigilante frente al poder político y consciente del significado de un importante proceso electoral en medio de la pandemia. Son los voluntarios del Bicentenario, que seguramente volverán a mostrar su civismo durante la segunda vuelta.