En los cien días de la emergencia en Perú se puso en práctica una nueva visión sobre la higiene y se eliminó de raíz la habitual forma de interactuar: saludo con manos, besos, abrazos, intercambio de palabras y hasta las salidas en grupos. La consigna fue frenar la cadena de contagios y muertes por el coronavirus, cepa que obligó a configurar una “nueva normalidad”.
El 15 de marzo de 2020, días después de confirmarse la presencia del primer infectado por la COVID-19 en Perú, el presidente Martín Vizcarra estableció el estado de emergencia. Esta medida sanitaria implicaba el confinamiento, el distanciamiento, el lavado de manos y el uso de mascarillas. Sin embargo, el peruano, ante el miedo de contraer el virus, complementó la prevención al usar otros suministros para nuevas formas de desinfección.
En esta metamorfosis drástica y obligatoria, el Ejecutivo implantó, además, otras medidas como el cierre de fronteras, la suspensión de los viajes terrestres, aéreos y marítimos. Asimismo se limitó la circulación a trabajadores dedicados a la prestación de servicios y bienes esenciales como el abastecimiento de alimentos, productos farmacéuticos, entre otros.
El primer intervalo del estado de emergencia solo debió durar 15 días, pero el 26 de marzo, tras el incremento de casos positivos, el mandatario decidió alargarlo por 13 días más, hasta el domingo 12 de abril. Diez días antes de esta fecha, el 2 de abril, se estableció que los varones solo podían salir lunes, miércoles y viernes mientras que las mujeres solo los martes, jueves y sábado.
Esta última decisión, sin embargo, quedó sin efecto el 10 de abril. Sobre todo porque la maratónica salida a los mercados el lunes 6 y martes 7 de abril provocó un incremento considerable en el número de contagios, la misma que fue una reacción tras conocerse que el 9 de abril (Jueves Santo) y 10 de abril (Viernes Santo) habían sido declarados como días de inmovilización total.
El panorama era nítido: tanto la higiene como el distanciamiento físico se habían convertido en las piedras angulares. Se volvió indispensable el uso de mascarillas y, en paralelo, se acudió a nuevos suministros como guantes quirúrgicos, cascos, mamelucos impermeables. Otras personas cargaban alcohol, jabón líquido mientras que en casa se decidió dejar las zapatillas en la puerta, lavar los alimentos y contratar, eventualmente, a personas para desinfectar las veredas y el mismo interior de sus predios.
A pesar de ello, la COVID-19 fue ganando terreno. Así, el 8 de abril, tras hacerse una nueva lectura de la crisis sanitaria, el Ejecutivo decidió extender el estado de emergencia hasta el 26 de ese mes. Las semanas posteriores solo fueron una réplica: la medida se alargó del 25 de abril hasta el 10 de mayo; luego del 8 de mayo hasta el 24 de mayo y, finalmente, del 23 de mayo hasta el 30 de junio.
Las empresas también sufrieron el impacto y tuvieron que acogerse al nuevo modus vivendi. El teletrabajo y el delivery fueron, en muchos casos, un par de salvavidas entre marzo, abril y mayo. Las últimas semanas de junio se flexibilizó la reapertura de varios negocios. Para darse este contexto, según lo establecido en el Decreto Supremo N.º 094-2020-PCM, se debe priorizar la implementación de las medidas sanitarias correspondientes para no crear más focos de contagio.
Los cien días de pandemia del coronavirus en Perú ha puesto en boga una nueva versión del país. En medio de una enfermedad sin cura y entre los daños colaterales que pueda provocar la irresponsabilidad ciudadana o estatal, los peruanos han demostrado su capacidad para adaptarse y su inherente altruismo ante las calamidades ajenas. Parafraseando al pedagogo brasileño Lauro de Oliveira de Lima: “cada crisis que nace inicia una nueva humanidad”.