Por Juan de la Puente
A 50 días de iniciado el Gobierno del presidente Pedro Castillo, la escena pública peruana se estabiliza. De primera impresión, el uso de la palabra “estabiliza” puede ser considerada abusiva si se tiene en cuenta la persistencia de varios focos de tensión. La usamos en este caso para dar cuenta de una creciente normalización de las crisis que se desataron las primeras semanas de Gobierno.
En la suma de los hechos importantes, Castillo recibió la confianza del Congreso, mantiene a flote la vacunación, conserva a su gabinete contra el masivo rechazo al premier Bellido y al ministro Maraví y soporta la embestida casi unánime de la elite política, empresarial y mediática que le exige una ruptura más rápida y profunda con la dirección de Perú Libre.
Junto a ello, Castillo se mueve lentamente en dirección de la moderación en la economía, las relaciones exteriores y las relaciones políticas internas, en un proceso jalonado por errores en varias decisiones (la más importante, la del Indecopi), y en el que abre ventanas que permiten la entrada de varios vientos en el poder.
En la tensión entre el pesimismo y el optimismo se abre paso la alternativa del realismo, una dimensión de la realpolitik que proyecta la reciente encuesta de Ipsos Perú (14 de setiembre https://www.ipsos.com/es-pe/opinion-data-setiembre-2021-0). El Perú parece haber recuperado su inestabilidad gobernable que inauguró el año 2016 o, si se quiere otro énfasis, su ingobernabilidad estable.
Una mirada de los desagregados de la encuesta de Ipsos Perú indica que se mantiene la desaprobación de Castillo y aumenta su aprobación respecto al mes anterior (+4), y que persiste el abismo entre su mayoritaria desaprobación en Lima (62%) y su alta aprobación fuera de Lima (49%) para los registros peruanos. El abismo no cede: Castillo aumenta ligeramente su aprobación en el norte, centro y oriente, y en los sectores A, B, D y E.
La desaprobación de Castillo es mayor que la aprobación (46%). Las razones de la desaprobación aluden principalmente a la eficacia (“porque no está preparado para gobernar”, “porque ha convocado malos profesionales para gobernar” y “porque está perjudicando la economía”) más que a la ideología, y en ese punto se presenta el primer disloque con la oposición de ultraderecha que ha saturado la política con alertas sobre un inminente giro comunista, dando curso a un patrón informativo que ha secuestrado a la mayoría de medios. Ese disloque indica que la esperanza del cambio sigue siendo la razón de la aprobación del Gobierno.
Pedro Castillo
La presidenta del Congreso obtiene menos aprobación (-4) y más desaprobación (+10) que el mes pasado, al mismo tiempo que, como institución, el Parlamento también cae en aprobación y aumenta en desaprobación. Para muchos, este resultado es inaudito si se considera que el Gobierno es el que ha cometido la mayoría de los yerros. Y podría ser injusto debido a que varias de las críticas que el Congreso ha realizado al Gobierno son atendibles.
Es probable que los ciudadanos le presten menos atención a las decisiones del Congreso, que en general han sido racionales y previsibles, y vean más atención al ruido de ciertos grupos parlamentarios o a los que hablan en nombre del Congreso desde fuera. El Parlamento parece tener una imagen ultraderechista, quizás debido a que su bloque centrista solo se expresa en las votaciones. No es comunicación, es política. El Congreso le habla solo al Gobierno y permite que la ultraderecha hable a su nombre a través de figuras muy gastadas y poco legítimas. El problema no es el mensaje sino los mensajeros.
La sabiduría de la opinión pública ha formado este clima que, realistamente, resume un empate de fuerzas precarias en el plano institucional, con dos poderes más desaprobados que aprobados. Otros espacios aparecen diferenciados: Lima y la elite mayoritariamente opuestos a Castillo, y las regiones de fuera de Lima y los sectores populares más cerca del profesor cajamarquino y su Gobierno. Estas correlaciones expresan un cuadro de las debilidades y no de fuerzas en ascenso, un movimiento de las tendencias resultantes de las elecciones que terminarán de configurarse a finales de este año.
En resumen, la política parece jugarse en tres territorios: 1) el territorio de las relaciones institucionales entre el Gobierno y el Parlamento, el del empate precario; 2) el territorio de las representaciones sociales tradicionales en Lima, donde la elite y la ultraderecha ganan por goleada con un discurso marcadamente extremista impulsados por los medios; y 3) el territorio de las representaciones sociales emergentes, donde Lima sigue perdiendo frente a las regiones.
El equilibrio de las debilidades institucionales envía mensajes a sus actores; el más importante es la advertencia contra el juego extremo. Con el nivel de las actuales desaprobaciones, el Gobierno y el Congreso no pueden radicalizarse. Los datos los obligan a un consenso a palos cuyo primer resultado hay que anotar: la ley sobre el destino de cadáveres de internos condenados por delitos de traición a la patria y terrorismo es la primera que el presidente Castillo promulgó a pesar de que su bancada votó en contra. No será la última.
A los 50 días de gobierno, el escenario general se resiste a la polarización y persiste el abismo, en tanto la opinión pública le presta más atención a los problemas de la eficacia del Gobierno que a la ideología de los gobernantes, incluido el prosenderismo de algunos ministros.
Con los datos y los resultados, queda claro que el problema no es solo el Gobierno, sino también la oposición. Castillo necesita de una oposición democrática porque parece que la oposición ultraderechista hasta ahora lo fortalece.