Miguel Arrieta SJ Cada vez más, vemos a los jóvenes participar de manera activa en los problemas sociales del país. Además de haberlos visto salir a las calles a exigir cambios o a expresar su disconformidad por diversos temas, son también varios los movimientos y colectivos constituidos por ellos mismos con el fin de trabajar a favor de diversas causas. Un tipo de movimiento que cada vez se diversifica más, son las organizaciones de voluntariado de jóvenes. Es cierto que el tema del voluntariado no es nuevo, pero lo interesante es que hace ya algunos años, varias organizaciones de voluntariado que vienen trabajando han nacido en nuestro país. Son tan diversas como diversas son las sensibilidades que mueven a los jóvenes a organizarse en torno a ellas. Muchas trabajan en favor de niños y niñas en situación de vulnerabilidad, otras en la preservación del medioambiente, otras en el cuidado a personas hospitalizadas, etc. Para muchos jóvenes peruanos que están metidos en estas experiencias, la idea del servicio nace de un querer dar de su tiempo para ofrecerse al servicio a los demás. Los testimonios que se pueden recoger de ellos, es que aquello que les mueve, es el de querer ayudar a otros y esto no necesariamente porque lo tengan todo, sino porque creen que deben de hacer algo por mejorar el mundo donde viven. Esto les demanda un esfuerzo por salir de sí mismos y dejar por unos instantes sus asuntos personales para abrirse a los problemas de otros. Pero más allá del servicio que los jóvenes voluntarios puedan dar, el hecho de meterse en realidades distintas y el de interrelacionarse con las personas a las cuales se dirigen, hace que el voluntariado se presente como una oportunidad de encuentro con el otro, con aquellos a los cuales se sirve. Si las organizaciones de voluntariado logran propiciar y cuidar estos espacios como lugares de encuentro, la experiencia se torna aún más humana. El Papa Francisco ha hablado de la “cultura del encuentro”, recordándonos que “lo que Jesús nos enseña, es primero a encontrarnos, y en el encuentro, ayudar” (1) . No se trata por ello, en el voluntariado, de llevar solo algo material al que lo necesita, sino sobre todo, el de construir un lugar de encuentro entre personas que comparten su tiempo dando lo que cada uno puede, e ir forjando juntos una experiencia que enriquezca a ambos protagonistas. En un país fragmentado, donde las distancias sociales crecen, el construir espacios como estos, aportan cercanía, solidaridad, humanidad. El peligro que se corre al no ser consciente que el voluntariado se vuelve un lugar de encuentro, es el de permanecer en las etiquetas y prejuicios. El otro siempre restará como otro, distinto y opuesto a mí. La experiencia se puede volver más un “acto de caridad” o una acción que se lleva a cabo sin involucrarse realmente en la realidad y la problemática que se quiere transformar. El Papa insiste en que “necesitamos edificar, crear, construir, una cultura del encuentro”, y por eso es importante valorar y cuidar las relaciones humanas que surgen en los voluntariados. El reto estará en hacer del voluntariado un estilo de vida. Que para los jóvenes que han participado alguna vez en algún voluntariado, no quede este solo como una experiencia gratificante o un interesante recuerdo. Entre todas las iniciativas que hoy día existen promovidas por los jóvenes, el voluntariado es uno de aquellos que acerca mundos diversos, y que con el tiempo puede aportar a la construcción de una cultura del encuentro, donde el esfuerzo y las motivaciones primeras permanezcan en la vida de los jóvenes y que, al decantarse, se vayan transformando en actitudes perennes en su vida. (1) Mensaje del Papa a los fieles argentinos reunidos en el santuario de san Cayetano en Buenos Aires el 07 de agosto del 2013.