José Ruiz Rosas y la huella de la palabra

Es el amor al arte y cultura, amores que supo transmitir José Ruiz Rosas a todo el que lo escuchaba y atendía, con especial interés. Estuvo casado y tuvo cuatro hijos, a quienes dio todos sus días y trasmitió sus saberes. ,“A Teresa, con todo el amor propio del autor volcado en el amor completo a la mujer amada de la que manan cuatro hermosas vertientes, dedica Pp/.”, de puño y letra en la primera página del machote con páginas escritas en máquina, empaste artesanal y lleno de anotaciones y correcciones, del libro La huella de la palabra, que tengo en mis manos y cito como una forma de decir que el poeta José Ruiz Rosas (Lima, 14/04/1928 – Lima, 28/08/2018) estuvo casado con Teresa Cateriano y tuvo cuatro hijos, María Teresa, Alonso, Ximena y Rolando, a quienes dio todos sus días y trasmitió sus saberes, y sea dicho de paso, también a los que nos permitió acercarnos a su bondad y cultura. Dos valores que él no consideraba al escribir: “Poseo un solo objeto y solo un tiempo / y una mirada sola para el mundo / y este objeto es el cuerpo, y este tiempo / es el que rima el corazón, y el ojo / es el vehículo en que estoy viviendo”, pero sí sabía que transmitía y dejaba, pues: “Poseo amen de objeto, tiempo y ojo, / un lugar en mí mismo en que me encuentro, / y este lugar habita en tantas partes / y es tan ajeno que en las gentes otras / a cada paso lo hallo y lo voy cogiendo.” Hoy llega a Arequipa el “vehículo” en que estuvo viviendo para reencontrarse en ese lugar de sí mismo, que habita en todas partes y lo halla y va retomando de las gentes que lo conocimos y en quienes ha dejado la huella de su palabra y tiempo, que desde la librería Trilce, el INC, la Biblioteca Municipal o su casa, dejaba que nos apropiáramos y retribuyéramos con inevitable afecto y admiración, que nos llevaba a su cumpleaños aun cuando ya estaba en Lima (el pasado 11 de mayo, viajé con el poeta Walter Márquez a celebrar sus noventa años, en medio de una Lima -y sus intelectuales- que lo había recuperado físicamente, porque antes ya lo tenía como uno de sus mejores hijos poetas y miembro de la Academia Peruana de la Lengua. Esa noche conocimos la publicación de su obra completa editada en España). En la cita inicial de esta columna, se expresa el amor a su familia, y que en sus tareas profesionales, solamente esbozadas –fundamentalmente la de poeta en incansable y natural ejercicio-, es el amor al arte y cultura, amores que supo transmitir a todo el que lo escuchaba y atendía, con especial interés en y de los jóvenes. Lecciones dichas desde el amigo, desde el maestro y desde el ejemplo para quienes lo tenemos como el poeta mayor y la figura inolvidable de barbado patriarca de mirada serena, profunda y cordial. Viene a quedarse, como cuando joven lo decidió, pero esta vez con el deseo de que “Como casa póstera, quiero / un sitio pequeño en que exista / -solaz del olfato y la vista- / retama, jazmín, limonero. // Dijeran jardín extranjero / mas no importará: se conquista / la tierra total, no la pista / para transitar sin sendero”, y copiando sus palabras: “Camina con calma poeta, / por el lontanar de los verbos: / arriba revuelan los cuervos, / abajo se asoma una grieta”, que espantarán tus versos y cubrirá tu palabra.